Palermo, enero 2014
Aunque los Madonia habían acumulado mucho poder en la última centuria, lo que no tenían era el aprecio de los habitantes de Palermo y menos aún delos de Mesina. Sin embargo, el poder es influencia y las puertas que no abría el dinero que también poseían en grandes cantidades, las abría lo primero, de manera que tenían libre acceso a los altos círculos y les importaba poco si aquellas personas los apreciaban o no; el asunto es que debió importarles y lo descubrirían en relativamente poco tiempo.
Una de las características más destacadas de todos los Madonia era su autoritarismo, seguida muy de cerca por su sectarismo, ya que casi todos habían defendido a sangre y fuego la idea de que todo aquel que no pensase y actuase igual que ellos, era excluido de su círculo.
Los Madonia a diferencia de los Del Piero, sí habían intentado inmiscuirse en la política de la isla, algo en lo que les había ido muy mal, pues carecían por completo tanto de la diplomacia como del arte del fingimiento convincente, y el único que había demostrado poseer ambas cosas había sido Gino, quien fuese asesinado por los Del Piero hacía unos pocos años. De manera que los Madonia, y aunque ya habían renunciado a dirigir el destino de los sicilianos por esa vía, seguían esforzándose en hacerlo por otras.
En los anteriormente mencionados círculos de poder, estaban muy conscientes de la existencia de la organización, porque si para el resto del mundo aquello era una fantasía literaria, para los habitantes de aquellas latitudes era una realidad.
En tiempos de Nicola Del Piero, eran ellos quienes en realidad dirigían la política, la economía y la industria siciliana, y aunque Massimo Madonia formaba parte del gobierno y los fastidió tanto hasta el punto de casi extinguirlos y de exiliar a sus futuras generaciones, lo que ni él ni sus descendientes lograrían nunca, sería borrarlos de la memoria colectiva.
No obstante, en lugar de preguntarse por qué o qué estaban haciendo mal, se dedicaron neciamente a perseguir fantasmas o recuerdos, con los muy lógicos resultados nulos, pues evidentemente no se puede matar a un fantasma y no está al alcance de nadie suprimir los recuerdos ajenos.
A pesar de todo lo anterior y si bien los Madonia no se habían ganado el afecto popular, al menos los que dirigían la política, y aunque tampoco los querían, lo que sí tenían era instinto de conservación, de modo que no los enfrentaban de forma abierta, se contentaban con hacerles las cosas difíciles, y se alegraban de manera casi indecente cuando los Del Piero, haciendo ostentación de su suprema arrogancia, les remitían a través de las autoridades competentes de la isla, los cadáveres de sus parientes o allegados.
Por todo lo anterior, aquella fría mañana de diciembre y cuando un muy específico alto funcionario recibió el sobre cuyo sello lacrado ya conocía, abandonó a toda prisa y sin explicaciones el comedor familiar corriendo hacia su auto y marcando a toda prisa por su móvil.
Sin agregar nada más cerró la comunicación y dio órdenes a su chofer para dirigirse al aeropuerto.
Unos minutos después, se encontraban cinco individuos a las puertas del hangar privado, y aunque estaban en silencio, se percibía con claridad la expectativa. Un auto a todas luces gubernamental, se detuvo y bajaron otros dos sujetos que era a quienes estaban esperando, pues enseguida abrieron las puertas y pudieron entrar. En el interior del hangar se encontraban cuatro uniformados, aunque no eran policías sino que pertenecían a las fuerzas armadas y adoptaron posición de firmes en cuanto hicieron su entrada los recién llegados.
El sujeto rompió el sello y comenzó a leer, pero un minuto después emitió una exclamación.
Los uniformados se apresuraron a obedecer mientras los demás miraban con extrañeza a quien había dado la orden, porque usualmente y después de hacerlo él, leía en voz alta la por lo general corta misiva que se componía de solo dos cosas; una era la identidad del cadáver que remitían, algo sumamente necesario dadas las condiciones en las que los dejaban; y la segunda era un muy formal agradecimiento a las autoridades por su colaboración.
Entre los presentes no había niños, pues todos eran hombres hechos y derechos, siendo el más joven uno de nombre Alessio Casarino, y por joven, entiéndase que tenía menos edad que los demás, pero ya andaba por los cincuenta; no obstante, cuando miraron dentro de los dos ataúdes, todos compusieron expresión de horror.
Naturalmente lo que se ve a través del vidrio una vez que se levanta la tapa, es un cadáver, y aunque en esta ocasión no fue diferente y a pesar de que ya habían visto otros envíos semejantes, lo que estaban viendo en aquel momento costaba creer que alguna vez hubiese sido una persona, pero adicional a eso, la parte interior de la tapa estaba tapizada de fotografías que databan con escalofriante precisión el sufrimiento de aquel individuo.
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Editado: 26.06.2022