Destino

Capitulo 8

         Le tomó la temperatura y la miró fijamente.

         -¿Solo tiene malestar en la garganta?

         -Pues… Sí

         -¡Ah! Ese jarabe le hará bien.

         La muchacha, pensó que aquella mujer podría ayudarla y con gran malicia, preguntó:

         -¿Cuánto tiempo tiene usted de Monja?

         -¡Ay muchacha! Son muchos años.

         -¿Y nunca ha querido salir de éste lugar?

         A veces tengo mis bajas, pero sólo pienso en Dios y todo vuelve a la normalidad.

         -¿No se asfixia en este lugar?

         -Siempre estamos muy ocupadas.

         -¡Yo no podría vivir así!

         El rostro de la monja, le hizo comprender que había hablado de más y tratando de corregir en algo su falta, dijo:

         -Pero es como usted dijo, si uno piensa en  Dios todo se hace fácil.

         La sonrisa de la Hermana, la tranquilizó y continuó con su averiguación.

         -¿Y cómo pueden controlar a tantas muchachas? ¿No han intentado escapar?

         -Hay una que otra rebelde, pero de aquí no se escapa  con tanta facilidad.

         -¿Alguna de ustedes vigila?

         -No… Aquí sólo Dios se encarga de eso: él solo deja salir a la que debe salir. Ahora me voy. Debe descansar.

         María Claudia quedó impactada con aquella respuesta, al punto de no despedirse de la mujer. Reaccionó al escuchar el cerrar de la puerta. Con rapidez se levantó diciéndose en voz alta:

         -¡Ahora más que nunca tengo que salir de aquí! ¡Estas mujeres están locas!

         Entre abrió la puerta, asegurándose que no había nadie en el pasillo, al salir la volvió a recostar. Iba con calma, tenía toda la noche para encontrar una salida. Lo intentaría primero por el jardín, pero al llegar a la salida se encontró con aquella gran muralla de madera, por ahí no podría salir. El pesar que el jardín estaba del otro lado, la hizo enfurecer, golpeando con ira la dura caoba.

         -¡Maldita sea!

         Retrocedió y buscó el camino a la cocina, volvió a maldecir al tropezarse con una silla.

         -¡Rayos! ¡Demonios! ¿Dónde estará la puerta?

         El lugar estaba en la más absoluta oscuridad, pero mismo así, logró dar con la perilla, sonrió al ver la puerta cedía a su mando. Entró, escuchó ruidos, cerro de inmediato, pero no buscó escapar, se quedó inmóvil junto a la madera, vio como la luz se introducía por las rendijas que separaba la puerta de la pared, retuvo hasta la respiración, para evitar ser descubierta. Escuchó algo, alguien cantaba, era una de las Hermanas, el son religioso la delató. La oscuridad volvió a invadir todo y se sintió tranquila, pero ahora no sabía adónde ir. No quería hacer ruido, buscó donde encender la luz, al encontrar el botón, encendió y apagó el bombillo de bajo voltaje, no quería ser descubierta. Únicamente necesitaba conocer el lugar. Descubrió que era  el depósitos, a la segunda vez que la luz iluminó y un instante después, tuvo que volver a encender, no por haber visto una salida, sino ver el cuerpo que colgaba del techo, era una muchacha, que sujetada por el cuello se movía desesperada, el color morado de su rostro, le hizo comprender que ya no le quedaba aire a aquel cuerpo.

         Olvidando todo, busco en que subirse, una silla, tal vez la misma que utilizó la infeliz en aquel intento de suicido, logró levantarla, pero el peso del cuerpo, había aprisionado la cinta. María Claudia sintió desesperación, aquella muchacha agonizaba, la dejó colgada y corrió a la cocina, buscaba un cuchillo…No había nada… No lo encontraba, aquellos segundos perdidos eran de muerte, sus ojos se clavaron en el vidrio de la alacena y sin pensarlo, lo rompió de un golpe. El miedo no la hizo percibir el dolor, ni ver el rastro de sangre que dejaba tras de sí. Se volvió a subir a la silla  de un salto y con una fuerza que no se conocía, de un solo tajo, rompió la cinta con el vidrio.

         Ambas jóvenes se desplomaron al suelo, pero solo una de ellas se movía. La suicida, estaba inerte y el color morado en su rostro, aún era evidente. María Claudia buscó el pulso de aquella infeliz, no lo encontró, estaba muerta… No se dio por vencida, en su desesperó, le golpeó el pecho y luego pegó su oído, buscando los latidos del corazón. Creyó escuchar algo, el pecho inmóvil se elevó, inflado por el aire, respiraba, se llenaba lentamente de vida. Sus ojos se abrieron, verdes cual esmeraldas, miraba con asombró y miedo a María Claudia.

         -¿Estás bien? ¿En qué rayos pensabas cuándo?…

         No le dio tiempo a terminar de hablar, la muchacha se incorporó y salió corriendo: María Claudia, trató de seguirla, pero cuando apoyo su mano para  levantarse, sintió el dolor de la herida.

         -¡AH!... ¡Rayos!

         Cuando llegó a la cocina, quedó paralizada, al verse bajo la mirada fulminante de la Hermana Teresa y la  Madre Superiora, que sujetaba por el brazo a la suicida.




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