Gwen rodeaba con sus brazos a Domhnall, tapando con sus manos los ojos de aquel caballero de traje impecable. Ella se mordió el labio y dio un repaso final a la sala de estar, aún insegura de qué reacción podría tener su prometido. Exhaló un último aliento y apartó las palmas de sus manos para dejarle apreciar su obra. Él se quedó inmóvil. La sala se alzaba elegantemente decorada en tonos grises y blancos ante sus ojos detallistas. Los mullidos sofás, los acogedores almohadones esperándole, cada mesilla dispuesta hábilmente para su uso y alguna pequeña pieza de decoración sutil le brindaban un aire al lugar que difícilmente podría pasar desapercibido. Sin embargo, su mirada crítica se detuvo en el conjunto de fotos enmarcadas, todas en blanco y negro, recordándole que hubo tiempos mejores en esa relación. Las comisuras de sus labios se doblaron y no fue precisamente en una sonrisa, pero supo mantener el tipo antes de voltearse a ver a su novia. Domhnall le mostró una sonrisa como premio a su dedicación.
—¿Te gusta? —le preguntó ella, buscando su confirmación.
—Me encanta —le aseguró él.
Inmediatamente la besó suavemente y, antes de apartarse por completo, él volvió a buscar los labios de ella. Y como si hubiera sido poca esa muestra de afecto, volvió a hacerlo una vez más, casi con ansiedad. Gwen le sonrió, a pesar de que una pizca de sorpresa apareció fugazmente por su rostro, pero ella supo mantener a buen recaudo sus emociones.
—Me quedo contenta, entonces —le respondió ella, aunque él no le había dicho nada—. Pensé que hoy llegarías más tarde, te prometí una velada especial y eso vas a tener. La primera de muchas en nuestra casa —prometió.
—Aún no te has mudado —le recordó él.
—Lo haré este fin de semana, así no tendrás que esperar —le anunció y, esta vez, fue ella quien le dio un beso apasionado—. Ahora disfruta de nuestra nueva sala, mientras termino de cocinar, quiero sorprenderte esta noche.
Con un último y fugaz beso, ella se dirigió a la cocina, apresurada.
Domhnall miró alrededor y cualquier atisbo de felicidad despareció en el acto como si jamás hubiera existido. Gwen ya no estaba allí. Dejó ir un suspiro mientras volvía a inspeccionar el lugar, su rostro inexpresivo era incapaz de ocultar su falta de interés. Sin embargo, notó algo en un rincón, apartado de todo lo demás, casi oculto. Se acercó a paso lento, duditativo, casi podría decirse que cauteloso. ¿Era lo que él imaginaba? La duda rondaba por su cabeza y tampoco estaba seguro de que importara la respuesta. A medida que se aproximaba pudo observar mejor de qué se trataba. Sí, era tal y como él suponía. Sus ojos no lo habían engañado. Él se detuvo delante de aquel rincón tan gris como el resto de esa habitación repleta de claroscuros. Y aunque, no se tratara de la misma pieza que él conocía muy bien, él acercó su mano derecha con lentitud. La yema de sus dedos rozó la superficie gris, resbalando por la superficie de la manta tejida con la mayor de las delicadezas. No era la misma y aún así, eso no importaba.
«Me encanta», recordó él. Ahora sus palabras adquirían un nuevo sentido. La dulzura inundaba sus ojos al tomar entre sus manos aquella cobija trenzada. Exhaló profundamente, relajándose con los ojos cerrados por un breve instante.
Entonces, levantó la mirada y cayó de lleno en la visión de una fotografía. Gwen y él eternizados en ese claro rodeados de flores silvestres, pero la primavera de su amor no había sobrevivido siquiera a su propia estación. Apartó la vista, girando su cabeza hacia el ventanal que daba a la terraza. La noche se extendía ante él, oscureciéndolo todo e impidiéndole observar más allá de aquel vidrio bañado en luz que reflejaba su propia imagen como un espejo.
Domhnall se escrutó por primera vez en bastante tiempo. Sus ojos le devolvieron una mirada fría y esquiva, no obstante, un primer parpadeo bastó para notar como una tristeza profunda se encondía en la frontera con sus pestañas. Su aspecto demacrado conjugado con sus ojeras apagaba el color claro y vivaz de su iris. Intentó concentrarse en algo más allá del reflejo, buscando en la oscuridad de la noche. No había nada. El frío lo atravesó e imaginó un viento más fuerte que una brisa, pero más dócil que una ventisca trayendo el invierno. Tal vez algún copo de nieve cayendo lentamente en la oscuridad, aún si sabía que eso no era posible. Él lo sabía y la fantasía se desplomó, obligándole a observar nuevamente su figura sosteniendo aquella manta gris. No era invierno.
***
Enfundado en una bata de hospital, Domhnall intentó incorporarse en la cama, pero Kira se lo impidió. Con cuidado, le empujó suavemente para que volviera a a apoyar la espalda en la cama reclinable, teniendo especial precaución con la vía de intravenosa en el brazo del joven. Permaneciendo semi sentado y con ojos cansados, el pelirrojo se quejó.
—¿Jamás? Estás loca —soltó observando a sus alrededores con la mirada ligeramente perdida.
—Ya te había dicho que estaba loca, pero te negabas a creerme —le respondió ella con una sonrisa, volviendo a sentarse a su lado, cercana a una mesilla plagada de formularios.
—Te creeré de ahora en adelante —murmuró distraído.
—Por lo menos yo no intenté patinar solo en un lago congelado a mitad de la noche —le recriminó blandamente—. Al menos, no puedes negar que soy una loca dulce y risueña.
—No estoy muy seguro de eso, ¿eh? —Domhnall rió—. Sé quién es tu abuelo… —lanzó aún risueño a pesar de que le costaba enforcar su vista en ella.