Destino de Sangre (libro 14. Familia)

Cap. 4 Hijos y nietos

 

Punta Dorada, agosto 2017

Después que las cosas habían vuelto a su lugar con Kelly y antes de que los gemelos naciesen, Ángelo leyó nuevamente el extenso informe que Luciano le había facilitado con relación a Francisco Javier.  A pesar de que ya lo había leído varias veces, este era un trámite sumamente necesario para tener una idea más o menos clara de por dónde iban los intereses y talentos del hijo mayor de su mujer, porque éste a diferencia de Iván Damilo con quien mantenía una estrecha relación y de hecho el payaso aquel lo llamaba por lo menos una vez a la semana, según él, para asegurarse de que su madre no le hubiese clavado una estaca en el corazón, con el mayor hasta una simple conversación era difícil.

Sin embargo, ya Ángelo para ese momento había logrado algunos adelantos, porque a raíz del nacimiento de Sofía y gracias al tiempo que habían pasado con ellos, Ángelo había aprovechado diligentemente la pequeñísima brecha de comunicación que se había abierto y había desplegado todo el encanto Del Piero del que hacía poco uso, pero que naturalmente poseía, logrando así establecer el primer puente.

No obstante, y como Ángelo no era estúpido, no se fue derecho  darle en la cabeza con su propuesta, sino que comenzó primero a llamarlo con frecuencia y en principio para preguntarle por Sofía, pero poco  a poco fue interesándose por su trabajo y así quedó establecida una línea de comunicación quizá no tan fluida como  que mantenía con Iván, pero sí bastante sólida.

En oportunidad del nacimiento de los gemelos, habían conversado mucho más, y para navidad Ángelo consideró que ya Francisco Javier estaba preparado para escuchar su propuesta y tuvo éxito, porque Francisco Javier a diferencia de su hermano, nunca había querido abandonar su patria. Tampoco tuvo tantos problemas como imaginó podía haber tenido con la casa que le había obsequiado a la pareja, aunque de eso se encargó Kelly argumentando que era el regalo de ambos por el nacimiento de Sofía. De manera que ahora Francisco y Fernanda vivían a unas pocas calles de la mansión y Sofía pasaba la mayor parte del día en ésta mientras sus padres trabajaban, y esta pequeña señorita formaba parte del grupo liderado por Ángelo  Silvano.

AS como lo llamaban todos, tanto para acortar como para diferenciarlo de los primeros portadores del nombre, a sus escasos cinco años ya había demostrado haber asimilado de manera maravillosa tanto la personalidad como las enseñanzas de su díscolo padrino, aunque él lo negase. AS había heredado el cabello oscuro de sus parientes maternos, pero los ojos claros de su progenitor, solo que no eran exactamente azules como los de Cris, sino más bien grises, aunque muy claros, pero hasta allí llegaba la herencia de sus padres, porque en lo demás parecía hijo de Silvano por donde se lo viese. Era inquieto, hablador, payaso y hasta hablaba con el ceceo español, aunque no tan pronunciado como el de Silvano, lo que en principio desmentía la aseveración de éste en cuanto a que no pasaba mucho tiempo con el niño. El último año, el niño se lo había pasado haciéndole la vida miserable al pobre Cristian para que éste le comprase un avión, pero obviamente no quería uno de juguete de los que tenía una extensa colección, sino uno de verdad, y si ya Cristian quería asesinar a Silvano por el comportamiento de su angelito, quien por cierto no podía llevar un nombre menos a propósito, el deseo se intensificó de manera exponencial. Y para coronar todo el asunto, en los últimos tres meses, el niño lo que había estado pidiendo con insistencia era una guitarra, y aunque aquello era mucho más fácil de conseguir, Cristian seguía queriendo apalear a Silvano.

Damilo Albano, Sofía Alejandra y Johan Enrico, quienes a la fecha tenían cuatro años, eran los que habitualmente secundaban a AS en todo. Damilo solía ser el elemento de distracción junto con Johan, pues aquel par de criaturas en verdad eran sumamente parecidos a sus progenitores, así que las maestras, criaturas muy tontas en opinión de Ángelo, se quedaban mirándolos embobadas mientras AS y Sofía estaban tirando el aula.

De ahí para abajo todos estaban muy pequeños aun y sus padres pensaban muy equivocadamente, que su ingreso al jardín de niños no sería especialmente problemático, algo muy necio si se molestaban en revisar la indecente cantidad de notificaciones que Ángelo tenía cuidadosamente archivadas y que les habían sido enviadas por cuenta de los angelitos.

Lo cierto era que desde inicios del último año y cuando Damila le comentó a Giulio que ya para el venidero año escolar tendrían que inscribir a los gemelos y a Giuliano en la escuela, primero el pobre sujeto casi sufre un colapso, pero después de ser debidamente sacudido por su mujer, se fue derecho a inspeccionar las instalaciones, mismas que como cabía esperar le parecieron del todo inadecuadas y aseguraba que sus hijos iban a asfixiarse en aquel  agujero; y como Giulio era Giulio, resolvió de lo más arbitrariamente, tirar toda el área para construir algo decente. Aunque era muy posible que con posterioridad se mostrasen agradecidos, cuando comenzaron los trabajos, ciertamente el personal no estaba nada contento.

A pesar de que los gemelos eran los hijos de Giulio y Damila, Giuliano Alfredo tenía el mismo estatus que los anteriores y los tres eran tratados del mismo modo por la pareja, y naturalmente por todos los demás. No obstante, Marcelino que era el Rossi que se había dedicado a la medicina, vio lo que le pareció un enorme problema y se iría derecho a hablar con Samuel. Lo que preocupaba a Marcelino era que no solo Giuliano, sino los gemelos, parecían tener una terrible confusión con la figura paterna, porque por ejemplo, Giuliano llamaba papá  tanto a Fredo como a Giulio, mientras que los gemelos llamaban G a su padre y papá al sujeto más improbable, equivocado y quien nunca podría serlo ni de ellos ni de nadie. Luciano. Nadie entendía muy bien esto ni nada en realidad de aquella extraña ensalada, aunque el otro incordio, léase Silvano, sostenía que durante el primer año y medio de vida de los gemelos, Luciano había pasado más tiempo en la habitación de los niños que trabajando, pero más específicamente, podía pasarse toda la noche contándole historias a la gemelita, y de hecho, fue ella la que comenzó a llamarlo  papá y después había sido imitada por su hermano. Afortunadamente para el padre que sí lo era, las criaturas se mostraron lo bastante generosas como para que G fuese su primer intento de expresión lingüística, de manera que él estaba tan groseramente feliz que no se mortificó por lo otro.




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