Destino de Sangre (libro 15. Sicilia)

Cap. 25 Se cierra la trampa

 

La mañana no había comenzado especialmente bien para las autoridades de Palermo, pues tenían dos cadáveres con los que no sabían qué hacer. Bien mirado aquello era absurdo, porque sabían perfectamente de quienes se trataba, y en el caso de uno, había una indecente cantidad de testigos que no solo lo habían sido de lo sucedido, sino que juraban saber quién lo había hecho. El caso del segundo, aunque no había testigos, no eran necesarios, pues llevaba encima la misma firma que dejaron en el anterior, y era una muy conocida por cualquiera que hubiese nacido en aquel lugar.

No obstante, por una parte, a nadie le hacía gracia decirle a ningún Madonia que tenían los cadáveres de Alfredo y Donatello, y por la otra, antes de tomar una decisión, les llegó una orden que no podían desobedecer pues venía de muy alto, en el sentido de mantener el silencio hasta que se les indicase lo contrario.

A Donato tampoco le había ido muy bien, pues Tomasino no lo había soltado hasta muy tarde, y cuando finalmente lo dejó libre, no pudo localizar a Sandra, la chica tras la que había estado y con la que aún no había logrado nada, porque cuando finalmente había conseguido montarla en un avión rumbo al lugar más romántico del planeta, en opinión de las féminas que había conocido, de nuevo su padre le fastidió las cosas con lo que le había contado del individuo que quería verlo, lo que hizo que Donato tuviese que regresar con mucha precipitación. Y para empeorar su día, llegó a su casa con mucho alcohol encima y nula paciencia para hacerle frente a la histeria de su mujer.

  • ¡Son las cuatro de la mañana, Donato!
  • Si me interesara la hora, no te la preguntaría a ti precisamente – le dijo intentando seguir

Pero si tenía la lejana idea de poder descansar, no estaba ni cerca, porque la necia de Cecilia, y conociéndolo sin duda lo era, siguió fastidiándolo hasta que Donato perdió su escasa paciencia y le acomodó una paliza con la que faltó poco para que la enviase al hospital. Después de eso ya pudo dormir en paz y sin sospechar que, a aquella hora, todos sus hijos estaban muertos.

Los que trabajaban para los Madonia, y salvo contadísimas excepciones, les profesaban una lealtad muy discutible, pues estaba basada en el miedo y no en el respecto, la admiración o el afecto. De manera que esa mañana, y como habría sido casi imposible mantener en silencio las violentas muertes de Alfredo y Donatello, especialmente la del primero que había sido asesinado en un Club donde hubo tantos testigos, los rumores comenzaron a correr muy temprano y los empleados de aquella familia fueron los primeros en enterarse, pero nadie tuvo ni ganas ni intención de contarle nada a Tomasino, y él llegó a su oficina sin tener ni la más mínima idea de lo que se le avecinaba.

***************************

Cuando Luciano entró, efectuó la primera evaluación comprobando lo que ya Ivo y Diego le habían informado con relación al número aproximado de guardias y efectividad del sistema de seguridad.

  • Buongiorno signorina – saludó a la chica que estaba en la recepción
  • Buon… – la joven abrió mucho los ojos y pareció quedarse no solo sin palabras, sino sin respiración cuando miró al visitante

Luciano era muy consciente de su atractivo y sabía cómo administrarlo a su conveniencia, aunque eso no necesariamente suprimía su acidez.

  • ¿Se siente usted bien? – le preguntó a la chica en tono que dejaba claro que no le importaba – ¿Desea que busque ayuda? – y ella negó – ¿Eso significa que no se siente bien o que no necesita ayuda? – preguntó en el mismo odioso tono

Los que escuchaban en la sala del GA, entendieron por qué Luciano no quería escuchar a sus compañeros, pues los comentarios de los agentes a los que ellos sí estaban escuchando, eran aparte de muy groseros muchos de ellos, algo que no habría causado ningún efecto en aquella mata de indiferencia, también parecía que todos estuviesen diciendo algo y eso sí podía ser una distracción que por fuerza le podía restar atención. Pero mientras seguían escuchando los impropios comentarios de los chicos, repentinamente Giulio se puso de pie sobresaltando a Ángelo.

  • ¿Pero qué hace? – preguntó y nadie entendió a qué se refería
  • ¿Succede bambino? – preguntó Doménico
  • Mírenlo – dijo él y fue cuando Ángelo entendió

La pared superior detrás del mostrador de recepción, estaba cubierta con un espejo y en ese momento era perfectamente visible el rostro de Luciano, y el problema que Giulio estaba viendo era justamente ese, que era Luciano, es decir, sin un miserable cambio en su aspecto. Sin embargo, como nadie sabía o quería darle una explicación, aquellos que habrían podido, guardaron silencio y siguieron prestando atención.

  • Italo Michelangelli – estaba diciendo Luciano en ese momento

Ángelo, y aunque no lo sabía, en ese momento estaba insólitamente de acuerdo con Nicola, pues ambos estaban pensando que aquella niña o no tenía cerebro, o de lo que estaba muy necesitada era de una sacudida, porque apenas si le preguntó nada a Luciano y lo que sí hizo con extraordinaria prisa, fue entregarle una tarjeta de acceso.

Luciano caminó hacia las puertas por las que se tenía que pasar para poder ingresar a donde estaban los elevadores, pero se detuvo mirándolas como si examinase algún objeto procedente del espacio.

  • ¿Tiene algún problema, joven? – le preguntó un sujeto que por algún motivo a Ángelo se le antojó familiar




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.