-¡Hijo! ¿Qué te sucede?
-¡Nada, mamá!
-¿Y entonces? ¿Ese mal humor a qué se debe?
-Que no voy a poder ver a María Claudia el sábado.
-¿Por qué?
-Porque la castigaron, la encontraron fumando… ¿Puedes creer eso? Esa niña estúpida, lo que necesita es una mano que la enseñe… ¡Y esa será la mía, mamá!
-¡Cálmate, Fernando!... ¡Explícate! ¿Por qué no podrás verla? Lo haces todos los sábados y domingos.
-Le suspendieron las visitas.
-¡Qué tontería! Esa muchacha no debería estar ahí.
-¡Claro que no! Ahí no puedo manejarla a mi gusto. Pero deja que me case con ella. Ya las cosas tomaran otro camino.
-Cada día veo esa hora más lejos, hijo. María Claudia Carbajal, no está enamorada de ti.
-¡Pero se casará conmigo! ¡Eso júralo!... ¡No voy a dejar que esa fortuna se me escape de las manos.
Después de la hora de oración, todas las religiosas, en silencio, fueron una a una a sus respectivas celdas y cada una de ellas se encontró con el mismo problema al querer cambiarse de ropa para dormir. Eran camisones grandes y simples, una abertura para la cabeza y dos para los brazos, sin ningún adorno. Todas las noches era el mismo ritual, se ponían la dormilona y a la cama, pero no les fue tan sencillo esta vez, sus cabezas no lograban encontrar el orificio de salida, por más que hacían la prueba de un lado a otro, parecían fantasmas.
La hermana Petra, después de intentarlo varías veces, salió de la problemática pieza de trapo y buscó una razón lógica.
-¡Cosido! ¡Cosieron la abertura del cuello! ¿Quién pudo hacer esto? ¿Quién irrumpió en la privacidad de mi celda?
La hora de levantarse en el Santa Teresa de Jesús, era a las seis de la mañana. Todas las muchachas estaban ya de pie, cuando María Claudia,
levantó la cabeza de la almohada. Miró al lecho vecino y vio a Eloísa, ya uniformada, pero con un rostro, ojeroso y demacrado.
-¿Cómo estás?
-Bien.
-Pues, te ves mal. ¿Eh?
-Levántate. Es temprano para que empieces a tener problemas.
-Te deberías quedar en cama.
-Levántate, María Claudia. Por favor.
La muchacha, miró a la amiga ponerse de pie, casi tambaleándose.
-¿Quién te hizo eso?
-No importa.
-Sé que fue Sanabria… Pero ya te descombrarás.
-No sueñes, María Claudia. Yo nunca podré vengarme de ella, le temo y…
-¿Qué esperan ustedes dos? Si no están en fila, en cinco minutos, les sale castigo. ¡Vamos!
La voz autoritaria de la Hermana Matilde, hizo que Eloísa, jalara del brazo a Claudia.
-Levántate. La Hermana Matilde te tiene entre ojo y ojo, no le des oportunidad. ¡Levántate!
-Esa es una amargada. La directora tendrá su genio, pero…
-Pues, la Hermana Matilde quiere el cargo.
-¿De directora?
-Sí. Lo escuche comentar el otro día, en el patio. La Hermana Matilde se lo decía a Sanabria.
-Menos mal que el puesto no está bacante o tendríamos serios problemas. Esas dos juntas, no son buena llave.
En clase de religión, todos guardaban silencio, pero no por ser interesante la clase, sino por aburrida. La religiosa de espaldas a las alumnas, escribió la palabra Cristo en grandes letras y luego fue a la puerta, asomándose unos segundos al escuchar un leve ruido en el pasillo, aquel instante fue suficiente para que María Claudia, fuera al pizarrón y borrará la
S y en su lugar puso una z, volviendo a su puesto sin que la Hermana se diera cuenta. Cuando la religiosa volvió a entrar, traía tras de sí a la Directora, las risas aumentaron, pero el rostro de la Superiora, las calló de inmediato.
-Presten atención, señoritas. La Directora tiene algo que decirles.
-Buenos días.
Todas respondieron a coro, pero las sonrisa continuaban y más aún cuando la Directora, calvó los ojos en el pizarrón.
-¿Qué significa eso?
-Les explicaba a las muchachas que…
-¿Usted lo escribió?
-Sí… ¡Dios!
Las risas, se hicieron carcajadas, mientras la Hermana, borraba el error.
-¡Cállense!
-¡Yo lo escribí bien!