Obedeció rápidamente, para ganar puntos. Al salir comprendió que apenas estaba amaneciendo, todo estaba en penumbras, con curiosidad preguntó:
-¿Qué hora es?
-Van a ser las cinco. Se bañará, se pondrá este hábito y luego irá al comedor. Vendré por usted más tarde.
La muchacha la vio con algo de burla, y viendo la tela en sus manos, con malicias se dijo:
-Si se pusieran otra ropa.
Riendo entró al baño… Que rayos era aquello, una regadera, prehistórica, un lavamanos de piedra y un escusado, que toco varias veces, para asegurarse que no fuera madera. Tiró la vestimenta sobre el lavamanos, se quitó la ropa y sintió morir, cuando la helada agua corría por su cuerpo.
-¡Rayos!
Respiraba con dificultada, buscando la llave del agua caliente, al no encontrar más que la que había abierto, dijo:
-¡Malditas monjas! Por eso son todas tan frías y desalmadas… A uno se le congela todo con esta agua.
Se secó con gran rapidez, titiritando de frío. Miró de reojo al hábito, se veía caliente y olvidando todo lo demás, buscó lo caliente de la tela.
¿Cómo acomodarse aquel trapo, si no había espejo? Además le quedaba algo apretado. Cuando salió, se encontró con la Hermana Teresa, que la miró extrañada.
-¿Qué pasó?
-¿Con qué?
-¡Con el hábito!
-Como que no tomaron bien mis medidas.
-¡No es gracioso! Usted misma nos envió las medidas. Voy a buscarle otro… Una o dos tallas mayor.
María Claudia, regresó al baño, mientras decía:
-Va a perder el viaje Hermanita…para cuando usted regrese, ésta estará bien lejos de aquí.
Pero nuevamente al salir, se encontró con el hábito Blanco y negro de la Hermana Teresa. Esbozó una sonrisa mentirosa.
-¡Aquí tiene! Este debe quedarle bien y páseme su ropa.
-¡Mis ropas! ¿Para qué?
-Ya no va a necesitarlas más.
-¡No puedo andar por ahí, con “ESTO”!
-“Eso”, es el hábito que está dispuesta a vestir el resto de su vida, por lo menos fue eso lo que nos dio a saber en sus cartas. Y le agradezco que se apure. Las demás nos están esperando en el comedor.
La muchacha no pudo más que guardar silencio y obedecer. Por ahora no podía hacer otra cosa.
-¿Qué noticias tienes Fernando?
-Ninguna Don Augusto. Aún no he podido dar con ella.
-¡Cómo es posible! Se fue con una mano delante y una detrás y tú con todo el dinero que te he dado no das con su paradero.
-Estuvo en una pensión de…
-¡No me interesa dónde estuvo, lo que quiero saber es donde está! ¡La quiero junto a mí! Y más te vale que no le suceda nada malo. ¡Te hago responsable de todo lo que le pase!
María Claudia en par de ocasiones, tuvo que apoyarse en la pared, para no caer: aquella ropa, no la dejaba caminar, la falda prácticamente arrastraba en el piso, enredándose con sus pies y la comezón en la cabeza le era tan insoportable, que no podía evitar rascarse.
Al llegar al comedor, quedó inmóvil, que enorme… Pero solo vio a un grupo reducido de Religiosas al fondo del salón; todas de blanco y negro, con preocupación, preguntó:
-¿Qué no hay más como yo en esté lugar?
-Dos que llegaron el mes pasado. Llegamos tarde. Ya pasó la hora de comer.
-¿No voy a desayunar?
-Ahora tendrá que hacerlo en la cocina. Sígame.
La muchacha obedeció, siguiendo sus pasos, pero no dejaba de asombrarse por la cantidad de silla, había para más de cien.
-¡Maldita sea!
-¿Qué sucede, Hijo? ¡Tú novia aún ni aparece!
-¡Deja de burlarte, mamá! Estoy perdiendo puntos con Augusto. ¡Rayos! ¿Dónde se habrá metido?
-Tal vez, salió del país.
-¡No digas estupideces, mamá! No se llevó ni un centavo, cuatro céntimos que se le acabó con la pensión.
-¿Y cómo es posible que no la encuentres?
-No lo sé. He avisado a todas la policía, hasta he contratado a unos cazadores de recompensa. He oído decir que consiguen al mismo demonio, si le ofrecen el dinero suficiente.
-Yo diría que busques con cuidado. Quizás se escondió en casa de una de una amiga. Tal vez está más cerca de lo que crees. Buscaste en la casa de la playa.
-No.
-Ves… Lo más probable es que está bajo tus narices.