-¿Qué pasó? ¡Se quedó dormida!
-¡No Madre! No está en su celda, no la encuentran por ningún lado.
-¿Cómo que no la encuentran?
-No Madre.
-¿Buscaron en el bañó?
Y mientras pregunta con cinismo, la Madre sonrió.
-¡Tampoco está ahí!
Aquella afirmación hizo que la mujer se levantará de su asiento.
-¡Búsquenla, no pudo salir del convento!
-Eso estamos haciendo, pero dentro de unos minutos llegaran los representantes y hay que tener todo preparado.
-¡Es verdad! Que la Hermana Teresa se encargue y las demás busquen a Sor María. ¿Y la Hermana Clara?
-No la he visto, Madre.
-Vamos a buscar a Sor María y que ninguna de las alumnas se dé cuenta.
Los carros que traían a los padre y familiares de la internas, comenzaron a detenerse frente a la gran casa. Siendo recibidos por las alumnas y la Hermana Teresa, que trataba de vigilar para que todo estuviera bien.
La Madre Superiora con paso acelerado, entra a la enfermería, al no ver a la Hermana Clara, la llamó:
-¡Hermana! ¡Hermana Clara!
-Aquí estoy Madre. ¡Dígame!
-¿Ha visto a Sor María?
-¡No desde anoche!
-¿Le dio el purgante?
-Sí.
-Nadie sabe dónde está.
-La dejé en su cuarto.
-¿Pero la vio, bien?
-Sí, Madre.
-¿Dónde se metió entonces?
-¡Hermana Clara! ¡Hermana!
La llegada intempestiva de Bernabé y Cándida, dejaron a las dos religiosas asombradas y aunque no esperaban a la Superiora, igual continuaron hablando las dos a un tiempo.
-¡Sor María!
-¡Está tirada…!
-¡Un momento! ¡Una que hable, la otra se calla! ¡Urdaneta! ¿Qué sucede?
-¡Es Sor María, Madre! ¡Está tirada en una de las camas…!
-¡Sí, Madre! ¡Está pálida y fría!… Vinimos por la Hermana Clara, para…
-¡Está bien Rivero! ¡Cálmese! ¡Llévenos a donde está!
Gustavo, acompañado de otro joven, de considerable altura y una flacura visible, con cabellera amarilla cual trigo maduro; se acercaron a la Hermana Teresa.
-¡Disculpe Hermana!
-Sí, señor Rivero
-¿Ha visto a mi hermana? Siempre me está esperando aquí, pero hoy no la he visto.
La preocupación de la monja se duplicó ante aquella pregunta y con sonrisa forzada, dijo:
-Debe venir en camino. Con su permiso voy a ver si la veo.
-¡Vengan! En esa cama…
-¡Ahí la dejamos, Madre! ¡Se lo juro!
-¡No jure Rivero!
-¡Pero es la verdad, Madre! Estaba tirada en la cama, boca abajo, pálida, casi verde.
-¿Están seguras, muchachas?, porqué…
-¡Sí hermana Clara!
-Pues… Sí estaba tan mal, ¿a dónde fue?
Y a la pregunta de la Superiora la respuesta se presentó… María Claudia salía del baño, dejando a todas asombradas… Su semblante asustó y con voz apagada, casi gagueando, dijo:
-Disculpen, pero es que no me siento nada bien. He ido mil veces al baño… Dejé mi celda y me vine para acá, que el baño queda cerquita…
Y se desplomó sobre la cama. Las cuatro quedaron en silencio y cuando la Superiora iba a hablar… Se calló ante la rapidez de Sor María al incorporarse e ir al baño.
-¿Será que comió algo que le hizo daño, Madre?
-¿Quién sabe Rivero? ¡Hicieron bien en buscar a la Hermana Clara! Ahora vayan a recibir a sus familiares, que nosotras nos encargaremos de Sor María.
Al quedar solas, la Superiora, acercándose a la Hermana Clara, preguntó en voz baja:
-¿Cuánto le dio de purgante?
-Una buena dosis, Madre. Usted dijo que el estreñimiento era fuerte.
-Sí.
-Pero lo que olvidamos, las dos Madre, es que Sor María venía de unos días de gripe y mal alimentación… ¡Estaba muy débil!
-¡Y ahora está peor! Apenas se sostiene en pie.