Punta Dorada, enero 2013
Como todas las mañanas a la lo largo de los últimos veinte días, y después de casi matar a los infortunados que estuviesen en el campo de entrenamiento a aquella hora, Luciano regresó al edificio.
Los chicos gimieron internamente, pero se pusieron de pie tan rápido como sus adoloridos cuerpos se lo permitieron.
Aunque todos los aspirantes pasaban por las manos de Luciano en los primeros días de entrenamiento, generalmente no volvían a verlo hasta el final, pero aquella generación debía ser la menos afortunada del mundo, o al menos eso pensaban ellos, porque Luciano llevaba más de dos semanas haciéndoles la vida miserable y se preguntaban qué habían hecho para merecer aquel horroroso castigo. Lo que ellos no sabían, era que Luciano no tenía nada en su contra y le habría dado lo mismo que fuesen ellos, los miembros más antiguos del escuadrón, o incluso los instructores, porque simplemente estaba pasando por un mal momento y drenaba la sobre carga de ira dejándose el alma en el campo de entrenamiento con quien estuviese en él.
Luciano había trabajado mucho y muy duro para controlar lo que él llamaba su demonio interno, ese que lo hacía desear destrozar con el máximo de daño a quien lo molestaba. No obstante, él estaba consciente que controlar no era erradicar, de manera que cuando se hallaba ante una situación extrema, tenía que buscar alguna manera más efectiva que el simple y precario control mental para evitar volverse un asesino furioso. Luciano no sabía si su necesidad de saber y de controlarlo todo, era otra característica de su desquiciada personalidad, pero él necesitaba tener el control sobre todo, fuesen cosas, situaciones o personas, de modo que cuando no era así, esto también disparaba sus instintos más agresivos.
Danila Nikklas, que era un psiquiatra con varios doctorados y un PhD en trastornos psicóticos, y aunque nunca había tratado a Luciano como paciente, lo que no había podido evitar era notar algunas cosas, de manera que cuando por cualquier motivo veía aflorar algunas características muy específicas, se mantenía alerta, porque en su opinión, Luciano era una bomba de tiempo ambulante. Él sabía que en condiciones normales, Luciano no agredía a nadie sin un buen motivo, pero cuando algo lo alteraba, el mundo entero corría peligro, y era algo que le había quedado clarísimo, aunque solo una vez lo había visto realmente furioso en oportunidad del desdichado asunto que involucraba a Pierina Del Piero y a Faustino Macchi, y que había mantenido a Giulio Del Piero al borde de muerte. A pesar de que Danila no vio cómo quedó el individuo, de algún modo todos lo habían sabido, así como habían sabido que Luciano no había dejado que nadie se le acercara salvo Bianco, y con el único fin de mantenerlo con vida para prolongar su sufrimiento. De manera que sí, Luciano era peligroso por definición, pero lo era mucho más si en verdad lo molestaban, y sin duda alguna había estado extraordinariamente molesto durante las dos últimas semanas.
Luciano abandonó su habitación después de darse un baño y rasurarse, encaminándose a continuación hacia el área de detención.
En opinión de la mayor parte de los integrantes del GA, aquel chico quería morir, porque si bien la mayoría procuraba mantenerse a prudente distancia de Luciano cuando había problemas, Valentino no, y la única concesión que hacía al estado de ánimo de su jefe, era la de reducir al mínimo su incesante charla.
Valentino no era un GA propiamente dicho, pero durante el último año y medio, prácticamente no se había despegado de Luciano, y debió resultar un buen compañero si se tenía en cuenta que, si bien al inicio, era Valentino quien fastidiaba hasta la exasperación para ser incluido en las operaciones que él efectuaba, después era Luciano quien lo llamaba cuando debía llevar a cabo alguna, de manera que Mauro había dejado de preguntar a quién asignarle como compañero, y ahora se limitaba a alertar a Valentino cada vez que Luciano planeaba alguna de sus locuras.
Estaban llegando a la celda donde estaba recluido José Yánez cuando vieron salir a Javier, así que Luciano clavó sus ojos en los del médico.
Como a Luciano no le interesaba ninguna otra cosa, como por ejemplo, las condiciones de salud del desgraciado aquel, no hizo preguntas y entró.
Normalmente llegaba un momento en el que las víctimas de Luciano no tenían ni idea del tiempo que llevaban recluidos, pues su mundo se reducía a un solo constante y prolongado dolor. Si bien aquel hombre era sin duda un criminal, no era de la clase violenta, pues se había dedicado al tráfico y distribución de droga, de modo que era muy improbable que hubiese recibido un tratamiento ni lejanamente parecido al que le estaba dando Luciano, y de hecho nadie habría apostado a que sobreviviría más allá de 48 horas. Sin embargo, como el objetivo de Luciano era hacerlo sufrir lo máximo posible, había actuado con cautela, pero no con menos sadismo.
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Editado: 24.04.2022