En medio de la oscuridad, Domhnall y Kira estaban sentados, apoyando sus espaldas uno en el otro. El suelo negruzco estaba seco y no parecía quedar rastros de la lluvia que azotaba ese lugar asiduamente. Ambos no podían evitar ladear la cabeza buscando la mirada del otro, pero aún así, evitaban mirarse directamente. Era algún tipo de timidez o tal vez algún recuerdo que permaneció del pasado. Lo que era evidente es que había una sensación de felicidad que los invadía. Aquel sentimiento de reencuentro inesperado.
—Eras muy agradable —comentó él recordando la noche en que se conocieron.
—Tú también lo eres, Dom —afirmó ella y luego bajó la mirada hacia sus propias rodillas—. Admito que cuando me disté tu teléfono esa mañana, sabía que debía mandarte un mensaje, pero me puse tan nerviosa que tuve que pedirle ánimos a mi amiga Helen. No sabía qué decirte —confesó riendo con las mejillas coloradas— y no quería darte mala impresión, sobretodo porque caminaba chocando contra cada marco de puerta que me encontraba —reveló nuevamente con una risa alegre y vibrante—. Entonces, me dije: ¡Voy a escribirle antes de que se escape! Y luego, Helen dijo: “¡Sé la divertida Kira que eres! Eres super guapa, la más cool del mundo, así que sea lo que sea que digas, te verás super chula”. Y entonces, con esos ánimos y sin esperar más, te escribí casi de inmediato —relató con voz melodiosa.
—Recuerdo que me lo contaste a penas nos encontramos esa segunda vez —comentó él con una sonrisa cómplice y añadió con un dejo de añoranza—. Dile a tu amiga de parte mía que tuvo razón, que pensé todo eso a medida que nos fuimos conociendo.
La dulzura en la voz de él hizo que ella se sonrojara, agradecida de que él no pudiera verle.
—La verdad es que no soy guapísima como mi hermana y no sé por qué —bromeó—. Podría demandar a mis padres, pero la verdad es que prefiero ser así antes de ser como esas chicas que hasta duermen maquilladas.
—A mí me sigue pareciendo que te subestimas. Yo me interesé por ti al ver que teníamos aproximadamente la misma edad. —Él se entristeció un poco—. Pero eres muy agradable. —Al oír nuevamente la risa de ella a sus espaldas exclamó—: ¡En serio! Por eso —empezó a decir con una suavidad en la voz— seguí saliendo contigo y espero que hayas seguido por lo mismo. —Él sonrió nerviosamente—. Nunca conocí a tu hermana más que por las cosas que me contaste, pero sé que eres guapa tal y como eres.
—Sí, pero no me respondiste y tuve que mandarte un segundo mensaje —explicó ella abochornada.
—Siento no haber respondido en cuanto me escribiste, de verdad, lo siento —se disculpó—. Si no recuerdo mal, no había alcanzado a leer el primer mensaje porque estaba medio dormido durante esos días. Me acostumbré a no prestar demasiada atención a mi teléfono por eso de no conocer a mucha gente agradable con la cual pasar el tiempo. Lo más seguro es que no te pase porque eres mujer, pero más de una vez, las personas malinterpretan las intenciones de mis saludos. —Su voz se acalló en un silencio incómodo para él—. Un hola es un hola, no una propuesta de matrimonio, una promesa de amor eterno y la exigencia de tener cinco hijos —se molestó él.
—Un hola ¿propuesta de matrimonio? —caviló Kira—. ¡Tendré que consultar mi agenda! —exclamó ella bromeando—. ¿Una promesa de amor eterno? ¡Vaya! —Se sorprendió Kira de forma divertida—. ¿Exigencia de tener cinco hijos? —Ella fingió estar pensativa—. ¿Con niñera o sin niñera? Esa es la cuestión —chilló mientras reía—.
—¡Con niñera! —respondió él de inmediato, nuevamente contento—. ¿Cómo podría seguir pasando tiempo con mia dorada esposa si hay cinco hijos a los cuales cuidar? —Él rió con fuerza ante la ocurrencia de Kira, pensando para sí mismo lo mucho que había extrañado aquellas charlas—. Sí, le dices hola a una chica y piensan que quieres entablar una relación con ella cuando sólo quieres decir… hola —explicó él.
—Igual, debería estar muy loca tu adorada esposa para aceptar cuidar cinco críos solita —rió Kira divertida— O sino es que tendréis genes de gente tranquila en tu familia, eso en la mía es imposible... es más probable que los niños visiten el juzgado que el templo. —Ella estaba sumamente risueña—. De todos modos, te digo, es posible que las chicas estén más ilusionadas que otra cosa. Los hombres históricamente han sido escasos —sentenció antes de empezar a enumerar con los dedos—. O están locos, o son pervertidos, o infieles, o simplemente son menos. Básicamente, y en muchos casos, sois vosotros los que elegís con quien estar.
—¿Sabes? —Él empezó con un hondo suspiro y la observó de costado, antes de añadir aquello que nunca le confesó en persona—. Muchas veces me aproveché de esa situación, no es que me importe admitirlo ahora, creo que estaba fastidiado de que siempre me tomaran como un buen partido. Y luego, antes de que me diera cuenta ya era el típico playboy, cualquiera me venía bien para llenar el vacío mental, porque sentimentalmente no me interesaba involucrarme con nadie. Y lo sabía —meditó—, lo sabía, así que empecé a conocer mujeres que fueran un poco más inteligentes o más interesantes para tratar de llenar mis pensamientos. Siempre me gustó mucho analizar todo y no me parecía mal darle un uso a ese tiempo mientras esperaba por la mujer ideal —se excusó—. Sabía exactamente cómo debía ser esa mujer perfecta. —Hizo una pausa—. Estaba muy seguro de mis preferencias y, por suerte, todas las chicas por las que me interesaba un poco más allá, terminaban estando locas o, literalmente, desaparecían. Así fue cómo llegué hasta ti, en mi búsqueda de algo más interesante, de una nueva pieza que analizar, creyendo tontamente que entender a las mujeres me ayudaría en un futuro con esa mujer perfecta. —El tono de su voz cambió y se volvió más cálido—. Pero a diferencia de muchas que se me acercaron por interés, yo te elegí, al principio, si lo quieres ver de un modo cruel, como quien elige el color de una camisa. Pero yo hoy quiero creer que tuve el presentimiento de que ibas a aportar algo nuevo a mi vida. —Se mordió el labio inferior brevemente—. No quiero resignarme a la idea de que yo era alguien tan superficial que había perdido el rumbo. No lo quiero creer, aún si no soy capaz de mirarme en el espejo porque en el fondo sé que hay algo de verdad —asintió levemente—. Elijo creer que te escogí de entre todas las mujeres porque ví en ti algo especial, algo que tal vez no sabía en ese momento, pero que lo fui descubriendo con el paso del tiempo —manifestó y prosiguió con más fuerza en la voz—. Elijo creer que te quise a mi lado una sucesión de veces más durante todo el tiempo que estuvimos juntos y que me confirmé una y otra vez lo mucho que yo sentía por ti. —Se apagó—. Y ahora, ahora me siento bastante tonto, porque me doy cuenta que jamás he podido elegir —exteriorizó con un temblor en la voz antes de exclamar— ¡Jamás!