-¿Qué pasa, Hermana Petra?
-No lo sé. La madre ordenó que nos reuniéramos todas aquí.
-Esto me parece extraño.
-Yo no veo lo raro, Hermana Matilde. Siempre nos reunimos aquí para discutir los asuntos del instituto.
-Sí, pero… ¿Dónde está la Madre? Además, hay una interna en el plantel.
-¿Adónde va hermana Matilde?
Apenas había puesto la mano en la perilla, cuando la puerta se abría, entrando la Directora. Pasó frente a todas y tomó asiendo, diciendo, con vos fuerte:
-Siéntense hermanas, que hay mucho que discutir.
-Disculpe, Madre.
-Sí.
-No deberías estar todas aquí. Recuerde que hay una alumna…
-Esa alumna está en la dirección y ahí se quedará hasta que yo llegue.
-Yo no confió tanto en Carbajal, esa es una muchacha…
-Tome asiento, Hermana Matilde, que la señorita Carbajal, no es asunto suyo.
María Claudia, con una tranquilidad anormal en ella, permanecía en la dirección, miró el reloj en la pared, faltaba poco para cumplir las dos horas de espera, pero no le afectó, el golpe de la puerta al cerrar le dio a saber que ya no estaba sola.
-Tome asiento, Carbajal.
-Así estoy bien.
-Como quiera. He estado tratando de comunicarme con su padre.
-¿Qué? No le irá con el chisme ¿verdad?
-No pensará que voy a ocultarlo. Le he pasado muchas faltas, Carbajal, pero esto… Rompe todas las reglas.
-Vamos Madre… No fue tan grave.
-¡A no!
La mujer con brusquedad, se puso de pie, su vos demostraba toda la molestia que sentía.
-¿Para usted no es grave? ¿Qué clase de moralidad tiene? Está es una institución Religiosa, seria y respetable. Y no voy a permitir que una alumna, meta a un hombre a escondidas y se manosee con él, en “plena capilla”
-¡Yo no lo metí!
-Carbajal. No comience con sus mentiras.
-Es la verdad, Madre. Yo no deje que Fernando entrara, subió el muro y….
-Y usted en vez de dar aviso de su presencia, calla y se revuelca con él, como una vulgar mujerzuela.
-Por favor, Madre. No se ahogue en un vaso de agua. Es mi novio y…
-¿Se acuesta con él cuando le provoca?
-Tenga cuidado Madre, que no me está gustando su tono.
-¡Y a mí, no me gusta las sinvergüenzas, ni la poca vergüenza!
-¡Por favor, Madre! Mire en que época estamos. No me venga con esa moralidad ahora.
-Admito que me he equivocado con usted Carbajal. Siempre supe que era una rebelde, mentirosa, problemática de pies a cabeza: pero jamás imaginé que fuera una ligera de cascos… ¿Qué no sabe que lo más sagrado que uno tiene, es su cuerpo y que debe respetarlo? ¿De qué se ríe?
-De usted, Madre. Esta tan alterada, que más que regañarme, yo diría que está celosa.
-¿Qué?
-¡Qué de joven, ningún hombre trato de meterle mano!
-¡Respete, Carbajal, o no respondo!
-¡Es eso! ¿Verdad? Pues, debió esperar que Fernando y yo termináramos, así se deleitaría, viendo lo que nunca le han hecho.
Aquellas palabras, fueron el colmo, la gota que derramó la paciencia de la Directora. La mujer fuera de sí, elevó su mano y descargó con fuerza un golpe sobre el rostro de la muchacha. Aquel enorme cuerpo, no era solo tamaño, también tenía fuerza; María Claudia, sintió que su cuerpo era impulsado hacia atrás y que un ardor, casi insoportable, quemaba su mejilla.
La Religiosa, apartó la ira de su semblante y una mueca de terror, la hizo temblar, al ver la cara sangrante de la muchacha y su mirada de odio. María Claudia, sin decir nada, fue hasta la salida, abriendo la puerta, en el instante que llegaba la Hermana Matilde, ni siquiera la miró, pero no pasó desapercibido para la recién llegada el líquido purpura que cubría su nariz y boca: miró a la Directora y observo como temblaba, frunció el ceño y una leve sonrisa vino a sus labios.
María Claudia, fue directa al dormitorio y sacando una maleta, comenzó
a llenarla con sus cosas; una gota de sangre, se escapó de su herida, yendo a parar sobre la sábana blanca, aquello la hizo enfurecer:
-¡Desgraciada! ¡Golpea más fuerte que un burro!
-¡Carbajal! ¿Qué haces?
-¡Me largo de aquí!
-¿La directora te dio permiso?