Destinados a no ser

Capítulo 8: Un hombre gris

La luz del sol caía con toda su fuerza en el paisaje repleto de edificios de concreto gris, cual cuadro sombrío enmarcado por el ventanal. A esa altura todo se veía minúsculo en comparación con el escritorio, altar indiscutible, que se erigía en la oficina como eje central de operaciones. Más allá, el piso estaba dividido en un enjambre de compartimientos, pero no había ninguna persona trabajando en ese momento. Por el horario cualquiera habría pensado que se trataba de la pausa habitual del almuerzo.

Domhnall se apoyaba de espaldas al escritorio, sus manos, aferrándose al borde de madera maciza, el cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás. Frente a él, se desplegaba un gráfico carente de toda sutileza. En letras grandes rezaba “intención de voto”.

No había lugar a equivocaciones, pero él no dejaba de observar el futuro itinerario de su desastre. En el rostro no había tristeza, tan solo resignación. Su madre ya lo había dicho, incluso él lo supo desde siempre. No era una sorpresa. Nadie regresaría del almuerzo.

***

Las calles vacías se abrían paso entre los rascacielos, iluminadas por las farolas y alguna ocasional luz proveniente de algún portal. Bajo el fulgor de las estrellas, dos siluetas caminaban calle abajo a grandes zancadas interrumpiendo con sus voces la tranquilidad de la noche. Unos tacones resonaban y, junto a ellos, los zapatos de cuero negro de su acompañante, dejando atrás la calle desierta que se esfumaba tras la serpentina capa que portaba la figura masculina.

—Pobre chica, estaba desesperada, deberías haber sido más comprensivo, Dom —le recriminó ella—. Especialmente si quieres ser un verdadero casanova. —Alzó un dedo—. Ténicamente sería tu deber.

La joven disfrazada de enfermera se lo reprochaba con tono divertido mientras intentaba acomodar un mechón de cabello rebelde, sosteniendo en su mano contraria un malentín de primeros auxilios que parecía más pesado de lo normal. El pelirrojo completamente pálido por el maquillaje, abrió su boca para responder dejando asomar un par de largos colmillos.

—Esta noche soy vegetariano. Además, ¡yo nunca he querido ser un casanova! —se defendió—. Ahora mismo tengo esa fama, pero tengo una buena razón para mantenerla —insistió—. Sabes que viajo constantemente, así que un día tal vez me suba a un avión y si tengo suerte puede que la tripulación quiera darme un servicio extra. Estoy a esto —argumentó juntando sus dedos índice y pulgar— de conseguirlo, Kira, ya verás.

La chica soltó una carcajada ante la ocurrencia.

—Esto es sólo temporal —agregó él—. ¿Cómo voy a querer ser un casanova si lo que más quiero es un verdadero amor? —añadió con una sonrisa—. Lo mío está todo fríamente calculado, pero las aeromozas no me dan ni la hora. Dicen que aún soy muy joven, que lo intente en unos años —explicó fingiendo disgusto—. ¡Malditas! —soltó graciosamente.

Entre risas la chica alcanzó a murmurar:

—No sabía que las aeromozas tenían sus estándares etarios.

—Son unas desgraciadas —sentenció deteniendo la marcha—. Cuando tenga el cuerpo bien marcado, iré allí —pronunció señalando un lugar imaginario en el pavimento—, abriré mi camisa y les diré: ¿Ven este six pack? —exclamó con seguridad mientras se abría una camisa aún más imaginaria—. Pues, pueden tenerlo, ¡así que abusen de mi inocencia!

El silencio de la calle solamente era interrumpido por las carcajadas de ambos. Kira se secó una lágrima.

—Por un momento pensé que ibas a dejarlas deseando, pero todo sea por la experiencia ¿no? —inquirió.

—Las dejaré deseando la segunda vez —prometió—. Sé que en el fondo quieren conmigo, si mi padre y yo somos iguales. ¿Por qué él sí y yo no? Discriminación por edad, lo sé —afirmó, lanzando un resoplido de indignación.

—Oh, vamos, Dom, intentemos ponernos serios o despertaremos a todo el vecindario —pidió la castaña.

—Debería ser comediante, creo —deslizó divertido—. Pero esa chica de ahí estaba tan loca como mi ex.

—Voy a contar las horas hasta que me relates todas las cosas de la loca —canturreó Kira.

—Ya no diré nada de la loca, me aburre y de seguro te aburre a ti también —se negó.

—Jamás, las locas nunca me aburrirán, me sirven para tener un parámetro de mi propia locura mental —bromeó.




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