-¡Pero este año, no! Sor María está…
-¡Sor María!
-Sí Madre, ella ha logrado llegarle a las muchachas de una manera maravillosa, como ni yo ni ninguna de la Hermanas lo hemos hecho y…
-¡Tal vez porque es como una de ella!
-La verdad Madre, cuando cantan parecen un coro de ángeles… y el Padre Rafael, está muy entusiasmado… ¡Dice que Sor María ha logrado con el coro lo que él siempre quiso! ¡Que sor María es la bella nota, que vino a sus cantoras!
-¿El padre Rafael dijo eso?
-Sí Madre.
Y entre sorbo y sorbo de café, la Hermana Teresa no notó el gesto de preocupación de la Madre al escucharla.
-¡Espera Rivero!
-¿Qué quieres Urdaneta?
-¡Tranquila! Ya no voy a pelear más contigo.
-¡A no! ¿Y eso? ¿Te habló un santo o qué?
-¡No te burles Rivero! ¡Vengo en paz!
-¿Qué quieres?
-Mamá trajo algunos chocolates y quiero compartirlos contigo.
-Gracias, pero mi hermano también me trajo y le dio a Sor María.
-¿Y por qué? ¿Desde cuándo se les dan regalos a las monjas?
-Ella aún no es monja y es mi amiga.
-Ok… Tranquila, ¿Y tú hermano ya se fue?
-No, fue al baño.
-Que bien y… ¿cuándo me lo presentas?
Cándida aun aturdida con la pregunta, ni pudo reaccionar ante la llegada de su hermano y el cinismo de Bernabé.
-Bueno hermanita… me tengo que ir.
-¡Hola! Soy Bernabé Urdaneta, amiga de tu hermana.
El muchacho sonrió al ver aquella mano extendida hacía él y la saludó sintiendo luego la cercanía de Bernabé y el beso en su mejilla.
A Cándida los ojos se le agrandaron del asombro y solo cuando se alejó el hermano, dijo:
-¡Qué rayos fue eso, Urdaneta!
-Bueno… Pensé que no me ibas a presentar y lo hice yo. ¿Si quieres probar los chocolates que trajo mi mamá? Búscame Rivero.
La Superiora, con paso lento se encaminaba hacia el salón de música y mucho antes de llegar, escuchó aquel grupo de voces, que sonaban tan bien que la hicieron detener, luego de unos minutos, fue hasta la puerta y miró y su asombro se expresó en una leve sonrisa; que hermoso se escuchaba y que bellas se veían aquellas veinte o más muchachas todas cantando a una voz, con Sor María parada frente a ellas y el Padre Rafael a su lado.
-¡Permiso Madre!
Se apartó y dos muchachas la miraron con algo de miedo, a lo que la Superiora dijo:
-¡Llegan tarde!
-No Madre. Nosotras somos del otro grupo. Ellas cantan villancicos y nuestro grupo aguinaldos.
-¡Ah! ¡Dos grupos! ¿Y todo ese interés a qué se bebe? Si se puede saber.
-Pues la verdad Madre, es que la pasamos bien.
Y entraron sin prestarle más atención, aquello la hizo suspirar profundamente y siguió su camino, no sin antes volver a mirar a Sor María que reía feliz y el Padre Rafael junto a ella, muy junto a ella, según su punto de vista.
La Hermana Francisca en la oficina de la Superiora, caminaba de un lado a otro, como perro enjaulado y al sentir que la puerta se abría, se puso aún más nerviosa.
-¡Madre!
-¿Qué le pasa, Hermana Francisca? ¿Por qué el asombro? Esta es mi oficina.
-Sí, Madre… Claro, pero…
-¿Me esperaba?
-Sí.
-Dígame pues… ¿Qué desea?
-De nuevo quiero hacerle saber, Madre Superiora… Mi disgusto y mi negación a que una novicia se esté encargado de los canticos navideños del convento…Es un acto muy importante y…
-¿Usted cree que lo está haciendo mal?
La pregunta desarmó a la hermana, que buscando respuesta, tardó, dando tiempo a la Superiora para seguir:
-Acabo de pasar por el salón de música y escuché parte de los ensayos y se escuchan muy bien.
-¡Usted no estuvo el año pasado, se escuchaban mejor!
-¡Ah! ¿Y qué me sugiere entonces, Hermana Francisca?
La pregunta quedó en el aire, ante el llamado a la puerta.
-¡Pase!
-¡Disculpe Madre Superiora! Buscaba a la Hermana Francisca.
-¡Dígame, señorita Urdaneta!