Destino de Sangre (libro 15. Sicilia)

Cap. 37 El Hijo

 

Después que Luciano dio su orden intentó incorporarse y Silvano accionó un mando que elevaba un poco la cama. Los que estaban en la frecuencia y pudieron moverse de sus lugares, casi se rompen el cuello intentando llegar a un terminal o a un Pc, si era el caso, y pedir a sus HAI la conexión, pues nadie quería perderse aquello, y siendo que Silvano estaba presente, tenían la oportunidad no solo de escuchar, sino de verlo como si ellos también estuviesen en aquella habitación, ya que estaban seguros que Silvano llevaba su SV360.

Ángelo se apartó un poco para que Italo pasara, pero definitivamente aquel individuo no tenía arreglo, porque tenía menos 24 horas conociendo al jovencito y ya sentía la necesidad de protegerlo, algo que Luciano sabía casi mejor que el mismo Ángelo y que quedó confirmado al verlo colocarle una mano sobre el hombro.

  • No abras la boca, AG – advirtió Luciano sin dejar de mirar a Italo

Si bien el día anterior lo había visto, el shock había sido tal, que no había tenido ocasión ni de pensar ni de detallar nada, así que ahora estaba analizando cada detalle. Evidentemente no había lugar para la duda, pues el parecido hablaba a gritos de su origen, así que Luciano solo buscaba las diferencias, solo que no veía ninguna. Él a diferencia de sus compañeros, sabía perfectamente quién era la madre de aquel niño, pues solo podía ser una, así que aquello estaba fuera de su lista de posibles dudas; la edad tampoco era una incógnita, ya que, si no había cumplido los quince, debía estar por cumplirlos. Como aquella atenta observación estaba siendo seguida por Silvano, los demás vieron que el niño tenía la misma hendidura en la barbilla que tenía Luciano, la nariz era bastante parecida, aunque ligeramente más ancha, pero no lo notaron, los ojos eran del mismo azul y el arco de las cejas era casi idéntico.

Mientras Luciano efectuaba aquella inspección, Italo había estado haciendo lo mismo, pero mientras el primero no tenía expresión alguna, el menor sí parecía muy asombrado, ya que ahora y estando Luciano despierto, tenía la impresión de estar viéndose en un espejo vivo.

Mientras esto sucedía, a Ángelo le surgió una duda, pero como no era el momento para preguntar nada, agendó mentalmente el hablar con Silvano de aquello.

Luciano pareció terminar con la inspección visual y le hizo un gesto a Italo para que se acercase; él lo hizo y Luciano le subió la remera. Aunque Ángelo tenía una idea de lo que buscaba, ni Silvano ni Italo estaban en la misma posición y posiblemente el primero iba a preguntar, pero Luciano habló primero.

  • ¿Qué-es-eso? – silabeó al ver la cicatriz en el torso
  • No tengo un carácter amable – contestó y Luciano elevó una ceja exactamente del mismo modo que la tenía elevada el objeto de observación – Esto me lo hizo un tipo al que le fue peor, porque yo solo tengo esto, mientras que él está muerto

Posiblemente a un individuo normal, y Luciano no lo era, la noticia de que su hijo de 15 años reconociese de aquella fría manera, que había matado a un hombre, habría sido causa probable para sufrir el colapso que él había sufrido al verlo, pero por lo primero, él no pareció inmutarse. No obstante, los que escuchaban, veían o ambas cosas, se alegraron de tener la información que sabían Luciano iba a pedir en breve. Después de la aclaración, volvió a mirar y encontró lo que buscaba, un mísero lunar en el lado izquierdo del ombligo. Si Luciano había querido comprobar aquello, solo fue por curiosidad y no esperando encontrarlo en realidad, sino porque estando muy pequeño, él había visto a Giacomo sin camisa y había notado que lo tenía, así que con infantil inocencia se lo había hecho notar, pero Giacomo lo empujó diciéndole que dejase de fastidiar.

  • Nombre

Favio se apresuró a taparle la boca a Mauro, pues estaba tan seguro de que iba a decir algo del tipo que enfurecería a Luciano, como de que la tierra giraba, porque la cara de Mauro estaba gritando que le parecía terrible que utilizase aquel tono con el niño, y era más seguro aún, que iba a decirle que no interrogaba a un criminal.

  • Italo Castillo – respondió y Luciano elevó una ceja de nuevo
  • Hanna
  • ¿Qué? – preguntó Italo, pero Luciano le hizo una seña para que esperase
  • Hola Lucky, me alegra que hayas despertado y…
  • Si esto es una broma, serán 30S [1]
  • Te aseguro que… – estaba diciendo Ítalo que no podía estarse callado, pero se interrumpió al ver de nuevo el gesto de Luciano que escuchaba al otro que no podía guardar silencio
  • Créeme hermano, nadie quiere hacer bromas con relación a ese niño – escuchó a Dante que en verdad había estado en inusual silencio
  • ¿Tienes una identificación?
  • Claro – contestó Italo buscando su billetera

Luciano la escaneó con rapidez notando que tenía solo unos cuantos euros y nada más fuera de la identificación que le estaba entregando. Le echó un rápido vistazo y se la devolvió.

  • ¿Dónde está tu madre?
  • Muerta

Ángelo en ese momento prestó la mayor atención a la reacción de Luciano, pero como no hubo ninguna, respiró aliviado, pues siempre pensó que la falta de interés del niño aquel en otra chica, se debía a que nunca había superado a aquella necia criatura.

  • ¿Cómo me encontraste?
  • No fui yo, fueron mis hermanos los que lo hicieron. Anabel nunca…
  • ¿Anabel? – lo interrumpió Luciano
  • Sabes que ese era su nombre ¿no? – contestó y Luciano asintió instándolo a continuar – Ella nunca me dijo casi nada de ti
  • ¿Entiendes que tampoco yo sabía nada de ti?
  • Seguro, si no me hablo a mí de ti, creo que era mucho esperar que te hablase a ti de mí, porque como dijo el nonno, Anabel no tenía mucho cerebro
  • Estás hablando de tu madre
  • Eso lo sé yo mejor que tú, pero ser mi madre no la hizo más lista
  • Ícaro, quítame esto – dijo señalando la aguja que todavía tenía en el brazo y Silvano obedeció
  • ¿Es juicioso que…?
  • Estoy bien, AG – dijo Luciano apartando la manta y sentándose
  • ¡Ja! Tenías razón nonno, papá tiene la misma costumbre – dijo el chico en tono alegre – ¿Necesitas ayuda?
  • Creo que puedo arreglármelas, gracias




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