Destino de Sangre (libro 12. La Boda)

Cap. 10 Epidemia

 

Punta Dorada, julio 2013

Marco Aurelio y Giussepina conversaban con Tonino y Mariana cuando esta última sujetó el brazo de su concuñada.

  • Pina – susurró Mariana con urgencia mirando hacia la parejita que se acercaba

Giussepina Rinaldi, o Pina, como la llamaban todos, era una mujer pequeña y muy nerviosa que pasaba sus días literalmente pegada a una máquina de coser, pues su abuelo materno había sido sastre y ella  había heredado la habilidad, de modo que su sueño de niña había sido trabajar en la sastrería. Sin embargo, cuando se casó con Marco Aurelio Rossi, se desvanecieron sus sueños de trabajar en el negocio familiar, porque sin duda Marco no iba a dejarla, pero nunca se opuso a que siguiese cosiendo. Pina era dulce, pero callada y muy nerviosa como ya se mencionó, y le tenía pánico a la ira de su marido, de manera que cuando vio a su hija avanzar de la mano del joven amigo de la signorina, se llevó las manos a la boca y perdió el color.

  • Permiso – dijo Vladislav cuando llegaron hasta ellos – ¿Señor Rossi, podemos hablar un momento?

Tanto Marco como Tonino se habían girado con sorpresa, pero fue evidente que a ambos se les descompuso mucho el ánimo al ver a Francesca de la mano de aquel individuo, y en realidad Marco Aurelio tenía todo el aspecto de ir a sacudirlo, algo que en realidad estaban esperando las mujeres dado el carácter volátil del sujeto.

  • Francesca, ve con tu madre – dijo Marco en tono helado
  • Disculpe señor, pero ella se queda – contradijo Vladislav y Mariana sujetó a Pina que parecía a punto de desmayarse
  • Escucha, muchachito…
  • Con todo respeto, señor Rossi, pero el que va a ser escuchado aquí soy yo – lo interrumpió él

Los chicos que ya habían notado que algo sucedía, se habían ido acercando con rapidez, y de hecho ya Enrico, Marcelino y Aurelio estaban planeando apresuradamente el cómo sacar a Francesca de escena. La cara de Marco Aurelio había adquirido un intenso color púrpura que no presagiaba nada bueno, pero Vladislav ignoró esto y prosiguió.

  • En realidad no voy a quitarle mucho tiempo, porque lo único que quiero, es hacer de su conocimiento mi compromiso con Francis, y por ese mismo camino, solicitar su autorización para nuestra próxima boda

Si había un nivel superior de asombro, los chicos pensaron que era improbable que llegasen a conocerlo nunca, pero eso no evitó que se moviesen con celeridad, así que Enrico y Marcelino sujetaron a Francesca para apartarla de allí.

  • ¡Ey! – exclamó Vladislav
  • ¡Su nombre es Francesca, y vas a quitarle las manos de encima ahora mismo! – bramó Marco Aurelio

A unos cuantos pasos de allí, una chica rubia se acercó a Luciano con expresión burlona.

  • Vaya que es… interesante esta familia
  • No estás aquí para emitir opiniones que nadie te ha pedido, pero en cualquier caso, en realidad no tienes idea de cuan interesante pueden ser – dijo él sin dejar de prestar atención al drama
  • ¿Estás seguro que a quien hay que vigilar es a la señorita Montiel? Porque a mí me parece…
  • Cierra la boca, Nikita, no me dejas escuchar – la silenció él

Luciano cuya preocupación por Damila aun no había desaparecido, aunque no se hubiese presentado ningún otro incidente, había decidido incorporar a Aleksandra al grupo de vigilancia lejana de Damila, pero con miras a que cuando Ángelo diese finalmente su consentimiento como sabía que a la larga ocurriría, ella estuviese adecuadamente preparada para entrar al círculo de Damila sin despertar sospechas y poder servir de apoyo a Gianpaolo, sobre todo cuando él no podía seguir a Damila, como por ejemplo a los servicios.

Ángelo por su parte, que lógicamente también había notado la alteración, había suspendido su conversación con Domenico y Albano moviéndose con rapidez hacia los Rossi.

  • ¿Qué está sucediendo aquí? – preguntó
  • ¡Questo mascalzone[1]…! – comenzó Marco Aurelio
  • ¡Rossi! – exclamó Ángelo interrumpiéndolo – Ci sono donne presenti [2]
  • La mie scusi, signore – se disculpó Marco muy apenado, pero no menos furioso aun
  • Hice una pregunta – insistió Ángelo
  • ¿Me permite, señor Del Piero? – preguntó Vladislav, y como Marco parecía a punto de ahogarse, Ángelo asintió

Vladislav repitió palabra por palabra lo que había dicho antes mientras Ángelo miraba a Francesca elevando una ceja; la chica enrojeció hasta la raíz del cabello, pero le hizo un gesto de asentimiento. Si esto significaba algo para él, solo ellos sabían de qué se trataba, porque los que no estaban viendo a Vladislav o a Marco Aurelio, y vieron el extraño intercambio, se estaban preguntando lo que no tardarían en imaginarse, aunque a muchos les resultaría increíble.

  • ¡Fuera de aquí antes de que…! – estaba vociferando Marco
  • Marco Aurelio – lo detuvo Ángelo – no voy a negarte los derechos que tienes en esta familia como parte de la misma, pero te recuerdo que quien da las órdenes aquí soy yo




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