Cap. 32 Historias II
Punta Dorada-Bolonia, agosto 2018
Los niños pasaron los próximos dos meses al cuidado de los miembros del GA mientras el departamento de informática se encargaba de reunir toda la información pertinente con relación a ellos. Al final de esos dos meses y cuando Luciano se presentó de nuevo, los niños se alegraron de verlo, pero Darío se alegró más que ninguno, pues había estado preguntando por él a diario.
- ¿Cómo te sientes? – le preguntó Luciano y el niño se limitó a asentir, así que él elevó una ceja – ¿Qué significa eso?
- No lo puedo creer – dijo Ian – Te dispararon en la espalada no en el cerebro, Darío
- ¿Y eso qué tiene que ver? – preguntó François
- Vamos hombre, todos sabemos que es el tipo más hablador del mundo y ahora parece Marco – dijo Ian
- Error, te aseguro que nosotros tenemos al más hablador – le dijo Bruno que había viajado con Luciano
- Pues no conozco al suyo, pero conozco a este y le aseguro que no para de hablar nunca
- ¿Estás escuchando, Speedy? Parece que tienes competencia, aunque…
- Ya escuché y voy en camino para ver a mi otro yo
- ¿Darío? – insistió Luciano
- Estoy bien… señor – contestó el niño
Le hizo algunas preguntas más tendientes a establecer qué tan bien estaba y cuanto recordaba de lo sucedido, pero eso quedó suspendido cuando entraron Dante y Astor. No obstante, y aunque lógicamente Dante había entrado hablando, Luciano no tuvo ocasión de hacerlo callar, pues notó la pequeña mano que se había aferrado a su brazo, pero como no veía un motivo para la aprensión de Darío, juntó las cejas y lo miró, aunque eso y si bien confirmó el terror del niño, no le dio una respuesta o al menos no de él.
- Vaya, vaya – escucharon que decía Astor – mira nada más a quién tenemos aquí
- Siendo que tenemos a varios, sería útil que…
- Cierra la boca, Speedy – le ordenó Luciano – ¿Racer?
- Ese chico tiene una cuenta pendiente conmigo – contestó él – aunque no pude alcanzarte en esa oportunidad, finalmente…
- Yo no le debo nada
- Ah sí, pues mi auto…
- Racer
- Este fue el pilluelo que intentó robar en una ocasión el espejo retrovisor de mi coche
- El que se te escapó – dijo Luciano en forma maligna
- Pero no lo hice – insistió Darío
- Porque te atrapé
- Ya basta, Racer – le dijo Luciano y miró al niño – no le hagas caso, puedes intentar quitarle la cabeza y lo olvidará, pero hazle un rasguño a su coche, e intentará arrancarte la cabeza, pero como yo le acabo de ordenar dejarte en paz, no tienes nada que temer
- ¿Y por qué iba a obedecerle?
- Porque tiene que hacerlo – enfatizó Luciano – suponiendo claro que no quiera terminar en un calabozo
- Eres su jefe – dijo el chico
- Algo así
Darío se relajó y salió junto con los demás rumbo al comedor, pero como Luciano parecía tener otros planes, lo detuvo.
- ¿No vienes con nosotros?
- Debo ir a otro lugar
- ¿Puedo ir contigo?
- Debes comer
- Pero no tengo hambre
- Lucky, creo que aquí hay otro que irá por ahí con una medalla con tu cara como Hunter – dijo Dante
Luciano no agregó nada más, pero Dante se hizo cargo de Darío conduciéndolo al comedor junto con los demás. Una vez allí, se inició la verdadera batalla entre él y Astor, con lo que los que escuchaban pudieron comprobar que en verdad el muchachito no solo era hablador, sino muy irritante.
- Puedo enviarte a la cárcel que en cualquier caso es donde terminarás con toda seguridad – dijo Astor cuando se hartó
- No, no puedes, porque tu jefe te enviará a ti al calabozo si me haces algo
- Uyyyy – exclamaron varias voces tanto presentes como por los DTR
- Pero yo saldré de allí, mientras que tú eres un pequeño delincuente que no saldrá de la cárcel nunca
- No soy un delincuente, tipos como tú me obligaron a robar, porque tú lo tienes todo pero yo no, tenía hambre y la única manera de comer era robando ¿estamos?
- Eso no…
- Ya déjalo en paz, Racer – escucharon a Luciano
- Y si por cualquier motivo no lo haces, independientemente de lo que te haga Lucky, yo voy a romperte tantos huesos como sea posible – escucharon la furiosa voz de Bianco
Aunque Astor no sustentaba las mismas ideas de Bianco con relación a que niños como Darío habían nacido sin ninguna oportunidad y por eso actuaban como lo hacían, ya que él seguía pensando que si Bianco había podido todos podían, lo que sí tenía era un saludable instinto de conservación, y todos sabían que Bianco podía hacerlos polvo con una mano atada a la espalda, de modo que dejó al niño en paz, aunque en realidad nunca había tenido verdaderas intenciones de hacerle nada y solo lo molestaba por lo irritante que estaba resultando.