Mauro casi nunca, por no decir jamás, estaba de acuerdo con la desquiciada manera en la que Luciano hacía las cosas, pero de todas las locuras que lo había visto cometer, aquella le parecía la peor, opinión que empeoraría mucho a continuación.
Luciano se había puesto de pie y uno de los matones se movió, pero escucharon reír al primero.
Romperle el cuello quizá no, pensaron algunos, pero sin duda podía atravesárselo con su navaja desde más lejos, aunque eso no lo sabían los interesados.
Hasta Doménico, cuya salud mental era muy discutible, pensó que Luciano estaba muy falto de juicio como para hablarle en aquellos términos a alguien que, si bien no podía inspirarles ningún respeto, era obvio que podía ordenar despacharlo sin mucho trámite.
Por algún motivo que por aproximación debía ser el instinto, Tomasino comenzó a preocuparse, preocupación que se estaba extendiendo con rapidez a quienes estaban en Punta Dorada, aunque por diferente motivo, pues ellos vieron avanzar a los dos individuos.
Aunque era la segunda mención que hacían de aquel nombre, y todos querían saber quién era aquella mujer, se olvidaron de eso al escuchar a Tomasino.
Cuando los hombres intentaron sujetar a Luciano, comprendieron con rapidez que no sería sencillo, algo que los que estaban en Punta Dorada sabían bien, pero aun así sus respiraciones se detuvieron al ver aparecer las armas.
Luciano no se hizo precisamente a un lado, sino que saltó efectuando un giro que terminó con sus pies en el pecho de uno de los hombres, mientras que el otro caía abatido por uno de los disparos que destrozaron la ventana. Ángelo, que hacía unos momentos había recordado que siempre se había preguntado la utilidad de las cadenas que solían llevar los jóvenes, y que él suponía eran un adorno muy cuestionable, notó, que al menos para Luciano no lo eran, y lo que sí hacía era convertirlas en un arma. Tomasino se había pegado a una pared y estaba considerando correr hacia la puerta cuando esta se abrió y entraron varios de sus hombres, con lo que las cosas se le complicaron a Luciano, aunque posiblemente y casi seguro, él no lo vio así, porque después de agredir con la cadena al que había derribado, le acomodó un puñetazo, le quitó el arma y a una velocidad absurda, había despachado a tres de los que acababan de entrar mientras que Silvano hacía lo propio desde el aire. Esto era algo arriesgado, porque podía herir al mismo Luciano, pero la idea era mantener la situación hasta que la ayuda se abriese camino hasta él. La cuestión era que apenas se habían desecho de los que habían entrado, cuando llegaron más.
Luciano se había movido hacia Tomasino que seguía pegado a la pared, lo que impidió que le disparasen por temor de herir a su jefe. Esto obró en beneficio del primero, pero como estaban decididos a matarlo, otro par se le fue encima.