Destino de Sangre (libro 14. Familia)

Cap. 39 Extraño

 

Punta Dorada, octubre 2018

Franco cerró el libro de química, el cuaderno de notas y sonrió, pues recordó a Gianni y se preguntó cómo le estaría yendo con aquella materia que detestaba. Franco sabía que Giancarlo era muy inteligente, pero por algún motivo odiaba con vehemencia la química, algo que descubrieron el año anterior cuando comenzaron a verla; Franco lo había estado ayudando, porque aunque Renzo era muy bueno con todas las materias de ciencias, lo que no tenía era la habilidad para explicar nada. Por ese mismo camino recordó a Amelia y a Aniella preguntándose cómo les estaría yendo a ellas, pues él sabía positivamente, que a ninguna de las dos le gustaba estudiar y solo esperaba que Dino estuviese cumpliendo con su encargo en aquel aspecto también. Dino era un año mayor que él y bastante juicioso para los estudios, pero aunque la última cosa que habría pensado hacer era enseñar nada a nadie, Franco le había arrancado la promesa de velar porque las niñas cumpliesen con los deberes y las ayudase en caso de ser necesario, pues Gianni no podría con todo. Giovanna también lo preocupaba, pero en otro sentido que cualquiera habría considerado absurdo, porque la preocupación de Franco obedecía a que Giovanna parecía no tener idea de cómo divertirse y se pasaba la vida metida de cabeza estudiando; él sabía que no le costaba tanto, pero era sumamente obsesiva y siempre quería no solo tener todo al día, sino ir un paso por delante, de manera que comenzaba a leer y a estudiar los objetivos antes de que se los diesen en clase. Por lo anterior, él se encargaba de fastidiarla lo suficiente para que hiciese otras cosas, pero ahora que no estaba, nadie se ocuparía de eso y más bien estarían contentos de que la chica estuviese en su habitación o en la biblioteca en lugar de dándoles la lata por lo que hacían o pensaban hacer. Habría podido encargarle aquel trámite a Tony, pero prefirió no hacerlo, porque había notado que el chico miraba a Giovanna con ojos soñadores y eso era mal asunto; no se trataba de los celos habituales que mostraban los varones por las niñas de su familia, sino que tal vez Franco era el único que había notado que Giovanna no era tan dulce como todos pensaban y estaba seguro que era perfectamente capaz de sacarle el corazón a Tony sin que se le alterase ni un solo músculo. Él había sido personalmente testigo, de cómo se comía vivo a más de un cretino que había intentado fastidiarla o fastidiar a alguien más que por cualquier motivo le interesase a ella, así que no, poner a Tony en aquel aprieto le pareció cruel.

Después de guardar las cosas, recogió su mochila y abandonó la sala de estudio, miró la hora y decidió que aún tenía tiempo antes de la comida, así que salió del edificio y caminó hacia la pista de entrenamiento que a aquella hora estaba vacía, la atravesó y fue a tirarse en el césped bajo la sombra de un árbol, cerró los ojos y se trasladó a casa.  A esa hora su madre debía estar ultimando los detalles del almuerzo con su tía Angélica y con Rosa. En ese momento casi pudo sentir el olor a las especias como el laurel, la albahaca y el romero, o el sabor del pesto. Recordó las muchas veces que se había colado en la cocina para robarse algunas Amaretti para Piera, y esto hizo que se le dibujase una sonrisa en los labios.

  • Rossi – escuchó y maldijo para sus adentros
  • ¿Qué quieres, Candy?
  • Pues de querer…
  • Déjalo en paz, Candy – escuchó que decía Zahir

Francesco era un chico muy práctico, de manera que había decidido que si aquel sujeto le tenía manía era su asunto, y como no era su caso, simplemente no le prestaría atención. Sin embargo, en verdad Jaro se empeñaba en fastidiarlo siempre que podía y la buena voluntad se le estaba esfumando a Franco muy de prisa.

Escucharon la alarma que anunciaba la hora de la comida, lo que evitó que Jaro pudiese fastidiarlo al menos en ese momento. Franco esperó un poco mientras los escuchaba alejarse, pero cuando abrió los ojos para ponerse de pie, notó que Zahir seguía allí.

  • ¿Qué? – le preguntó
  • Nada, solo quería asegurarme de que habías escuchado el timbre – le dijo y comenzaron a caminar – ¿Eres católico? – preguntó el chico
  • ¿Por qué habría de interesarte eso?
  • No soy tu enemigo, Rossi – dijo él – que Candy se comporte como un idiota contigo no significa que todos seamos como él
  • Tienes razón y lo lamento – se disculpó Franco – y no, es decir, nací en una familia católica, estoy bautizado y toda la cosa, pero hace un tiempo decidí que no somos piezas de ajedrez y que nuestra vida no depende de un tipo sentado frente a un tablero moviéndonos a su antojo – le dijo y luego agregó – ¿A qué obedece la pregunta?
  • Curiosidad, porque todos aquí parecen no creer en nada
  • Yo creo en mí – dijo Franco
  • Lo imagino, pero me refería a Dios
  • ¿Y eso es importante por…?
  • No estoy muy seguro, pero creo que todos necesitamos creer en algo, no sé… algo que nos de esperanza
  • De lo que deduzco que tú sí crees en ese algo ¿no?
  • Sí y no
  • Interesante respuesta, pero poco informativa

No obstante, Zahir no podría aclarar nada al menos de forma inmediata pues habían llegado al comedor.

  • ¿No vienes? – preguntó Zahir
  • No quiero que me caiga mal la comida – le dijo alejándose hacia una mesa vacía una vez que retiró su bandeja




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