Destino de Sangre (libro 15. Sicilia)

Cap. 13 Reacciones

 

Unos momentos antes de que se diese la alarma, Giulio había llamado a su asistente.

  • ¿Al, tenemos a alguien citado para hoy?
  • Tienes una reunión con el señor Genovesse para la discusión y aprobación del presupuesto de la tercera etapa del proyecto habitacional Zafiro III, y después pautaste una cita con Marcelo Rossi

Giulio lo pensó un momento antes de decidir. A Luigi podía decirle que revisarían el proyecto al día siguiente, pues sabía que podía retrasar su salida hacia el complejo. En el caso de Marcelo, sabía que el chico lo que le había pedido era que le echase un vistazo a su proyecto de grado, pues él estaba por recibirse de arquitecto y según le había comentado, su tesis se basaba en algo que le había escuchado al mismo Giulio, y aquello ya estaba  muy retrasado.

  • Avísale a Luigi que nos reuniremos mañana, yo me ocupo de hablar con Marcelo – dijo poniéndose de pie
  • ¿Acaso olvidé alguna cita? – le preguntó al verlo dirigirse a la puerta
  • No seas necio Al, eres casi una agenda electrónica y no, no olvidaste nada, solo quiero irme a casa
  • ¿Te sientes mal? – preguntó en tono de preocupación
  • No – dijo en forma distraída, lo que aumentó la ansiedad de Alfredo, pues lo normal habría sido que le contestase alguna pesadez – Voy por Mila

Alfredo estaba en una situación muy parecida a la de Nino y Damila, porque a pesar de que él no era familia, sentía en principio, veneración por aquel joven e incansable individuo, pero con el tiempo la admiración se había convertido en afecto y hoy eran buenos amigos. Giulio había hecho con Alfredo lo mismo que hiciese Ángelo con Antonio, solo que tanto Giulio como Alfredo eran mucho más jóvenes. Ángelo le había permitido a Giulio tener un asistente desde que comenzó su tercer año en la facultad, porque en verdad Giulio se dedicaba con ahínco a sus estudios y al trabajo, pero estaba descansando poco, así que Ángelo le había permitido aquello e incluso le dio la libertad para escogerlo él mismo, y el escogido había sido Alfredo Capobianco. Alfredo había comenzado la carrera con Giulio, pero en otra sección, sin embargo, había perdido un año y casi dejó la facultad, porque su padre había muerto de forma repentina y siendo que él era no solo el único varón, sino el mayor, quedó a cargo de su madre y sus cinco hermanas. De no haber sido por Luciano, Giulio nunca se habría enterado de nada de esto, pero cuando él le había planteado al primero que fuese a trabajar con él, y como ciertamente Luciano no podía, pero siendo tan condenadamente entrometido como era, sabía lo anterior y le dio una solución por la que tanto Giulio como Alfredo, siempre le estarían agradecidos, porque Alfredo había resultado no solo eficiente sino discreto y muy leal, y Giulio había conseguido un asistente excelente que terminaría convirtiéndose para él, en lo que era Antonio para Ángelo. Sin embargo, Alfredo llegaría a pensar que la vida tenía algo en su contra, porque, a pesar de que no había perdido el trabajo, se sintió devastado con la muerte de Giulio, pero más tarde y una vez superada primero la incredulidad y luego la sorpresa de que en realidad seguía vivo, se sintió enormemente feliz y ni siquiera lo pensó cuando Giulio le planteó su traslado permanente a Punta Dorada. No obstante, por toda la experiencia  vivida, él, al igual que Nino y Damila, se imagina cualquier cantidad de horrores cuando Giulio se quejaba aunque solo fuese de un dolor de cabeza.

Giulio se encaminó hacia las escaleras, pues el departamento de personal estaba solo a dos pisos del de la directiva, así que Fredo dejó a Leonardo y corrió alcanzándolo.

  • ¿Olvidaste la utilidad de los elevadores?
  • Solo voy a buscar a Mila
  • ¿Por qué?
  • Porque quiero que nos vayamos a casa

Fredo iba a preguntarle si había hecho algo del tipo que hubiese enfurecido a la señora Del Piero, pues era más usual ver a Damila en el piso de la directiva que a Giulio en el de personal, porque Damila, que era definitivamente maligna con el pobre sujeto, le dijo en una ocasión que él no tendría derecho a quejarse y menos aún a montar un número de celos si algún infeliz la miraba más de lo conveniente, porque cada vez que él iba a verla, las aseadoras debían ir enseguida a trapear el piso, pues las chicas se ponían a babear apenas lo veían; como aquel chico se lo tomaba todo a lo trágico, había decidido no ir a ese piso ni a ninguno en realidad, y eran los demás los que iban a verlo a él. Sin embargo, prefirió no hacer preguntas y ya se enteraría, quisiera o no, si en verdad Giulio había molestado de algún modo a Damila.

  • Buenas tardes, señor Del Piero – dijo la asistente de Damila
  • Signorina – dijo él tono seco y siguió sin detenerse, pues independientemente de con quién o qué estuviese haciendo Damila, nadie iba a impedirle  el paso a él
  • Discúlpalo preciosa, no es que sea muy simpático
  • No tengo nada que disculpar, señor Rossi
  • Te he dicho que yo no soy él y que puedes llamarme Fredo, y por otra parte, aún no has aceptado mi invitación a…
  • Eso es porque es una chica inteligente – lo interrumpió Gianpaolo
  • Linda, no me digas que has estado escuchando a este  individuo, aunque imagino que como no se calla nunca, no has tenido más alternativa, pero…




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