En Punta Dorada habían tenido un par de días horrorosos, porque si bien Luciano solía informar a Ángelo de las actividades que llevaba a cabo para fastidiar a los Madonia, lo hacía de forma general, mientras que Giulio exigía especificidad, y Luciano sabía que no podía ser de otra manera, porque si Ángelo era controlador, lo era más que todo porque lo supiese o no, había sido educado y preparado para estar en el puesto de poder que ostentaba, y en el mismo era vital para la supervivencia tener el mencionado control; mientras que Giulio había sido obsesivo desde siempre y Luciano no había concluido si era que eso formaba parte de su personalidad o si se había desarrollado a raíz de su problema de escritura, pero el asunto era que su obsesión abarcaba el tener todo bajo control. De manera que por lo anterior, tenía que explicarle hasta el más mínimo de los detalles de cualquier operación, pero cabe destacar que en más de una ocasión lo había amenazado con no contarle nada más, pues los escándalos que había organizado Giulio terminaban por agotar la paciencia de Luciano. A pesar de sus amenazas, Luciano seguía informándole todo, sin embargo, en esta última ocasión, la información fue precisa en lo concerniente a casi toda la operación, pero muy poco específica con relación a su parte, y a pesar de la precaución, Giulio enfureció lo mismo, pero Luciano pasó un conmutador imaginario, pues si no lo hubiese hecho, habría terminado sacudiendo al necio aquel, pero finalmente Giulio se había calmado.
Luciano había logrado salir de aquella reunión sin daños, pero quienes sufrirían las consecuencias serían los demás y eso incluía a Damila, ya que el día de la partida de Luciano, Giulio había cometido una enorme insensatez.
Ángelo se había puesto violentamente de pie y había comenzado a gritarlo a él, pero Enzo y Marino evitaron que pasase a la violencia física, y aunque pensaron que Giulio ni siquiera lo había escuchado, no era así.
Aquello había sucedido, porque Damila que se había levantado de la mesa sin finalizar el desayuno, le había dado un apresurado beso a Ángelo y había corrido hacia la puerta del comedor donde estaban Fredo y Gianpaolo que eran los que habían avisado que estaban listos para salir. La chica se quedó paralizada al escucharlo y aún estaba aferrada al brazo de Gianpaolo cuando Giulio se marchó.
Marino sonrió y pensó que aquella chica definitivamente era muy especial, pues cualquiera habría esperado que conociéndola, estuviese molesta o como mínimo asustada, pues Giulio nunca la había tratado así, lo que demostraría en principio que no la conocían en lo absoluto, pues ella no era una frágil chica como Vittoria por ejemplo, quien aunque no era con ella el asunto, no había dejado de llorar, y lo que sí era, era una muy inteligente.
Enzo por su parte, aunque conocía bien a Mila, también había vivido los cambios de humor de su mujer durante el embarazo y sabía que éstos podían hacerlas reaccionar de formas inesperadas, pero de quien había estado ocupándose era de Ángelo.
Finalmente Ángelo entró en razón, pero lo verdaderamente afortunado para Giulio, fue primero que ni Franco, ni ninguno de los chicos en realidad, estuviese en el comedor, pues estaban en el gimnasio sufriendo a manos del primero; y segundo, que Damila estuviese aferrada al brazo de Gianpaolo, porque si Ángelo quería sacudir a su sobrino, Gianpaolo le habría roto el cuello o como mínimo la boca y algunas otras partes de su humanidad. De manera que en líneas generales, aunque los niños a diferencia del padre, no sabían en qué andaba Luciano, aquella operación tenía igualmente mal tanto al padre como a los hijos.
Piero prácticamente se había encerrado en el mundo mágico de su madre, y Piera estaba muy susceptible y por todo lloraba, de modo que ante esa situación Giuliano se sentía perdido.
Ángelo Silvano, que era el mayor de aquella generación, había decidido que aquello de mundo mágico era demasiado largo, así que lo llamaba MM y todos hacían lo mismo.