Las puertas de ese ascensor se habían cerrado para siempre. Era un hecho y ninguno de los dos se arrepentiría jamás de permanecer allí juntos. Todo se condensó en esa contemplación mutua, reflejada en las frías puertas metálicas. Su único testigo sería aquel pasillo gris iluminado con una lámpara titilante.
—Si supieras las cosas que me enteré hoy —empezó a decir Domhnall aún ofuscado—, podrías afirmar por el mismísimo dios que estoy maldito por unos imbéciles sin nada que hacer. Así que sí, me creo lo que te he dicho, te lo aseguro —redobló con la mandíbula tensa—. Que hayas hablado tanto sin decir nada, demuestra en parte mi punto —apuntó mientras las comisuras de sus labios se desplomaron—. Pero no tienes que contarme nada, porque relacionándolo con lo primero que dije, esto ya me lo veía venir —cerró con voz altanera, sus ojos dejaron de enfocarse en ella.
—Dom, deja de decir cosas tan feas, especialmente porque yo no opino como ellos. ¿Acaso crees que esa es la salida fácil? Te aseguro que tengo una idea de lo que es cruzar esa puerta —pronunció señalando el acero— y definitivamente no es la salida fácil, así que ¡deja de buscar excusas! —Ella le tomó de la muñeca dispuesta a llevarlo hasta su departamento—. ¡No te escudes de mí!
Domhnall miró su muñeca y enseguida volvió su vista a los ojos de ella.
—¿Escudar? —se defendió él— Pero si ni siquiera entiendo qué está pasando aquí, Kira. Al menos contigo —puntualizó, esta vez fue él quien aferró el brazo de la chica que lo mantenía cautivo, buscando soltarse—. Yo no me estoy yendo a ninguna parte. Sólo estoy tratando de comprender qué sucede, por qué estás actuando de manera extraña y ahora dudo que tenga que ver con los fantasmas que me rodean —concedió, sin haber conseguido que ella le soltara, pero sin dejar de aferrarla.
—Actúo de manera extraña porque te dije que estaba loca y me vuelves más loca aún —le recriminó—, porque desde que te conocí me haces replantearme cosas que daba por sentadas y no es tan simple como “huir de todo”. —Ella tragó saliva antes de proseguir—. Ahora mismo se me acaba el tiempo para ser sólo yo, antes de pasar a ser Kira McDiarmid. ¿Acaso eso es normal? —preguntó de forma apresurada sin esperar respuesta—. Hace unos años si me hubieran preguntado si creía en el amor verdadero habría dicho que lo más parecido que existía a eso sobre la tierra era esta ciudad. Desde el primer momento, me gustaste, pero no iba a decírtelo porque, primero, no quería perderte y, segundo, no quería lastimarte ni a ti ni a nadie —aseguró con rostro compungido como si estuviera a punto de llorar.
—Creo que tomé demasiado a la ligera tu advertencia sobre lo loca que eres, porque te aseguro que lo estás más de lo que pude llegar a imaginar. Loca y tonta —aseguró mientras alzaba la mano derecha para poder rozar uno de esos rebeldes mechones castaños con la yema de sus dedos.
—No hay cosas buenas en mi vida —determinó Kira con voz apagada y ojos aún húmedos— he crecido con culpa. Fue mi culpa lo de la revolución, estuve en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Samuel Park sólo pretendía saludarme porque sabía que era la nieta de Robert McDiarmid, eso desató la furia de mi padre, el hombre que me crío, y desencadenó que él aceptara un futuro que lo llevaría a su muerte. No soy una gran triunfadora —confesó.
—¿Y cuál es el problema? —le replicó él—. Yo tampoco lo soy, menos cuando la primera chica que te llama la atención de una manera que no quieres aceptar se la pasa todo el día hablando de un tonto caballero inglés —habló como si llevara tiempo queriendo decir algo al respecto—. Si estás rara o te sientes mal, sólo dímelo. De la nada decirme que soy un buen amigo a modo de adiós, no es lo más conveniente, me lo has puesto difícil —le reprochó—. Deberías estar más al tanto de las cosas que son políticamente correctas, Kira McDiarmid.
—Kira —le corrigió ella—, es muy pronto para ser McDiarmid. ¿Yo te lo he puesto difícil? —preguntó retóricamente—. ¡Has sido tú el que me lo ha puesto difícil a mí! —exclamó riendo por primera vez— ¡Y desde el primer minuto! —Su semblante volvió a ponerse serio—. He roto muchas cosas desde antes de mi nacimiento, no quiero hacerte daño. No podrías haber escogido a una peor persona para hablarle… tienes mala suerte —murmuró—. Y aún así, me pregunto… si tendríamos una primera oportunidad a pesar de todo.
—¿Una primera oportunidad? ¿Mala suerte? La conversación más sincera y real la tuve contigo. Sin importar lo que digas, ir a esa fiesta, luego de debatir si era prudente hacerlo o no, y hablarte esa primera vez fueron mis mejores decisiones. La mala suerte no había viajado conmigo ese día, al parecer la dejé varada entre Tokio y Singapur —bromeó él.
Ella le miró a lo ojos.
—La verdad es que no tengo nada bueno que ofrecerte. No te puedo decir que siempre la pasaremos bien, tampoco que la gente aceptará esto sin más. Menos aún te puedo prometer que las cosas no se compliquen más de lo que ya lo están. —Sus ojos se perdieron en el espacio por un minuto—. Algunos piensan que el amor es pasión y otros que es sacrificio. Yo creo lo segundo, sé que no te importa que yo sea una tonta o cuál es mi apellido, pero un día puede que te des cuenta que a la gente hay muchas cosas que le molestan. Lo peor para ellos es cuando hay dos personas juntas que no pueden etiquetar con facilidad, por separado, tú eres el hijo de dos hombres que se amaron a pesar del repudio de la sociedad y yo soy la hija de dos personas que a su manera también cruzaron la línea —explicó con una tenue sonrisa—. Juntos les obligaremos a pensar alguna etiqueta y te aseguro que a la gente no le gusta pensar ni que les rompan los esquemas sobre cómo tienen que ser las cosas. —Ella no dejó de sonreír dulcemente—. Y tengo miedo, porque sé cómo terminan esas historias. Yo entiendo eso ¿tú lo entiendes? —le preguntó con ojos cristalinos a pesar de la sonrisa cálida en sus labios—. Espero que sí —le dijo tomándole de la mano—, porque yo te quiero, Dom, y quiero que te quedes conmigo, que me elijas… tal vez no de aquí a cien años, me conformo con mucho menos. Quiéreme a pesar “de” y no me dejes por muy feas que se pongan las cosas, porque antes de que tú salgas lastimado, sé que yo trataré de sacrificarme primero y la verdad es que mi locura no es buena consejera.