Giulio entró a su despacho con Alfredo haciéndolo tras él, y apenas se sentó, el segundo comenzó a enumerar los asuntos pendientes.
El chico lo miró con extrañeza, porque en los últimos días habían estado corriendo de un lado para otro y eso había incluido un viaje al complejo turístico y uno a La Ciénaga, de modo que, si bien se sentó, seguía mirando a Giulio con extrañeza.
Alfredo era un excelente asistente, pero tenía la tendencia dramatizar, de modo que Fredo solía decir que parecía que Luciano se lo hubiese buscado con aquella especial característica que hiciese juego con la de Giulio.
Como Fredo sabía que el único otro drama que Giulio soportaba era el de su hija, se acercó y golpeó la cabeza de Alfredo.
Como aquella última, era una frase que Alfredo conocía bien y para la que parecía estar programado, se levantó y casi echó a correr hacia la puerta, pero apenas había salido, volvió a entrar.
Después de eso volvió a marcharse a todo correr mientras Fredo reía con descaro.
Fredo se encaminó hacia la puerta y en cuanto se asomó, vio que Giorgio aun miraba hacia el lugar por donde había visto salir a Alfredo.
Giorgio recogió el maletín de su portátil y entró con su serenidad de siempre.
Las visitas de Giorgio generalmente estaban relacionadas con los proyectos en marcha o en papel, porque era con esa área de las actividades con la que había iniciado su carrera en el Consorcio, pero aquel individuo estaba perfectamente enterado de absolutamente todo lo que se hacía en Punta Dorada y era por ello que desde hacía tiempo ostentaba la cartera de la vicepresidencia operativa del Consorcio, algo por lo que Nicola había protestado mucho, pero cuando le tocó reunirse por primera vez con el niño, le quedó claro que podía parecerlo e incluso serlo, pero que estaba groseramente bien preparado y enterado de todo. Normalmente Nicola no habría tenido que tratar con él, pues Nicola era el vicepresidente del área comercial y era con quien trataban todos aquellos, especialmente inversionistas extranjeros, que quisiesen hacer negocios con cualquiera de las empresas del Consorcio, de modo que se había pasado media vida protestando por tener que esperar primero por la elaboración de los contratos que no le eran remitidos hasta que Ángelo los aprobaba, y más adelante, cuando Ángelo pasó a ser el jefe máximo, por su autorización hasta para reunirse con posibles inversionistas. No obstante, cuando uno de esos inversionistas extranjeros puso sus ojos en Punta Dorada, se vio obligado a hablar con Mazzariello, pues tanto Giulio como Nino, lo remitieron a él.
La pregunta de Giorgio obedecía a que Giulio nunca guardaba un silencio tan largo, pues cuando lo llamaba era para tratar de algún asunto que tuviesen pendiente, pero en ese momento no tenían ninguno, porque el día anterior, Giulio había firmado los últimos contratos que le había llevado.