Destinados a no ser

Capítulo 14: Confío en ti

Los ojos de Gwen se veían ojerosos, el maquillaje de la noche anterior todavía permanecía como un testigo de su desvelo. Aún en su vestido de noche, ella sostenía el teléfono mientras hablaba con una voz tan tenue que casi se sentía como un murmullo a punto de languidecer.

—Entonces, llámame si sabes algo de él —pronunció, dejando una pausa para escuchar la respuesta—. Sí, muchas gracias.

Pero en un arrebato de suerte o no, la verdadera respuesta tocó a su puerta de forma inesperada. Al percatarse, ella por un momento miró su vestido arrugado, recordando que no se había cambiado y debía lucir, a sus ojos, horrorosa. Sin embargo, recobró la compostura y se levantó para abrir.

Dos segundos fue lo que Gwen tardó en comprenderlo todo y con un ademán de la mano indicó que lo dejaran en sofá más cercano. Dos hombres trajeados cargaban a quien se suponía sería su futuro esposo. Un tercero, el portero de su edificio, los acompañaba.

—Señora, le pido mil disculpas por no haberle avisado, los señores lo trajeron en este estado tan lamentable que no pude hacer otra cosa más que pedirles que me ayudasen a subirlo de inmediato —se disculpó el hombre incapaz de mirar a Gwen a los ojos.

—Está bien, tampoco es como si fuera la primera vez que esto sucede —respondió ella con un aire de resignación, sin dejar que la situación la sobrepasase—. Haz hecho bien, muchas gracias a todos.

Ella era ante todo una dama, aún si la vista de su prometido en un estado de inconsciencia debido al alcohol y la ropa manchada de sangre le dolían en lo más profundo de su corazón.

Uno de los hombres trajeados se acercó para dirigirle la palabra a la hermosa rubia que se mantenía como una estatua sin perder el decoro.

—La señora McDiarmid le manda saludos. Como usted podrá observar, le hemos encontrado así —expresó con un pequeño movimiento de la mano— no sabemos dónde se ha hecho esas heridas, pero le garantizamos que no ha sido durante nuestra custodia. Quiero que sepa que nos tomamos muy en serio está situación y estamos investigando…

—Yo sí lo sé, o al menos creo tener una idea —replicó ella con una extraña suavidad, como si cada palabra fuera una pluma meciéndose en el aire hasta tocar el suelo.

—Si precisa algo, lo que sea, estamos a su disposición —le recodó el caballero.

Una parte de ella ya había dejado de escuchar y se limitó a asentir, quedándose allí, de pie, con su vestido de fiesta mientras los hombres salían de allí dejándola a solas con Domhnall, dejándola completamente sola.

 

En menos de diez minutos, Gwen había regresado a la sala de estar trayendo consigo todo lo que consideró necesario para curarle las heridas. Le resultaba imposible comprender la razón detrás de todo esto. Inclinada sobre él, mientras desabrochaba los pocos botones de la camisa ensangrentada que quedaban en su sitio, pensaba. Era lo único que podía hacer en ese momento. Tomó una toalla húmeda y la pasó por el torso intentando quitar la sangre seca. Aliviada, encontró que sólo tenía unos morados y la mayor parte de esa sangre no era suya sino de algún extraño. Ella ya no quería pensar en eso. Le limpió con esmero, con cuidado y, sobre todo, con amor. Y mientras sostenía una bolsa de tela helada para aliviar la congestión de un morado dejado por un puñetazo, ella escuchó un balbuceó bajo, pero claro.

—Confío en ti —dijo él en medio de su estado.

Eso fue todo cuánto ella necesitaba para dejar que las lágrimas escaparan y comenzaron a correr por sus mejillas como una catarata. Casi le faltaba el aire como si una vorágine de emociones luchara por salir de ella.

***

Kira levantó una de sus manos y la colocó sobre los labios de Domhnall. Ambos estaban de pie y, claramente, él había estado diciendo algo antes de ser interrumpido por ese firme gesto que le llamaba al silencio. Ella le miraba, sus ojos convertidos en un océano de dulzura, apartó sus suaves dedos y le acarició la mejilla con afecto.

—Creo que… te quiero —murmuró— demasiado.

Él la observó sin comprender qué era lo que acababa de ocurrir. Allí estaba él, a punto de contarle sus grandes planes para ayudar a su padre en su campaña política y de un momento a otro, ella le estaba diciendo que le quería con esa mirada que decía tanto y a la vez tan poco. Amaba esa mirada, pero le desconcertaba.

—Yo también te quiero, pero ¿por qué siento que esto es…?

Era incapaz de terminar la frase, se sentía inseguro y más allá de si lo que sentía era cierto o no, no quería decir la palabra por miedo a que alguna vez se convirtiese en realidad. No deseaba romper el encanto.

—No me cuentes, por favor —le rogó—. Es tan sólo eso.

—Pero confío en ti —le aseguró él.

—Y yo en ti, pero no quiero darles esto. Lo que hay entre tú y yo, no quiero que se mezcle con política.

—Lo que iba a decir no era algo importante, no tienes que preocuparte tanto —respondió un poco sorprendido.

—No les demos esto, Dom. Sé que soy una estúpida, pero en política no hay amigos. No hay buenas personas. Todo lo que digas a quien sea y por la razón que sea, ellos siempre podrán usarlo en tu contra junto con todo lo que sepas o creas saber. Hay muchas cosas que yo nunca podré ser y esta es una de ellas, por eso prefiero no saber. Sé que esto debe sonar muy duro, pero un día te darás cuenta que todos asumirán que me contaste todo. Se acercarán a ti y te susurrarán cosas al oído. No te gustará, Dom.




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