Punta Dorada, diciembre 2012
Las chicas Rossi toda la vida se habían burlado de Vittoria, porque a pesar de que la chica sustentaba sus mismas ideas en cuanto a la libertad que se merecían, era la única que a juicio de las demás se había pasado la vida jugando a la casita, algo que las indignaba mucho, porque se suponía que aquel estereotipo de mujer sumisa y dedicada exclusivamente a la casa, al marido y a los hijos, era lo que combatían. Sin embargo, aparte de que Vittoria lucía auténticamente feliz, mientras las demás no tenían ni idea de cómo cambiar un pañal, bañar al bebé o alimentarlo, ella sabía perfectamente cómo atender a su recién nacido hijo y no requería de la ayuda de nadie para ello.
Una vez que los terribles días de la gravedad del pequeño Ángelo fueron superados, el adulto portador del nombre se concentró de nuevo en el problema Argento. Naturalmente Don Mariano había sido notificado del mal momento que estaba viviendo la familia, y de la manera más prudente no insistió en hablar con Ángelo, pero siendo que se mantenía al corriente de cómo iban las cosas, en cuanto se enteró de que el bebé había sido dado de alta, retomó su idea, y en verdad le urgía el asunto, porque ya estaban casi a mediados de diciembre y la boda de su nieta estaba fijada para el 26 de ese mes.
Romano había estado haciendo un maravilloso trabajo manteniendo a su abuelo distraído, pues Luigi le había informado acerca de la situación apenas había llegado a la casa y se había enterado de la novedad, así que habían llegado a la conclusión de que aquello les daría algo más de tiempo. Aunque en principio Mariano entendía y lamentaba el asunto, lo que no tenía muy claro era por qué razón aquello tendría que afectar tanto a su nieta, pero Romano le había dicho que siendo que Camelia era tan sensible y les había tomado mucho afecto a todos en aquella casa, lo estaba pasando realmente mal, y como Romano era verdaderamente hábil para mentir con el mayor descaro, no tuvo grandes problemas con eso.
Justos diez días después del nacimiento de Ángelo Silvano, y al día siguiente de haber vuelto a casa, Enzo regresó y se fue derecho a ver a Ángelo en primer término.
A él casi se le cae la taza de las manos al escucharlo, y se puso de pie con tanta violencia que derribó la silla. Su primer impulso fue acomodarle un izquierdazo a aquel inconsciente, y lo habría hecho de no ser porque Enzo traía de la mano a su nueva esposa. Ángelo hizo su mejor esfuerzo en aras de la cortesía, pero si bien logró mostrarse educado, si la amabilidad superaba sus capacidades en un día normal, ya no digamos cuando estaba furioso, de manera que aquello estaba fuera de su alcance y Camelia se sintió muy incómoda.
Camelia había sido educada en los usos y costumbres de su etnia, de manera que se excusó enseguida y abandonó el comedor.
Enzo era en todo punto y medida un caballero muy correcto y todos sostenían que parecía hijo de Marino, pero si bien no exhibía el carácter volátil de sus hermanos, ni la brusquedad del mayor, eventualmente sí hacía ostentación de la payasada del menor, aunque quien lo escuchase podía llamarse a engaño por la seriedad con la que decía las cosas.
La conversación, si era que podía llamarse de aquel modo al carnaval de gritos de Ángelo, fue extensa e inútil, porque evidentemente ya no había vuelta atrás. A pesar de que él había podido conversar con Kelly y ella le había dado su versión de los hechos, comprometiéndose él a guardar la compostura, el hecho de que estaba planeando viajar a El Valle al día siguiente para entrevistarse con el abuelo y el padre de la chica, no contribuía mucho a mejorar su humor, pero con todo, una vez que pareció cansarse de gritar a Enzo, que lo había escuchado con estoicismo, se avino a escucharlo a él, algo que en realidad Enzo no había esperado.
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Editado: 24.04.2022