Punta Dorada, enero 2013
Una vez que Luigi había abandonado el despacho de Ángelo, éste cerró los ojos por unos minutos en los que su vida pasó ante los mismos en una rápida sucesión de cuadros. No había en ellos muchos momentos realmente felices, pues no había tenido tiempo para ellos. Sin embargo, desde que Kelly, Damila e incluso Iván, habían entrado a su vida, ésta había cambiado mucho llenándose de color y alegría, y a pesar de que los problemas seguían existiendo, su mujer lo había enseñado, inadvertidamente, a enfrentarlos con otra actitud. Damila no era su hija y en realidad formaba parte de su vida desde hacía muy poco, pero en ese tiempo, la ternura, la candidez y hasta la acidez de la niña, habían logrado penetrar ese corazón cuya existencia él se había empeñado en negar durante tanto tiempo. De manera que independientemente de lo que los demás pudiesen o quisiesen creer, Damila era su hija a todos los efectos prácticos y con todas las implicaciones emocionales que eso traía, y una de éstas, era el dolor inenarrable que le producía el solo pensar que la más mínima cosa pudiese hacerle daño. No obstante, los muchos años de ejercer un férreo control sobre sus emociones, le indicaron que debía hacer a un lado las mismas para poder concentrarse en la mejor forma de enfrentar aquella situación que tenía tantas vertientes, de manera que la fría mente del hombre que dirigía el imperio financiero y criminal más grande de aquellas tierras, tomó las riendas desplazando al padre amoroso, relegándolo a un rincón hasta nuevo aviso.
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Khabir Jairy como todo agente Alfa, había recibido un duro y preciso entrenamiento, y una de las cosas en las que más se esforzaba Danila Nikklas, era en el condicionamiento psicológico, de manera que salvo contadas excepciones, todos los agentes y con independencia a la forma o los medios por los que hubiesen terminado formando parte del programa, concluían su entrenamiento con un objetivo específico en mente, proteger con sus vidas las de los miembros de la familia. Normalmente aquellos chicos no tenían una propia y era del todo improbable que se presentase una situación tan anómala como la presente, de manera que una vez superada la sorpresa y la incredulidad, Khabir fue consciente de que tenía un serio problema.
Sasha era lo único bueno que había tenido en su infancia, pues su madre fue una mujer enferma desde siempre y él nunca contó con los cuidados de la misma; y en el caso de su padre, era simplemente una figura casi inexistente en sus vidas. Ellos también habían tenido una hermana mayor, pero, aunque parezca mentira, Khabir no era capaz de recordar ni su nombre, así como no lo era de amar el recuerdo de unos parientes que se habían borrado por si mismos tanto de su memoria como de su corazón. Sin embargo, y aunque él había vivido y superado el duelo por Sasha, la hermana que suponía muerta, el recuerdo de la misma era lo único que había sobrevivido en su memoria. De manera que ver su pasado frente a él ahora, y en la forma de alguien que por definición tenía que ser su enemiga, era sin duda un problema.
Y era verdad, Khabir era uno de los pocos agentes que no lo hacía, pues tal vez, en su subconsciente habían sobrevivido un par de hechos relevantes que lo habían hecho odiar aquello. Uno era que su madre había muerto de una afección pulmonar, y el otro, que los hombres de Falcone le habían causado muchas quemaduras con cigarrillos como medio de tortura.
Como aquello también era cierto, y si bien él no fumaba, tampoco se oponía o se quejaba de que los demás lo hiciesen, se puso de pie y caminó hacia la puerta.
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Editado: 24.04.2022