-¡Dos por cada una de nosotras! ¡Esto no se ve bien!
Todos se detuvieron a unos diez metros de la cabaña.
-¿Qué pasó Madre Superiora? ¿Se le olvidó el dialogo de estos indios?
-¡Cállese!
-¡Madre! ¡Madre!
Aquella voz ronca, llamó la atención de todas y cuando hizo su aparición, la Superiora sonriendo, dijo:
-¡Padre Lucas! ¡Qué gusto me da verlo!
-Y yo asombrado de ver que usted en persona haya venido, Madre Mercedes.
-¡Pues ya ve! ¡Al fin se me dio la oportunidad!
-Las estábamos esperando con ansiedad, tenemos muchos problemas en la aldea.
Hombre pequeño, de cara regordeta y tostado por el sol, nadie diría que era un Sacerdote. A una orden de su mano, los indígenas, tomaron los paquetes y maletas y comenzaron a marcharse.
-¡Vengan! Síganme, hay que andar rápido porque la lluvia no parará.
-¡Claro! Para usted es fácil decir eso… ¡Lleva pantalones y los otros están desnudos!... ¡Pero ande rápido con estos trapos!
A la Superiora se le abrieron los ojos desmesuradamente, mientras el Cura, mirando a María Claudia, dijo:
-Sé que es difícil, por eso la sotana, sólo, la uso para dar la misa.
-¡No le haga Caso Padre…! ¡Sor María no sabe…!
-¡Es una novicia! ¿Por qué vino Madre?
-Pues…
-¡Yo quise! Se lo pedí a la Superiora.
-Bien… ¡Bien que lo haya deseado! Pero no debieron permitírselo…
-¿Por qué si yo…?
-¡Vamos! ¡Vamos! La lluvia arrecia.
María Claudia, miró a la Madre Mercedes alejarse, sin voltear atrás y todas las demás religiosas frente a ella. No pudo evitar sentirse molesta, cuando decidió caminar, ya no veía a nadie, solo siguió la dirección por donde los vio irse.
El suelo totalmente enlodado, ya dejaba ver grandes cantidades de agua, el sendero se hacía más estrecho por la densa selva y cuando María Claudia se detuvo, supo que estaba en problemas, tres pequeñas veredas frente a ella y nada de huellas, ni personas a la vista… y la lluvia, sin compasión caía sobre todo, inundando tierra, selva, lógica, mentes y vidas…
-Lleven la comida a las tiendas de depósito. ¡Rápido!
-¿Está es la aldea, Padre Lucas?
-Sí Madre. Es pequeña. Ustedes se quedaran en aquella cabaña juntas… ¿Qué le pasa?
-¿Dónde está Sor María?
-¿La novicia?
-¡Sor María! ¡Sor María!
-¡Pensé que venía todas juntas Madre!
-¿Quién de ustedes era la última?
-Yo Madre… Cuando usted se adelantó… Yo quedé de última.
-¿Vio a Sor María?
-Pues… Venía detrás de mí… Pero luego adelante el paso y…
-¡Dios mío!
-¡Espere Madre! ¿Adónde piensa que va?
-¡A buscarla!
-¡No! ¡Claro que no!
-¿No ve que se puede perder?
-¡Ya está perdida y no voy a permitir que se pierda usted! Hay que esperar a que escampe.
-¡No! ¡Esa muchacha es mi responsabilidad!
-¡No voy a dejarla ir Madre! ¡Ahora ustedes son mi responsabilidad y fue mi error no vigilar que vinieran todas!
-¡No Padre! ¡Comprenda, es una niña! ¡Esta indefensa! ¡No sabe nada de éste mundo!
-¡Madre! Por ahora solo podemos rezar para que esté bien.
-¡Por favor Padre! ¿Qué posibilidades tiene de sobrevivir, una noche en esta selva?
El hombre solo bajó la cabeza, haciendo que la Superiora se asustara aún más.
-¡Mande a uno de esos indios a buscarla!
-¡Ninguno irá! ¡Ninguno anda en la selva cuando llueve y anochece!
-¡Dios bendito!
-¿Dígame Inspector Romero? ¿Qué ha averiguado?
-¡Nada! ¡Nada de su hija!
-¿Y el desgraciado de Fernando?
-No dice nada. Dice que no sabe de ella, que solo llamó para tratar de sacarle dinero a usted.
-¡Deje que yo hablé con él!… ¡Verá como lo hago hablar! ¡Lo voy a reventar!
-Tenga calma, Don Augusto