Destino de Sangre (libro 15. Sicilia)

Cap. 48 Arreglos finales

 

Giulio entró a su despacho con Alfredo haciéndolo tras él, y apenas se sentó, el segundo comenzó a enumerar los asuntos pendientes.

  • Ya no queda mucho por hacer, y…
  • Siéntate, Al

El chico lo miró con extrañeza, porque en los últimos días habían estado corriendo de un lado para otro y eso había incluido un viaje al complejo turístico y uno a La Ciénaga, de modo que, si bien se sentó, seguía mirando a Giulio con extrañeza.

  • Sabes que en breve nos iremos, así que quiero que hablemos de cuáles son tus planes

Alfredo era un excelente asistente, pero tenía la tendencia dramatizar, de modo que Fredo solía decir que parecía que Luciano se lo hubiese buscado con aquella especial característica que hiciese juego con la de Giulio.

  • ¿Piensas… dejarme aquí? – preguntó y Fredo ahogó su malvada risa
  • ¿Acaso no escuchaste lo que te pregunté?
  • Bueno… dijiste que… – pero como no concluía, Giulio lo miró con exasperación
  • ¿Qué quieres hacer tú?

Como Fredo sabía que el único otro drama que Giulio soportaba era el de su hija, se acercó y golpeó la cabeza de Alfredo.

  • ¿Quieres seguir trabajando con nosotros o no, necio? – le preguntó con su delicadeza característica
  • ¡Pues claro! – exclamó él
  • Bien – dijo Giulio – pero también quiero saber dónde
  • Giulio por favor – dijo Fredo cuya paciencia no era que fuese mucha – ¿Podrías hacérselo fácil? – pero como Giulio pensaba que estaba siendo muy específico, Fredo emitió un suspiro de exasperación y miró a Alfredo – Lo que quiere saber, es si quieres irte con nosotros o si prefieres seguir trabajando aquí. Y no, no es quiera dejarte atrás – aclaró
  • ¿Por qué iba a querer quedarme aquí si ustedes se van?
  • Tal vez porque tienes una familia – dijo Fredo
  • Y la seguiré teniendo así no esté aquí
  • De acuerdo, Al – dijo Giulio – Aunque tu madre murió el año pasado, sé que tienes dos hermanas muy jóvenes todavía. Estando aquí puedes viajar con frecuencia a El Valle, pero eso es algo que no podrás hacer desde Sicilia, o al menos no tan seguido, así que asumo que querrás llevarlas contigo
  • Pues no había pensado en ello y…
  • ¡Ah sí! – dijo Fredo – Estamos seguros de eso
  • ¡Fredo! – le dijo Giulio – Escucha Al, como te dije, faltan pocos días para el viaje, así que vete a El Valle, recoge a tus hermanas y regresa lo antes posible
  • Pero… aún falta…
  • No te preocupes, Nino y yo nos las arreglaremos con lo que falta, pero date prisa

Como aquella última, era una frase que Alfredo conocía bien y para la que parecía estar programado, se levantó y casi echó a correr hacia la puerta, pero apenas había salido, volvió a entrar.

  • ¡Gracias Giulio!

Después de eso volvió a marcharse a todo correr mientras Fredo reía con descaro.

  • Deja de reír y dile Mazzariello que pase

Fredo se encaminó hacia la puerta y en cuanto se asomó, vio que Giorgio aun miraba hacia el lugar por donde había visto salir a Alfredo.

  • ¿Giulio está bien? – le preguntó a Fredo
  • Seguro, y te está esperando

Giorgio recogió el maletín de su portátil y entró con su serenidad de siempre.

  • Buenos días
  • Buongiorno, Giorgio

Las visitas de Giorgio generalmente estaban relacionadas con los proyectos en marcha o en papel, porque era con esa área de las actividades con la que había iniciado su carrera en el Consorcio, pero aquel individuo estaba perfectamente enterado de absolutamente todo lo que se hacía en Punta Dorada y era por ello que desde hacía tiempo ostentaba la cartera de la vicepresidencia operativa del Consorcio, algo por lo que Nicola había protestado mucho, pero cuando le tocó reunirse por primera vez con el niño, le quedó claro que podía parecerlo e incluso serlo, pero que estaba groseramente bien preparado y enterado de todo. Normalmente Nicola no habría tenido que tratar con él, pues Nicola era el vicepresidente del área comercial y era con quien trataban todos aquellos, especialmente inversionistas extranjeros, que quisiesen hacer negocios con cualquiera de las empresas del Consorcio, de modo que se había pasado media vida protestando por tener que esperar primero por la elaboración de los contratos que no le eran remitidos hasta que Ángelo los aprobaba, y más adelante, cuando Ángelo pasó a ser el jefe máximo, por su autorización hasta para reunirse con posibles inversionistas. No obstante, cuando uno de esos inversionistas extranjeros puso sus ojos en Punta Dorada, se vio obligado a hablar con Mazzariello, pues tanto Giulio como Nino, lo remitieron a él.

  • ¿Sucede algo? – preguntó el abogado después de sentarse

La pregunta de Giorgio obedecía a que Giulio nunca guardaba un silencio tan largo, pues cuando lo llamaba era para tratar de algún asunto que tuviesen pendiente, pero en ese momento no tenían ninguno, porque el día anterior, Giulio había firmado los últimos contratos que le había llevado.

  • Un par de cosas – le contestó y él se preparó a tomar rápidas notas – Cuando te encargué venir a Punta Dorada por primera vez, con la intención de que negociases la compra de Aravera, te mostraste muy entusiasmado por Monte Alto. Recuerdo que dijiste que era arquitectónicamente más moderna y que la única desventaja era que estaba en una especie de colina y con menos terreno adyacente, pero en mi opinión, sin duda te gustaba más esa ¿me equivoco?
  • No – dijo él aun con extrañeza
  • Bien – dijo acercándole una carpeta – esas son las escrituras de la casa de Monte Alto que ahora pertenecen a un tal Giorgio Mazzariello




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