Silvano había estado pegado a la cama de Isabella prácticamente desde que había llegado el día anterior, de modo que cuando Luciano llegó, notó que tenía unas pronunciadas ojeras, pues no solo se trataba del trasnocho, algo a lo que estaban acostumbrados, sino de la enorme preocupación.
Sin embargo, Silvano guardó silencio y Luciano pensó que no diría nada más.
Luciano tuvo la sensación de haber vivido aquello ya, y así era, pues palabras más, palabras menos, era casi lo mismo que había dicho Giulio el día que Fredo y él se lo habían llevado antes de que intentase quitarles la cabeza a los gemelos por decir estupideces con relación a su inexistente vida amorosa, en presencia de Damila. La diferencia entre Giulio y Silvano, era que mientras para el primero todo era un drama sumamente complicado, Silvano era más directo que las líneas de emergencia y había expuesto el asunto sin el mencionado drama.
Luciano estaba seguro que lo había escuchado, de lo que no lo estaba era que le hubiese prestado atención, porque durante el tiempo que precedía al despertar, Silvano se dedicó a prestar intensa y concentrada atención a los monitores y hasta que finalmente la chica abrió los ojos.
Como Luciano no vio ni escuchó sonidos alarmantes, decidió salir de allí, pero iba pensando que o bien Silvano no le había prestado atención, o era simplemente incapaz de actuar de otra forma que no fuese la más directa posible.
Isabella se sintió lógicamente confundida y desorientada; no reconocía nada a su alrededor, aunque eso no incluía la voz que estaba escuchando o los ojos que estaba viendo.
A pesar de la recomendación de Silvano, ella ciertamente estaba esforzándose por poner orden en su caótica mente, pero sentía un desagradable vacío que no la acercaba de ninguna manera a saber por qué estaba en lo que había determinado era una cama de hospital. Durante las próximas tres o cuatro horas, su consciencia estuvo en un odioso vaivén que terminó por ponerla de mal humor, y no ayudaba en nada que el necio aquel estuviese allí diciendo estupideces. Sin embargo, en un momento determinado, pensó que estaba perdiendo el juicio, porque también creía escuchar a Damila diciéndole que le diese una oportunidad y ella había decidido hacerlo, pero… otra vez el vacío. Intentó llevarse la mano a la cabeza cuando sintió que le dolía, pero escuchó de nuevo a Silvano.
El confundido cerebro de Isabella se preguntó cómo podía saber él, que le dolía la cabeza si no se lo había dicho. En otro momento gritó, pues sintió que la elevaban en el aire y veía alejarse la tierra a toda velocidad mientras unos fuertes brazos la sujetaban y ella gritaba llamando a su abuelo.
Evidentemente Isabella no tenía idea de dónde estaba, qué estaba pasando, ni que había sido lo que la colocase en aquella situación, de manera que su cerebro le enviaba señales confusas de diversos eventos sin orden ni concierto. Samuel había llegado y Silvano le había referido el estado general de la chica, y que las pocas veces que había despertado lo había hecho en completo estado de confusión.