Destino de Sangre (libro 11. Sicaria)

Cap. 42 Sacudida

 

Punta Dorada, febrero 2013

El motivo original por el que Luciano había ido a Aravera era el de informar a Ángelo que ya habían exterminado al grupo que perseguía a Damila, pero también le había dicho que se mantendría el alerta durante un tiempo más y hasta asegurarse que ningún otro tomaría el lugar del anterior, porque aunque estaba bastante seguro que Manuel no era lo bastante arriesgado como para ello, y siendo que Luciano se había encargado de hacerle llegar las fotos con el cadáver de su empleador, lo que suponía que no habría quien le pagase, él era desconfiado y prefería no correr riesgos. Ángelo había querido decírselo a Kelly, pero en medio de todo lo que había estado ocurriendo no había tenido oportunidad.

Damila y una vez que escuchó todo el relato hecho por su madre, quiso subir a hablar con Enzo, pero cuando llegó arriba, Ignacio se lo impidió.

  • Scusi signorina, ma…
  • En castellano, Ignacio – lo interrumpió ella a pesar de estar entendiéndole
  • Scusi – volvió a disculparse él – pero mi hermano no está en las mejores condiciones
  • Eso ya lo sé y es por eso que quiero hablar con él
  • Non mi  comprende signorina, Enzo no es el mismo de sempre y podría…
  • No digas tonterías y hazte a un lado, Ignacio
  • Non posso, signorina – se excusó el hombre bajando la cabeza
  • Estás en muchos problemas si en verdad te estás negando a obedecerla a ella, Ignacio Rossi – escucharon la voz helada de Luigi
  • Non è…
  • Cierra la boca y hazte a un lado – le ordenó Luigi

Una cosa era seguir las instrucciones de su padre en el sentido de no dejar entrar a ninguna mujer a aquella habitación, y otra muy distinta negarse a obedecer una orden de algún miembro masculino de aquella familia, así que con resignación, Ignacio se apartó. Como Damila ya comenzaba a hacerse una idea de cómo funcionaban los cerebros de aquellos individuos y no le gustaba hacer sentir mal a nadie, se detuvo un momento antes de entrar.

  • No te preocupes  Ignacio, no estás haciendo nada mal y puedes estar seguro que Enzo nunca me haría ningún daño
  • No conscientemente, signorina, ma non è lui

Damila decidió dejar las cosas así y entró. Alfredo se giró y compuso una expresión que estaba a mitad de camino entre el disgusto y la sorpresa, y se apresuró a caminar hacia ella.

  • Mila, no deberías estar aquí, bambina. Enzo…
  • Enzo es mi amigo y no se abandona a los amigos cuando nos necesitan – lo interrumpió ella

Aunque le hablaba a Alfredo, Damila había estado mirando a Enzo que estaba sentado en la orilla de la cama con la cabeza entre las manos. Damila apartó a Alfredo y fue a sentarse al lado de Enzo. Alessandro le había inyectado un calmante y estaba más tranquilo, pero no por eso más dispuesto a aceptar el embarazo de Camelia como comprobaría Damila a continuación.

  • Enzo…
  • Si tú también vienes a decirme que debo estar feliz, pierdes tu tiempo, así que puedes marcharte por donde viniste

Alfredo estaba dividido entre la vergüenza y el deseo de apalear a sus hijos, a Ignacio por desobedecerlo y a Enzo por tratar de aquel modo a Damila, aunque a ella pareció no afectarla aquel inusual trato.

  • Escúchame, señor Rossi, el cómo decidas sentirte es asunto tuyo, pero eso no te da derecho a hacer sentir miserable a Cami
  • ¡Solo quiero salvarla! – exclamó él poniéndose de pie
  • ¿Salvarla de qué exactamente? – preguntó Damila con calma
  • ¿Eres estúpida o qué?
  • ¡Enzo Gabrielle! – exclamó un horrorizado Alfredo, pero ninguno de los dos le prestó atención
  • Más bien es al revés – dijo Damila, y poniéndose de pie enfrentó a Enzo – Ahora dejarás de gritarme, te sentarás y me escucharás – dijo empujándolo
  • ¡Ninguna mujer me da órdenes!
  • Pues que pena por ti, porque vas a obedecerme así tenga que atarte a esa cama y colocarte una mordaza ¿está claro?
  • ¡Vete al infierno!
  • No gracias, si tú quieres pasearte por ese improbable lugar es tu asunto, pero no cuentes conmigo para que te acompañe

Luigi que había entrado junto con ella, pero que se había quedado junto a la puerta, sonrió y supo que si alguien no corría ningún peligro allí, era Damila, mientras que el pobre Alfredo parecía a un paso de sufrir un colapso, sin embargo, como Luigi lo tenía sujeto, no podría sacar a Damila de allí que era justo lo que quería hacer y con suma urgencia, para luego dedicarse a darle la paliza de su vida a Enzo.

  • Recuerdo que cuando yo andaba por ahí sintiéndome horrible por la muerte de G, y en una ocasión en la que me encontraste llorando en su habitación, decidiste contarme tu historia, ¿pero sabes qué fue lo que más me impactó de ella? – preguntó, pero como él no contestó, ella continuó – Que a pesar del espantoso dolor que te había tocado vivir, habías logrado superarlo y continuar. Sin embargo, el triste espectáculo que estás dando no se corresponde con la imagen del hombre sereno, seguro e inteligente que todos conocemos, te estás dejando arrastrar por el recuerdo de algo que sucedió y que nada garantiza que vaya a volver a suceder.
  • Tampoco lo contrario
  • No, ¿pero vas a amargarte la existencia y a amargárnoslas a los demás, basado solo en una suposición?
  • Tú no comprendes nada – dijo volviendo a su anterior posición de sujetarse la cabeza con la manos
  • No, no comprendo. No comprendo por qué negarte a vivir la alegría a la que tanto tú como Cami tienen derecho. No comprendo por qué te empeñas en retroceder y anclarte en un pasado que estropeará el presente y destruirá por completo el futuro.




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