Destino

Capitulo 11

-¡Pero este año, no! Sor María está…

         -¡Sor María!

         -Sí Madre, ella ha logrado llegarle a las muchachas de una manera maravillosa, como ni yo ni ninguna de la Hermanas lo hemos hecho y…

         -¡Tal vez porque es como una de ella!

         -La verdad Madre, cuando cantan parecen un coro de ángeles… y el Padre Rafael, está muy entusiasmado… ¡Dice que Sor  María ha logrado con el coro lo que él siempre quiso! ¡Que sor María es la bella nota, que vino a sus cantoras!

         -¿El padre Rafael dijo eso?

         -Sí Madre.

         Y entre sorbo y sorbo de café, la Hermana Teresa no notó el gesto de preocupación de la Madre al escucharla.

         -¡Espera Rivero!

         -¿Qué quieres Urdaneta?

         -¡Tranquila! Ya no voy a pelear más contigo.

         -¡A no! ¿Y eso? ¿Te habló un santo o qué?

         -¡No te burles Rivero! ¡Vengo en paz!

         -¿Qué quieres?

         -Mamá trajo algunos chocolates y quiero compartirlos contigo.

         -Gracias, pero mi hermano también me trajo y le dio a Sor María.

         -¿Y por qué? ¿Desde cuándo se les dan regalos a las monjas?

         -Ella aún no es monja y es mi amiga.

         -Ok… Tranquila, ¿Y tú hermano ya se fue?

         -No, fue al baño.

         -Que bien y… ¿cuándo me lo presentas?

         Cándida aun aturdida con la pregunta, ni pudo reaccionar ante la llegada de su hermano y el cinismo de Bernabé.

         -Bueno hermanita… me tengo que ir.

         -¡Hola! Soy Bernabé Urdaneta, amiga de tu hermana.

         El muchacho sonrió al ver aquella mano extendida hacía él y la saludó sintiendo luego la cercanía de Bernabé y el beso en su mejilla.

         A Cándida los ojos se le agrandaron del asombro y solo cuando se alejó el hermano, dijo:

         -¡Qué rayos fue eso, Urdaneta!

         -Bueno… Pensé que no me ibas a presentar y lo hice yo. ¿Si quieres probar los chocolates que trajo mi mamá? Búscame Rivero.

         La Superiora, con paso lento se encaminaba hacia el salón de música y mucho antes de llegar, escuchó aquel grupo de voces, que sonaban tan bien que la hicieron detener, luego de unos minutos, fue hasta la puerta y miró y  su asombro se expresó en una leve sonrisa; que hermoso se escuchaba y que bellas se veían aquellas veinte o más muchachas todas cantando a una voz, con Sor María parada frente a ellas y el Padre Rafael a su lado.

         -¡Permiso Madre!

         Se apartó y dos muchachas la miraron con algo de miedo, a lo que la Superiora dijo:

         -¡Llegan tarde!

         -No Madre. Nosotras somos del otro grupo. Ellas cantan villancicos y nuestro grupo aguinaldos.

         -¡Ah! ¡Dos grupos! ¿Y todo ese interés a qué se bebe? Si se puede saber.

         -Pues la verdad Madre, es que la pasamos bien.

         Y entraron sin prestarle más atención, aquello la hizo suspirar profundamente y siguió su camino, no sin antes volver a mirar a Sor María que reía feliz y el Padre Rafael junto a ella, muy junto a ella, según su punto de vista.

         La Hermana Francisca en la oficina de la Superiora, caminaba de un lado a otro, como perro enjaulado y al sentir que la puerta se abría, se puso aún más nerviosa.

         -¡Madre!

         -¿Qué le pasa, Hermana Francisca? ¿Por qué el asombro? Esta es mi oficina.

         -Sí, Madre… Claro, pero…

         -¿Me esperaba?

         -Sí.

         -Dígame pues… ¿Qué desea?

         -De nuevo quiero hacerle saber, Madre Superiora… Mi disgusto y mi negación a que una novicia se esté encargado de los canticos navideños del convento…Es un acto muy importante y…

         -¿Usted cree que lo está haciendo mal?

         La pregunta desarmó a la hermana, que buscando respuesta, tardó, dando tiempo a la Superiora para seguir:

         -Acabo de pasar por el salón de música y escuché parte de los ensayos y se escuchan muy bien.

         -¡Usted no estuvo el año pasado, se escuchaban mejor!

         -¡Ah! ¿Y qué me sugiere entonces, Hermana Francisca?

         La pregunta quedó en el aire, ante el llamado a la puerta.

         -¡Pase!

         -¡Disculpe Madre Superiora! Buscaba a la Hermana Francisca.

         -¡Dígame, señorita Urdaneta!




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