Destino

Capitulo 20

         -¡Dos por cada una de nosotras! ¡Esto no se ve bien!

         Todos se detuvieron a unos diez metros de la cabaña.

         -¿Qué pasó Madre Superiora?  ¿Se le olvidó el dialogo de estos indios?

         -¡Cállese!

         -¡Madre! ¡Madre!

         Aquella voz ronca, llamó la atención de todas y cuando hizo su aparición, la Superiora sonriendo, dijo:

         -¡Padre Lucas! ¡Qué gusto me da verlo!

         -Y yo asombrado de ver que usted en persona haya venido, Madre Mercedes.

         -¡Pues ya ve! ¡Al fin se me dio la oportunidad!

         -Las estábamos esperando con ansiedad, tenemos muchos problemas en la aldea.

         Hombre pequeño, de cara regordeta y tostado por el sol, nadie diría que era un Sacerdote. A una orden de su mano, los indígenas, tomaron los paquetes y maletas y comenzaron a marcharse.

         -¡Vengan! Síganme, hay que andar rápido porque la lluvia no parará.

         -¡Claro! Para usted es fácil decir eso… ¡Lleva pantalones y los otros están desnudos!... ¡Pero ande rápido con estos trapos!

         A la Superiora se le abrieron los ojos desmesuradamente, mientras el Cura, mirando a María Claudia, dijo:

         -Sé que es difícil, por eso la sotana, sólo, la uso para dar la misa.

         -¡No le haga Caso Padre…! ¡Sor María no sabe…!

         -¡Es una novicia! ¿Por qué vino Madre?

         -Pues…

         -¡Yo quise! Se lo pedí a la Superiora.

         -Bien… ¡Bien que lo haya deseado! Pero no debieron permitírselo…

         -¿Por qué si yo…?

         -¡Vamos! ¡Vamos! La lluvia arrecia.

         María Claudia, miró a la Madre Mercedes alejarse, sin voltear atrás y todas las demás religiosas frente a ella. No pudo evitar sentirse molesta, cuando decidió caminar, ya no veía a nadie, solo siguió la dirección por donde los vio irse.

         El suelo totalmente enlodado, ya dejaba ver grandes cantidades de agua, el sendero se hacía más estrecho por la densa selva y cuando María Claudia se detuvo, supo que estaba en problemas, tres pequeñas veredas frente a ella y nada de huellas, ni personas a la vista… y la lluvia, sin compasión caía sobre todo, inundando  tierra, selva, lógica, mentes y vidas…

         -Lleven la comida a las tiendas de depósito. ¡Rápido!

         -¿Está es la aldea, Padre Lucas?

         -Sí Madre. Es pequeña. Ustedes se quedaran en aquella cabaña juntas… ¿Qué le pasa?

         -¿Dónde está Sor María?

         -¿La novicia?

         -¡Sor María! ¡Sor María!

         -¡Pensé que venía todas juntas Madre!

         -¿Quién de ustedes era la última?

         -Yo Madre… Cuando usted se adelantó… Yo quedé de última.

         -¿Vio a Sor María?

         -Pues… Venía detrás de mí… Pero luego adelante el paso y…

         -¡Dios mío!

         -¡Espere Madre! ¿Adónde piensa que va?

         -¡A buscarla!

         -¡No! ¡Claro que no!

         -¿No ve que se puede perder?

         -¡Ya está perdida y no voy a permitir que se pierda usted! Hay que esperar a que escampe.

         -¡No! ¡Esa muchacha es mi responsabilidad!

         -¡No voy a dejarla ir Madre! ¡Ahora ustedes son mi responsabilidad y fue mi error no vigilar que vinieran todas!

         -¡No Padre! ¡Comprenda, es una niña! ¡Esta indefensa! ¡No sabe nada de éste mundo!

         -¡Madre! Por ahora solo podemos rezar para que esté bien.

         -¡Por favor Padre! ¿Qué posibilidades tiene de sobrevivir, una noche en esta selva?

         El hombre solo bajó la cabeza, haciendo que la Superiora se asustara aún más.

         -¡Mande a uno de esos indios a buscarla!

         -¡Ninguno irá! ¡Ninguno anda en la selva cuando llueve y anochece!

         -¡Dios bendito!

         -¿Dígame Inspector Romero? ¿Qué ha averiguado?

         -¡Nada! ¡Nada de su hija!

         -¿Y el desgraciado de Fernando?

         -No dice nada.  Dice que no sabe de ella, que solo llamó para tratar de sacarle dinero a usted.

         -¡Deje que yo hablé con él!… ¡Verá como lo hago hablar! ¡Lo voy a reventar!

         -Tenga calma, Don Augusto




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