Logró ponerse a salvo y al ver el boquete en la tierra, descubrió entre las aguas, atascado en un trozo de madera aquel rosario… Con rapidez llevó la mano a donde estaba el suyo y al sentir la cruz entre sus dedos, el pánico le cubrió el rostro y comenzó a gritar;
-¡Madre! ¡Madre! ¿Dónde está?
Sus ojos desorbitados, comenzaron a buscar ribera abajo, el agua bajaba con fuerza… Sabía que si la corriente la arrastró, jamás la encontraría con vida. Segundos, minutos de angustia, de desesperación.
-¡Dios mío! ¡Qué esté bien!
Y de pronto, como la respuesta a su suplica, vio a la Superiora, boca abajo, sujeta de un trozo de árbol, atorado en las rocas.
Sin pensar en claro y solo con la idea de salvarla, se lanzó…Estaba cerca de la orilla, pero el caudal fue más fuerte de lo que imaginó y fue arrastrada unos metros más abajo. Con gran esfuerzo logró alcanzar a la Superiora, permanecía desmayada y notó un golpe que sangraba en su frente.
-¡Madre! ¡Despierte! ¡Madre!
No podría llegar a la orilla con ella así, tal vez si estuviera despierta. Notó que respiraba y que la rama estaba a punto de desprenderse y las dos correrían rio abajo, sin solución. Hizo lo único que le quedaba por hacer, gritar por ayuda.
-¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Estamos en el rio! ¡Ayúdennos! ¡Despierte Madre! ¡Despierte! ¡Dios mío!... ¡Auxilio!
Luego de tantos gritos, el cansancio la venció, sin soltar a la Superiora, miró al cielo encapotado, pidiendo ayuda:
-¡Dios! Te prometo que si salimos de esto con bien… ¡Olvidare la locura de escapar y regresaré a casa! ¡Lo juro!
La desmayada mujer, se escabullía entre las aguas y María Claudia la sujetaba por debajo de los brazos, pero ella misma, ya no lograba sujetarse.
-¡Auxilio! ¡Ayúdennos! ¡Estamos aquí, en el rio! ¡Ayuda! ¡Estamos…aquí!
Ya sus brazos no podía aguantar el peso de la Superiora y cuando casi la soltaba, cayó algo sobre su cabeza y los gritos en la orilla que le devolvieron la esperanza.
-¡Sujete la cuerda Sor María!
El agua del rio nublaba su mirada y llenaba su boca, con esfuerzo logro distinguir al Doctor, al Sacerdote con 5 o 6 indios.
Como pudo se aferró a la cuerda, atando a la Superiora también.
-¡Asegúrese bien, que las vamos a jalar!
-¡Sí…Ya está!
Y con fuerza halaron la cuerda… las dos mujeres por unos segundos desaparecieron en las aguas; para casi de inmediato emerger en la orilla, donde sobraron manos para ponerlas en tierra firme.
-¿Está bien Sor María?
-Sí, lo estoy… La Superiora es la que necesita ayuda. ¡Doctor por favor!
-¡Aún tiene pulso! ¡Leve pero lo tiene! ¡Llévenla al consultorio! ¡Rápido!
Los indígenas llevaron a la Superiora y el médico los seguía, mientras el Sacerdote ayudo a María Claudia.
-¿Está bien Sor María?
-Sí. ¿Cómo pudo venir al rio, si sabe lo peligroso que es y...? ¡Y encima le teme al agua!
-El territorio es traidor… Quizás no estaba cerca del agua y… ¿Cómo pudo encontrarla?
-Pues tal vez pensé como ella o Dios echo una mano.
-¡Espere! ¡Sor María!
Pero la muchacha rápidamente fue tras los demás. Haciendo que el Cura tuviera que acelerar el paso.
-Ya el Doctor y la enfermera atendían a la Madre Mercedes y todas las Hermanas rezaban, cuando María Claudia llegó y el Sacerdote detrás-
-¡Venga Sor María! Tiene que cambiarse y ver si…
-No hermana… No iré a ningún lado sin antes saber cómo está la Superiora.
Fueron tan firmes sus palabras que ni la Hermana Ángela, ni el Cura dijeron nada más.
El tiempo pasaba lento y el doctor no salía con una respuesta.
-Buen día Don Augusto.
-Buen día. ¿Tiene noticias de mi hija?
-Ninguna.
-¿Y Fernando?
-El asegura nunca haber sabido de su paradero.
-¿Cómo puede confiar en él?
La presión que le hemos hecho, es mucha, si supiera lo hubiera dicho.
-No sé. ¡No puedo creerle!
-Nos dijo lo que hizo, que le mintió a usted sobre…
-¿Sobre qué?
-Pues…
-¿Qué sucede inspector? ¡Dígame!
El señor Fernando, me dijo que le mintió a usted, que su hija no…