Mesina, julio 2013
La historia de la familia Madonia era ampliamente conocida por todos los habitantes de la tierra que los vio nacer, eran admirados por algunos y odiados por otros, pero independientemente del sentimiento, eran una referencia tanto buena como mala de aquel lugar. Sin embargo, los Del Piero eran una referencia histórica a pesar de que llevaban más de 100 años fuera de Sicilia, y aunque sus propiedades en la isla habían sido confiscadas, destruidas o en algunos casos habían pasado a otras manos, todos seguían refiriéndose a ellas como la casa, las tierras o las industrias de los Del Piero. Los mayores habían transmitido a las generaciones que los sucedieron la admiración y el respeto que despertó aquella familia en su entorno, y hablaban de ellos en términos de veneración.
Nicola Gabrielle Del Piero era sinónimo de poder, astucia y amor por su tierra y su familia, pues los que vivieron en la misma época que él, consideraron que las decisiones que tomó para preservar su sangre, enviando a los últimos Del Piero que vieron la luz en su tierra, lejos de la misma, no solo estaban plenamente justificadas, sino que hablaban a gritos del amor que profesaba a su sangre.
Para los sicilianos, los Del Piero eran también sinónimo de trabajo, esfuerzo y capacidad, porque si bien era cierto que siempre fueron los amos y señores, fueron unos de esos pocos que parecían genuinamente interesados en sus empleados proporcionándoles buenos salarios, atención médica y ciertas comodidades que otros grandes terratenientes no tenían en cuenta, mientras que la otra familia referencial que había ido escalando posiciones que era la de los Madonia, y si bien en un inicio Massimo, que fue quien los colocó en la palestra, había sido un individuo íntegro, aunque terriblemente resentido, no sucedía lo mismo con sus sucesores. No era que los sicilianos no estuviesen al tanto de las otras actividades de los Del Piero, o que no supiesen que los Genovesse, sus parientes más cercanos, eran sujetos fríos y peligrosos que no dudaban a la hora de ajustarle las cuentas a sus enemigos, pero aquella sociedad se alzó durante mucho tiempo como defensora de los habitantes de aquellas tierras en contra bien fuese de los invasores o de las políticas que los ahogaban, mientras que los Madonia siempre fueron sinónimo de persecución, pues Massimo, quien se había aliado al gobierno, siempre lo fue de Nicola.
Por todo lo anterior y como se dijo en un principio, a pesar de que los Del Piero llevaban más de 100 años fuera de Sicilia, seguían siendo parte importante de su historia, y para la mayoría de sus habitantes decir Del Piero, era decir Sicilia, algo que los Madonia tenían atravesado en la garganta, y aunque ellos habían alcanzado notoriedad y poder, seguían sintiéndose por debajo de los Del Piero, aunque no lo dijesen, y eso hacía sus vidas miserables.
Aquella mañana de julio y cuando se cumplían 105 años de la muerte de Nicola Del Piero, la comunidad de Mesina se había reunido en lo que seguían llamando la plantación Del Piero, y donde reposaban los restos tanto de éstos como de los Genovesse que habían muerto en su tierra natal. Aquel pedazo de tierra junto con lo que quedaba de la casa solariega que había quedado en ruinas después del terremoto, era objeto de veneración por parte de los habitantes de Mesina, y ni siquiera las amenazas o los ataques de los Madonia habían logrado hacerlos desistir de ir a rendir tributo allí en fechas tan señaladas para ellos como la de la muerte de Don Nicola, la de su hijo Guido que fue la primera víctima de los Madonia, o como el día en el que se conmemoraba otro año del destierro de la familia.
Lo que ninguno de los presentes se imaginaba, era que entre la concurrencia y mientras las mujeres rezaban sus rosarios, colocaban velas encendidas o flores ante las tumbas, había dos Del Piero que miraban todo aquello divididos entre la sorpresa y la emoción.
Unos días atrás, Ángelo había recibido un mensaje breve y conciso que llevaba mucho tiempo esperando.
Ha llegado el momento tío, necesito tu autorización. FDP
En principio no había sabido cómo sentirse, pues aunque siempre había sabido que sucedería, era algo que había quedado guardado en un rincón lejano de su memoria, pero finalmente firmó la autorización con la que Fabiano pudo retirar las cenizas de sus abuelos de la bóveda del banco, y ese día Silvano y él habían sobrevolado los viñedos de Marsala donde habían dejado caer la mitad de las cenizas, y ahora se encontraban en su propiedad de Mesina para dejar el resto de las cenizas, pero no se habían imaginado encontrarse con aquella multitud.
Tanto el uno como el otro caminaron entre las personas escuchando atentamente las conversaciones, y aunque lógicamente la presencia de aquellos dos individuos trajeados de negro (ya que iban con su uniforme de campaña) despertó cierta curiosidad, nadie se dirigió a ellos; y después de un rato, Fabiano arrastró a Silvano hacia la casa en ruinas. Aunque la primera reacción de Silvano fue decir que allí no había mucho que ver, guardó silencio, porque en realidad sí lo había. Los lugareños y si bien no habían podido reconstruir la casa, sí se habían esforzado en mantener lo que quedaba en el mejor estado posible, algo que era evidente tanto por la limpieza como por el apuntalamiento de algunas paredes que en otras circunstancias seguramente ya habrían cedido a los embates del tiempo, por las condiciones en las que habían quedado después del terremoto, así como también habían colocado algunas placas conmemorativas con las fechas de nacimiento y muerte de algunos de los miembros de la familia y alguna que otra vieja pintura.