-¿Qué ha sucedido con ustedes? ¡Hasta dónde…! ¡Ustedes dos, caballaros eran muy amigos y ustedes señoritas…! ¿Qué les pasó?
-Yo puedo aclararlo todo, señora, Madre Superiora.
Todos prestaron atención a Jesús, que sin dar tiempo a que nadie lo interrumpiera continuó.
-¡Yo soy el intruso! ¡El culpable! Hoy vine a ver a la señorita Urdaneta y…Pues…
-¡Ah! ¿A Urdaneta? ¿No era a Rivero? ¿Qué locura es esta?
-¡Nada Madre!... Que el señor Montenegro, según se enamoró de Bernabé.
-¡Cómo es la cosa! ¿Eso es verdad señor Montenegro?
El silencio del muchacho, fue tomado por una afirmación, haciendo enfurecer a los hermanos.
-¿Diga si no es un desvergonzado?
-¡Él y ella tampoco es una…!
-¡Silencio! ¡Yo no veo la razón de este escándalo! La señorita Urdaneta puede recibir a quien le plazca, al igual que usted señorita Rivero. ¿Por qué la molestia de ustedes dos? Bueno… No puedo pasar por alto este incidente. Ustedes dos caballeros no volverán hasta que pase un mes… Y señoritas, que no se cansan de meterse en líos…Limpiaran por un mes el patio.
La tranquilidad con que recibieron el castigo asombró a la religiosa, pero las palabras de Jesús hicieron erupción en el rostro de los hermanos.
-No te preocupes Bernabé… Nos vemos dentro de un mes. Te mandaré algo con tus padres. ¡Chao amor!
-¡Chao!
Bernabé sintió que era el centro de atracción, cuando Jesús la beso y luego se fue. Miró a Gustavo, y la ira que vio en sus ojos la hizo bajar la cabeza e irse.
-¡Ya no tengo nada más que decirles! ¡Pueden irse!
El silencio entre los hermanos se prolongó hasta el auto de él.
-¡Lamento todo esto hermanita!
-¡No, tú no eres culpable de nada Gustavo!
-¡Claro que sí! ¡De traer a ese sinvergüenza! ¡Me hablaba tanto de ti!...Que decidí… ¡Mala hora que lo traje!
-¿Te hablaba de mí?
-Sí… Desde que llegó al país. Y me dijo que quería verte. ¡Aunque sé que siempre te cayó mal! ¡Y mira tú, que tenías razón!... Bueno. ¡Nos vemos!
-¡Claro!
Luego de despedirse, sin darse cuenta los dos vieron a Bernabé y a Jesús que hablaban junto a los padres de ella.
-¡Oye, los hermanitos nos están viendo!
-¿Dónde?
-¡No, no voltees! Solo dame un abrazo.
-¡Jesús!
-¡Que se tuesten de ira los dos, por tontos!
Ella sonrió y el abrazo logró su efecto, la ira de los dos hermanos, los consumía.
María Claudia, con algo de cuidado, salió del cuarto y antes de llegar al pasillo, encontró a la Superiora.
-¡Sor María! ¡Iba a verla! ¿Cómo se siente?
-¡Mejor! Iba a ayudar con los representantes.
-¡Ya se fueron! Aunque toda ésta semana vendrán por las festividades del colegio.
-¡Ah! ¡Es verdad!
-Aún la veo pálida. ¿Segura que no es mejor que vaya donde la Hermana Clara?
-¡No, Madre! Es que creo que no comí bien…
Bueno. Vaya y coma y si no se le pasa, debe ir con la Hermana Clara… Para que la examine bien. ¡Enferma no podrás irse conmigo!
-¡No estoy enferma! ¡No pienso quedarme aquí!
La reacción de la muchacha, asustó a la Superiora, casi le gritó y la desesperación fue enorme.
-¡Eso lo decidirán los exámenes, Sor María!
-Igual me iré.
-No… Porque aunque no siga mi destino, no pienso dejarla en el camino sin saber que está usted…
-¡Estoy bien!
-Pues… ¡Vaya a la enfermería y la Hermana Clara me dirá, si es verdad!
-¿Y Mariza, qué te pareció ?
-¡La verdad no está mal! Medio boba pero…
-Su madre es viuda y tiene una fortuna enorme.
-¿Viuda? ¿Y no será mejor la madre que la hija?
-¡No digas estupideces Fernando! ¿Crees que esa mujer te va a hacer caso?
-¿Por qué no, mamá?
-¡Déjate de idioteces! ¡La hija será heredera de la madre y cuando cumpla la mayoría de edad, tendrá la fortuna que el padre le dejó!
-¡Por qué no empezaste por ahí madre mía! ¡Por eso digo…! ¡ ¡La hija me gusta!