Destino de Sangre (libro 15. Sicilia)

Cap. 5 Nada qué hacer

 

Luigi se llevó la mano a la cabeza mesándose los cabellos, signo de cansancio y apartó la carpeta. Aquella era la parte que menos le gustaba de su trabajo, porque si bien era cierto que había estado muy contento con su ascenso, pues aquello significaba no solo que lo estaba haciendo bien, sino que su quisquilloso primo confiaba en él, lo que había descubierto casi con asombro era que en verdad le gustaba el diseño, le apasionaba trazar los planos y que era tan bueno para idear como para plasmar en ellos las ideas de otros, y disfrutaba enormemente el ir a inspeccionar las obras y ver como poco a poco iban trasladándose del papel a la realidad los proyectos. Sin embargo, el cargo que ahora ocupaba traía aparejadas muchas horas de revisar el trabajo del equipo que tenía a su cargo y eso le gustaba más bien poco, porque como le había dicho Kelly cuando se lo había comentado, él era un creativo; pero aun así, en algún momento entendió que aquello también era importante y lo hacía con igual responsabilidad.

  • Señor – escuchó y abrió los ojos – P 1.014 listo para iniciar ejecución
  • Bien – le dijo a su asistente

Luigi también se había descubierto muy ordenado, de manera que todos los proyectos en lugar de ser catalogados con un nombre, y aunque lo tenían, había ordenado fuesen etiquetados con una numeración y de esa manera él podía identificarlos con mayor rapidez.

  • Agenda – le dijo al asistente que procedió a exponer las actividades del día siguiente

Luigi parecía haber copiado a su tío en muchos aspectos y aquel era otro, pues se negaba a trabajar en forma directa con mujeres, y aunque en el departamento había arquitectos e ingenieros de sexo femenino, o bien se las entendían con los demás o le hacían llegar cualquier cosa a través de su asistente. Esto había causado la hilaridad y las pesadas bromas de Doménico que eventualmente iba a visitarlo.

  • ¿Qué sucede contigo, Luigi Genovesse? Antes opinabas que no había mejor panorama para trabajar que uno que estuviese rodeado de hermosas señoritas
  • Trabajaba en un burdel – dijo con su acidez habitual
  • ¡Óyeme! – exclamó Doménico – Estás hablando de Seven
  • Que sea costoso no cambia lo que es

Aunque eso era cierto en parte, no en su totalidad, porque Seven  era un exclusivísimo club con una amplia variedad de opciones; pero Doménico optó por reír y decidió pensar que aquello obedecía al ácido humor de su primo, pero un poco después comenzaría a preguntarse a dónde se había ido el Luigi que conocía, pues definitivamente no era aquel. Era cierto que Luigi en verdad trabajaba y lo hacía bien en Seven, pero en aquel entonces era un sujeto más simpático y de risa fácil que conocía a todo el mundo y ese universo lo adoraba; sus clientes se peleaban porque fuese Luigi quien organizase las fiestas, porque bastaba con que ellos mencionasen la temática de la misma para verla hecha realidad tal y como lo querían y muchas veces mejor. No era menos cierto que también solía meterse en muchos líos y no todos salían bien, como había quedado demostrado con el que obligó al exilio del chico, pero Doménico pensó que definitivamente en el tiempo que estuvo fuera del país, algo de seria naturaleza tenía que haberle sucedido y le molestaba que no se lo hubiese dicho, pues eso se traducía en su mente como que no confiaba en él. Lo que Doménico no habría sido capaz de pensar de ninguna manera, era en que Luigi había crecido, que había madurado y que ya no era el niño brillante pero díscolo, que él había protegido, y que se había convertido en un hombre no menos brillante, pero responsable y comprometido con un trabajo mucho más acorde con sus capacidades. 

  • ¿Tengo pendiente algo más? – preguntó Luigi después de aprobar las actividades del día siguiente
  • No señor – contestó el asistente pensando que eso sería imposible, pues aquel sujeto trabajaba como si pensase morir al día siguiente
  • Bien, puede marcharse
  • Gracias señor

Antes de marcharse, dejó una caja sobre el escritorio y salió. Luigi miró el ordenador, pero como no había estado haciendo nada en él, sonrió a los rostros que le sonreían desde la pantalla ocupada por las tres mujeres de su vida, es decir, Kelly, Damila y Pierangeli. Se levantó, tomó la caja y salió.

  • ¿Es que no se aburren? – preguntó Hans señalando la caja
  • Es obvio que no

El comentario obedecía a que no había un miércoles o un viernes en el que Luigi llegase a casa sin la caja de donas para Damila, pero la misma había crecido en los últimos años, aunque había variado un poco, porque si bien Damila seguía amando las de chocolate y su hijo parecía igual de maniático con aquel dulce, la gemela las prefería rellenas de frambuesa, algo sin duda herencia de su progenitor a quien gustaba mucho aquella fruta, y las que gustaban a  Giuliano revolvían el estómago de Luigi, porque el incordio aquel mataba por las rellenas de dulce de leche.

A pesar de que Luigi no lo habría dicho, aunque su vida dependiese de ello, Pierangeli era su delirio, pero extrañamente teniendo en cuenta que Fredo casi lo detestaba, la relación de Luigi con Giuliano era excelente, y a pesar de que el chico era muy pequeño aún, ya aseguraba que sería arquitecto como su tío Luigi, algo que llevaba por la calle de la amargura a Fredo, quien si hubiese sido lo bastante formal y más parecido a un padre tradicional y hubiese pensado en el futuro profesional de su hijo, posiblemente habría esperado que copiase a Giulio, pero en ningún caso a Luigi.

  • ¡Tío! – exclamaron varias voces cuando entró al salón
  • Niños
  • Mamá y Piera no están – dijo Giuliano
  • ¿Disculpa?
  • Dark se puso enfermo y…




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