-¡Suélteme!
-¿A dónde va?
-¿No escuchó lo que Eloísa me pidió?
-Sí lo oí. Los padres, murieron en al instante. Iban en el asiento delantero y…
María Claudia, dejó que su espalda se apoyara a la pared, mientras lloraba sin poder evitarlo. La Directora disimuladamente se enjuago una lágrima rebelde que se le escapo y escucho la ira cubierta de dolor y llanto:
-¿Qué pudo hacer de malo Eloísa, para que Dios la castigue con tanta crueldad?
-Dios no castiga, Carbajal.
-¡A no! ¿Entonces Madre? ¿Cómo le llama usted a lo que está pasando mi amiga? ¡Eso no es un castigo! ¿Qué es entonces?
Los gritos de María Claudia, hicieron que todos los presentes en el pasillo la mirarán.
-¡Contrólese Carbajal! Recuerde donde está.
-¡Váyase al infierno!
Se dio media vuelta y regresó al cuarto. Caminó con decisión y tomándole la mano a Eloísa, sonrió, al decir:
-¿Ya te quedaste dormida?
-No. Solo te estaba esperando. ¿Hablaste con el médico?
-No… No pude está… Está en una operación, pero apenas pueda hablaré con él.
-Gracias María Claudia. Sé que tú no me mentirías. Me siento mal… Me da gusto que hayas venido. No quería estar sola al morir… Gracias.
Le sonrió con dulzura.
-Te dije que no dijeras eso… ¡Eloísa! ¡Eloísa! ¡Amiga!
María Claudia se aferró a la mano con fuerza y buscó el sube y baja de la sábana, pero la inmovilidad fue lo que vio. Clavó los ojos en los de Eloísa, estaban abiertos, pero sin brillo, su amiga se había ido, y solo entonces fue cuando escuchó el silbido producido por aquella máquina que permanecía unida a Eloísa por una infinidad de cables. Aquello solo fue cuestión de segundos y luego el gran bullicio que hicieron las enfermeras y doctores al entrar al cuarto. María Claudia fue empujada bruscamente y desde la pared a donde fue a parar, vio casi con indiferencia los esfuerzos que hacían para revivir a su amiga. En el umbral, parada cual roble, estaba la Directora con sus manos entrelazadas en señal de oración.
El intento duró varios minutos, para terminar con la sábana cubriendo el rostro de Eloísa. En ese instante la Madre miró a María Claudia, venía hacia ella, no supo que decirle, y la muchacha salió, fue tras ella, sin querer alcanzarla, solo la siguió en silencio, como respetando su gran dolor.
Los día lluviosos fueron constantes, solo el martes en que enterraron a Eloísa, el sol se vistió con sus mejores galas, haciendo lucir al mundo con gran hermosura… ¿Cómo podría haber sufrimiento en un día como aquel?… ¿Cómo podía Eloísa, quedar bajo tierra, bajo una tierra fría y húmeda, cuando todo arriba tenía tanta vida?
Todas esas preguntas se mesclaban a la vez en la cabeza de María Claudia, cuando vio descender el ataúd del carro. Varias de las hermanas y la Directora estaban en el cortejo fúnebre, pero del alumnado, de compañeras de clase, solo estaba María Claudia, la única doliente verdadera de aquel ser, que dejaba el mundo, para quedar en aquel lecho tan frío, con el consuelo de que a su lado, ya la esperaban sus padres.
El llanto de María Claudia, acompañada la tierra que caía sobre el ataúd, tal vez tratando con aquello de sellar una amistad que nunca terminaría, buscando dejar algo de ella, con aquella que nunca volvería a ver y que siempre le fue fiel: desde que se tropezó con ella, el primer día de clases en el Santa Teresa de Jesús. Sonrió, al recordar ese instante, mientas la lágrimas le cubrían el rostro.
-Disculpe que la interrumpa Madre.
-Adelante hermana Matilde, Siéntese.
-No vengo a quedarme mucho tiempo, Madre. Solo quiero saber ¿qué piensa hacer con Carbajal?
-No la entiendo, Hermana. No entiendo su molestia, ni su pregunta.
-Esa muchacha está siendo un mal ejemplo para las internas. No hace nada, solo está tirada sobre la cama, ni se levanta a orar. Debe sacarla del instituto.
-Saldrá cuando el padre venga por ella.
-Ese hombre anda de viaje. .. ¡Dios sabrá cuando regrese! ¿Por qué no deja que ese muchacho que la llama todos los días, venga por ella?
-¡No Hermana! No creo que la señorita Carbajal quiera irse con él: ni siquiera ha venido a contestarle el teléfono. Además quiero dejarla en manos del padre, no de ese hombre y mucho menos ahora que está tan deprimida. Por favor Hermana Matilde, regrese a sus quehaceres y olvídese de esa muchacha.
-¡Vaya, vaya! ¡Miren a la altiva María Claudia Carbajal, en lo que ha quedado! ¡Das asco! Nunca pensé que la que te daba vida, era la retrasada de Castro.
María Claudia, inmóvil, sin prestarle atención a las palabras de Arelis, hasta que ofendió a Eloísa. Fue entonces que la miró y con lentitud, se puso de pie, sin ninguna agresividad aparente, pero al llegar frente a Sanabria, la vio sonriendo, burlona y con voz suave, dijo: