Destino

Capitulo 10

         La preocupación de María Claudia aumentó… ¿Quién abrió la puerta de madera, a quién esperaba, o porqué quería entrar?

         A la cabecera de la mesa, la Madre Superiora, miró a todas las religiosas y al ver a las novicias, frunció  el ceño, al ver a María Claudia casi dormida y ya servida la comida, su voz sonó fuerte, haciendo que todas la miraran.

         -¡Agradezcamos a Dios el alimento! ¡Sor María! ¡Sor María!

         La Hermana Teresa, que estaba cerca de la muchacha la golpeó suavemente, para hacerla despertar.

         -¿Qué?

         -¡Vaya a su cuarto, Sor María!

         -¡Disculpe, Madre es….!

         -¡Obedezca!

         Sin replicar se levantó, nadie volteo a mirarla, todas continuaron con la comida.

         La molestia de la muchacha la hizo hablar sola, camino a su cuarto.

         -¿Quién rayos se creerá que es? Más tonta yo que aún estoy aquí.

         Y fue directa a la salida, la reja le cerró el camino, pero aquello no la detuvo. Estaba decidida a irse; pero cuando trató de subir la reja, el hábito fue un estorbo, se levantó la falda sujetándola en el cinturón y comenzó a subir, mas ni a la mitad había llegado cuando escuchó:

         -¡Vaya, vaya! ¿Qué significa esto?

         Descendió para encontrarse con la risa triunfadora de Bernabé.

         -¿A dónde iba, Sor María?

         -¡Trataba de llegar al cielo!

         La respuesta burlona de María Claudia, molestó a la joven, que pensando que tenía la de ganar, dijo:

         -¿Qué pensará la Superiora si se entera de esto?

         -No sé… Ve y díselo. Yo lo negaré, a ver a quién le cree, pero recuerda que tú también tienes rabo de paja…

         -¿A qué se refiere?

         -¡Piénsalo! Pero es mejor para ti, que mantengas la boquita cerrada, que la que puede perder eres tú.

         -¡No me amenace! ¡Voy con la Superiora ahora mismo!

         -¿A sí? ¡Vamos pues, te acompaño!

         El asombro de la muchacha cuando se vio sujetada por el  brazo y prácticamente arrastrada al comedor, de donde  salían las religiosas, en absoluto silencio.

         -¡Está usted loca! ¡Suélteme!

         -¿No querías hablar con la Superiora? ¡Ahí la tienes! ¡Madre!

         -¡Cállese!

         -¡Sor María! ¿Qué hace usted aquí? Le ordené que fuera….

         -Sí Madre… Y la estaba obedeciendo, pero la señorita Urdaneta quiere decirle algo. ¡Con permiso!

         Bernabé palideció ante la mirada fulminante de la Madre Superiora.

         -¡Diga qué pasa, Urdaneta!

         Sudaba sin saber qué hace.

         -¡La escucho!

         -Bueno Madre… La verdad… ¡Esa aprendiz de monja está loca!

         -¿Qué?

         -La descubrí, subiéndose a la reja de la puerta.

         -¿A si?

         -Sí… Creo que quería escapar.

         -¿Escapar Sor María? ¿De qué?... Puede irse cuando quiera, sólo tiene que pedirlo.

         -Pero… ¿Y por qué se estaba trepando…?

         -¡Quién sabe, señorita Urdaneta! Vaya al patio, que pronto llegará su familia.

         -¡Sí, Madre! Con permiso

         Si la muchacha estaba enfurecida, la Superiora quedó preocupada.

         -¡Hermana Teresa!

         -Sí Madre.

         -Busque a Sor María. Que vaya a mi oficina.

         -¿Qué sucede?

         -Nada, Hermana. Espero que nada ¡Búsquela por favor! Y luego reciba a los familiares de las alumnas.

         -Sí, Madre.

         María Claudia, a medio pasillo se tropezó con Cándida.

         -¡La buscaba, Sor María!

         -¿Ahora para qué?

         -Mi hermano viene hoy y me gustaría que lo conociera.

         -¡Mira Ribero…! Creo que no voy a tener mucho tiempo para…

         -¡Por favor, Sor María!

         -Está bien, Ribero… Pero déjame…

         -¡Sor María!

         -¿Qué pasa, Hermana Teresa?

         -¿Eso le pregunto a usted, Sor María? La madre quiere verla en su oficina y no tenía buena cara.

         -¡Nunca la tiene!




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