Destinados a no ser

Capítulo 13: Un día que nunca llegó a ser

Esa noche, en la habitación principal, Domhnall y Gwen exudaban olor a intimidad, ambos eran los protagonistas de la escena soñada de toda película romántica. Sábanas infinitas de blanco inmaculado, iluminación tenue que se colaba por los ventanales junto a una luna llena y alguna prenda delatora de lo que allí había ocurrido.

Gwen dormía sobre su costado apoyando la cabeza en el hombro de él. Su brazo se aferraba al torso masculino dejando ver sobre el hombro derecho de la joven un tatuaje de letras bellamente adornadas, “Ad astra per aspera”. Él, en cambio, no lucía ningún tatuaje, pero sí tenía marcas de cicatrices recientes y algunas zonas del cuerpo con colores que iban desde el enrojecimiento al color café amarillento. En su cuello lucía una cadenilla cuya medalla no era visible, puesto que había caído hacia su espalda. Domnhall, aún si sentía cómo ella le abrazaba con firmeza, no despegaba la vista del techo de la habitación, inmerso en sus pensamientos. Abstraído, intentaba mantener su mente en paz, concentrado en cada respiración.

Sin embargo, y contra sus propósitos, allí estaba: La eterna duda. Esa que le hacía cavilar y lo dejaba sin dormir por las noches. Una vez más tendría que hacer el esfuerzo de alejar esos pensamientos, aún si ya había comprendido que había perdido la guerra contra su tormento existencial. Kira había arrojado la primera piedra y cada rebote sobre la superficie líquida de su caparazón estaba generando cosas cada vez más profundas en él. Tanto si estaba dispuesto a admitirlo en voz alta, como si no, ahí estaba. Cayendo a cuentagotas incesantemente sobre la piedra fundamental de todas sus creencias y convicciones. Cuestionándolo por sus acciones, erosionando todo su ser.

Esa noche al amparo de la luz nocturna que se colaba por los ventanales se escuchó a sí mismo. «Cuando alguien comete un error y se da cuenta, siempre hay que dar la oportunidad de enmendarlo», esas fueron sus palabras, pero ahora, sentía que ya no significaban nada. No entendía por qué el miedo volvía a golpear a su puerta, sabiendo que ese recuerdo en particular era un callejón sin salida. No había nada allí que le ayudase a comprender el porqué de todo esto, pero de todos modos la luz jugó con el brillo de sus ojos azules.

«¿Crees que los errores se pueden enmendar?», le replicó ella. El silencio de la noche era abrumador. En su interior se preguntaba el por qué siempre se hacía eso, aún si el recuerdo le traía dolor o era inútil, él lo dejaba entrar. «No lo creo», continuó la dulce voz apacible. «Si le causas dolor a una persona, puedes intentarlo, pero el dolor ya lo has causado. La gente no le da importancia porque la sociedad te dice que es normal lastimar a las personas, segregar a los que no tienen las mismas oportunidades y construir pirámides entorno a eso, pero claro, se supone que siempre es sin intención y que muy en el fondo, es algo que se quiere cambiar». Ella tenía tanto ideales y hablaba con tanta convicción de las cosas que resultaba muy difícil no creerle.

Sintió un nudo en la garganta y se estiró en su cama casi de forma involuntaria. Se percató de que Gwen estaba allí y que podría despertarla. Esta vez fue el recuerdo de su propia voz la que continuó la charla en sus pensamientos «Soy muy ingenuo en ese tema después de todo ¿no?», Domhnall recordó esas palabras tan cargadas de inocencia que ahora, después de mucho tiempo, no podía creer que fueran genuinas ni siquiera en el momento en que las dijo. «Hay veces en las que las cosas no se hacen a propósito, otras que sí. Depende de la situación. Tú conoces situaciones más dramáticas y extremas, es probable que en el fondo tengas razón», se escuchó decir. Volteó a ver una vez más a la rubia despampanante a su lado. Respiró hondo, allí estaba ese aroma sutil que le perseguía.

Kira alzó su voz una vez más para rematar: «Es muy raro que alguien haga algo sin la intención de dañar, porque si no eres cuidadoso, en cierta forma, propicias esas cosas. ¡Pero no diré más del tema!». Sin importar lo que ella dijera, cada palabra le resultó dulce, cálida y amable a sus oídos. La recordaba así y la hacía eterna en cada suspiro de añoranza. Ella ya no era quien estaba a su lado.

Ahora sólo tenía el vacío que había dejado una conversación casual sobre la ruptura de otro par de desdichados. Ingenuos, los dos opinaron como si eso no pudiera pasarles a ellos. Nadie estaba indemne del dolor. Una vez más buscó un por qué en el cielo nocturno sin estrellas, siempre imposible de descifrar. Ya no tenía las mismas estrellas. Tal vez nunca hubiese un perdón para él. Aunque sabía que Gwen permanecería a su lado como un refugio al que acudir ante su desconsuelo, prefirió fijar sus ojos en el techo de la habitación.

Recordaba cada palabra de amor que le dedicó a Kira. Toda su sinceridad ¿dónde había quedado?

***

Dentro del bar se respiraba un aire de elegancia que contrastaba contra el bullicio ordinario de la calle. Un joven de cabello rubio de aspecto ejecutivo se apresuró hacia la barra. Dejó caer su sobre todo en un asiento contiguo e hizo un gesto para pedir una bebida. Una vez sentado y con un vaso de licor en su mano, volteó para prestar atención a un murmullo que provenía de otra mesa. Levantó una ceja, pero de inmediato volvió a concentrarse en su bebida. Apoyó el mentón sobre su mano derecha mientras la punta de su dedo jugaba con el borde de su vaso, entonces, escuchó lo que sucedía a su alrededor.

—¿Por qué no podemos siquiera pensar en la posibilidad de tener un hijo en el futuro? —recriminó una voz femenina, antes de darse cuenta que había elevado demasiado el tono—. ¿Por qué no quieres? —le preguntó en un tono más bajo.




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