Isabella y Bruno constituían las dos rarezas de la familia Rossi en dos aspectos físicos, pues ambos eran rubios, pero mientras Bruno tenía los ojos azul claro, ambas cosas heredadas de su abuela materna, Isabella le debía aquellas dos características también a una abuela, pero por el lado paterno, aunque tenía los ojos de un azul más oscuro; el asunto era que así como Kelly había encontrado un punto de semejanza con Isabella y eso la había unido más a ella, estaba sucediendo lo mismo con Bruno, pues habiéndose sentido toda la vida el extraño dentro de su familia, entendía cómo podía sentirse Isabella e intentó acercarse más a ella en cuanto todos se trasladaron al refugio, porque antes de eso, Bruno vivía en el departamento de Fabiano y solo iba a Aravera para el almuerzo de los domingos o si se presentaba algún asunto familiar que requiriese su presencia como la boda de Enrico por ejemplo, cuando había hablado más con Isabella, así que hasta entonces, había tratado más bien poco con ella. La cuestión era que en aquellos pocos días que llevaban en el refugio, se había desarrollado mayor cercanía entre ellos, y aquel día en particular y cuando venían de vuelta del comedor, Isabella comenzó a llorar y Bruno, que sabía perfectamente la razón, la abrazó.
Silvano era un Del Piero con todas sus letras y con todas las virtudes y defectos que los caracterizaba, de manera que Bruno nunca había estado en su lista de afectos por lo sucedido con Damila, y Silvano nunca le perdonó algo que en realidad Bruno no había hecho. Por todo lo anterior, y al verlo en aquella actitud con Isabella, la sangre se le fue a la cabeza y después de gritarle, se había ido derecho a propinarle la paliza que no pudo darle años atrás.
Aquello era sin duda un pésimo asunto para Bruno, porque si bien él tenía experiencia suficiente en aquellas lides, porque vivir al lado de Fabiano era garantía para estar metido en horrorosos líos un día sí y otro también, primero aquel niño malcriado, como lo llamaba Bruno, era un Del Piero, y por la otra, el niño era un arma letal. Lo único que salvaría a Bruno de terminar con el cuello roto, no serían los desesperados gritos de Isabella, sino la oportuna aparición de Luciano. Sin embargo, no fue que Luciano la tuviese fácil, porque Silvano era uno de los que se contaba entre los pocos que lo había abatido alguna vez, de modo que cuando Luciano determinó que aquel individuo estaba ciego de ira, y como no iba a perder una indecente cantidad de tiempo desviando su ataque, con mucho pesar tuvo que lastimarlo de veras. No obstante, un segundo después de que Silvano cayese, Luciano sintió que lo atacaban de nuevo, solo que aquel ataque estaba lejos de poder hacerle ningún daño.
Lisandro obedeció prudentemente, y mientras Luciano ordenaba a Stephan y a François, que llevasen a Bruno a la UM, daba la misma orden a Lisandro y a André con relación a Silvano, pero ninguno de los dos tenía muchas ganas de apartar a Isabella que se había arrodillado al lado de Silvano y tenía la inconsciente cabeza del chico en su regazo.
Una vez que Ishtvara revisó a Silvano y dijo que solo tenía una ligera conmoción cerebral, le permitió a Isabella pasar. Javier se había encargado de Bruno quien estaba decididamente en peores condiciones que Silvano, pues el último le había roto el tabique nasal, le había dislocado un hombro y si no le rompió el cuello fue gracias a la oportuna intervención de Luciano, después de lo cual se ocupó de éste y le aseguró que al menos él no tenía nada roto. Ángelo que había permanecido en la sala de atención, tropezó con la inquisitiva y azul mirada.
Ángelo y como era habitual, tenía deseos de acomodarle un buen porrazo, pero pareció decidir que no valía la pena molestarse y fue a ver si Silvano ya había despertado, pero escuchó una conmoción afuera y salió a ver. Lo que había llamado su atención, era el pleito que se estaba llevando a cabo entre Fabiano y Doménico, algo que lo hizo retroceder en el tiempo. Fabiano había sido irritante desde siempre y no hacía ninguna diferencia si a quien hacía objeto de su atención era menor o mayor que él, algo que quedaría siempre claro, pues lo mismo molestaba a Giulio que era un bebé que a Doménico que no lo era, y en más de una ocasión, y aunque Doménico le llevaba ocho años, quiso apalear al muchachito aquel y éste se armaba con cualquier cosa y era Doménico quien normalmente salía herido. Sin embargo, ahora eran dos hombres y no los niños o adolescentes que habían sido y fue Ángelo quien quiso asestarle a los dos.