Destino

Capitulo 9

         La religiosa la miraba fijamente y María Claudia olvidó que debía bajar la cara para no ser descubierta.

         -¿Cuándo descubrió que tenía vocación para ser religiosa?

         Aquella pregunta, desarmo a la muchacha.

         -¿A qué viene eso ahora?

         -No sé… Pero cuando defiende a la señorita Rivero, la siento más como abogada que como monja.

         -Quizás tenga usted razón Madre, pero esa muchacha necesita ayuda, está demasiado sola, sola de familia, sola de amigos, sola de espíritu… Esta sola y la soledad es mala consejera.

         -Vaya a su celda y quédese ahí hasta que mande a llamarla.

         -¿Me está castigando, por imponer la justicia?

         -¡Obedezca Sor María!

         Mordió la mala respuesta que quería gritarle y se marchó.

         Cándida al llegar al cuarto la esperaba Bernabé y sus amigas, pero sin importarle nada, entró. Todos los ojos la siguieron y cuando le cerraron el paso, se detuvo, sin sentir miedo.

         -¡Eres una maldita, chismosa!

         -Yo no dije nada de ti, ni siquiera te nombre.

         -Te sientes muy valiente ahora, ¿verdad? Pero deja que acabe con esa monjita.

         -Si es por mí, deja tranquila a Sor María… Me voy del colegio.

         -¿A SÍ?... ¡Pues será un gusto no verte!... Pero lo que es a esa monjita la voy a fregar, joderla a más no poder y tú no creas que te vas a ir sin…

         -Haz lo que quieras. ¡Quítate!

         Pasó a su lado y fue a su cama, tirándose en ella pesadamente, para casi de inmediato saltar, gritando desesperada, al tiempo que corría sobre su lecho unos ratones, uno de ellos saltó, quedando prendido de la blusa de otra de las muchacha, haciéndola entrar en pánico.

         ¡Ah!... ¡Auxilio!

         Con frenético movimiento hizo que el inocente animal, volara por los aires…. Aquello alborotó el dormitorio. La rata voladora terminó sobre la cabeza de Mariza Gutiérrez, haciéndola gritar desesperada, enloqueciendo a todas en cuestión de segundos. Todo era un caos, se aglomeraban en la puerta, impidiendo que se pudiera abrir. Varias muchachas asfixiadas por las otras se desplomaron al suelo.

         Fuera de la habitación el miedo no era menos; las monjas trataban en vano de abrir la puerta, pero la presión de cuerpo impedía que la madera cediera.

         La Madre Superiora, dentro de su desespero, era la más calmada, trataba de controlar la angustia de las religiosas.

         -¡Debemos tener calma!

         -¿No escucha Madre? ¡Algo grave está sucediendo!

         -Y no vamos a solucionar si enloquecemos, nosotras también.

         Sor María salió de su celda, con paso firme en busca de la libertad. Cruzó todo el pasillo, tenía que apresurarse, se aproximaba la hora de la oración y vendrían por ella. El asombro cortó su andar al no ver a nadie en su camino y al pasar frente a la Capilla, no pudo evitar mirar hacía adentró, no había nadie… Entonces supo con seguridad que algo estaba sucediendo y se preocupó sin querer. Escaparía sin ser vista, aquello era lo que siempre deseó, pero no dejaba de mirar atrás… ¿Qué habría sucedido? Y aquella angustia la hizo enfurecer.

         -¡Qué rayos me importa lo que suceda! ¡Qué se vayan todas al demonio!

         Y continuó su camino, saliendo del edificio.

         La Madre Superiora, dejándose envolver por el desespero de sus religiosas, comenzó a golpear la puerta con fuerza.

         -¡Abran!

         E inconscientemente se lanzaba contra la madera, tratando de abrir la puerta.

         La sangre comenzó a manchar el piso de la habitación y el tumulto en la puerta aumentaba.

         Cándida sintió que la sujetaban por el hombro y que la apartaban con algo de brusquedad. Cuando logró ver quién era, no pudo evitar el asombro.

         -¡Sor María!

         María Claudia las apartaba con ira, sin dejar de mirar a las que yacían en el suelo.

         -¡Cállense de una maldita vez!

         Bernabé que gritaba sin percatarse de nada más, pisoteando sin compasión a dos de las muchachas que permanecían inconscientes. Sor María la agarró del brazo y apretó con fuerza, haciéndola parar.

         -¡Mira a quién lastimas!

         La muchacha quedó aturdida, por primera vez vio a sus compañeras  en el suelo.

         El silencio lo invadió todo, hasta las religiosas al otro lado, callaron.

         Sor María apartó a las heridas y abrió la puerta, dejando asombrada a toda la congregación. La Superiora la miró fijamente y antes que pudiera hablar, la muchacha, dijo:

         -¡Hay dos heridas, ayúdenme a llevarlas a la enfermería! ¡Qué esperan!




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