Faltando más bien poco para la inminente partida, Don Guido se acercó a Dinka que era uno de los que estaba de guardia en el pasillo.
Por supuesto Dinka no había tenido que transmitir aquella petición, pues Franco estaba conectado a la frecuencia general y había emprendido la carrera con Jaro haciéndolo tras él.
No era que Jaro en verdad pensase que Franco hubiera hecho algún disparate, sino que había notado su expresión de preocupación. Ellos habitualmente, y aunque estaban todos en la misma frecuencia, no prestaban mucha atención a todo lo que escuchaban, pero si lo que escuchaban era algo de naturaleza alarmante, o sus nombres, la mencionada atención se activaba, de manera que al escuchar que su abuelo quería verlo, el chico se preocupó pues pensó igual que Dinka, es decir, que el anciano pudiese estar sintiéndose mal. De manera que mientras corría hacia las escaleras, iba intentando informarse.
Aun así, Franco no detuvo su carrera y al llegar arriba, pasó como una exhalación hacia las habitaciones, pero lo hizo solo y Jaro volvió a donde habían estado.
El comentario obedecía a la rapidez con la que había llegado, pues Guido apenas estaba entrando a su habitación.
Si bien sus HAI podían comunicarlos de forma inmediata con cualquiera, cuando se trataba de Luciano no y a menos que fuese alguna clase de emergencia, y como aquello no lo era, Franco procedió según el protocolo. Sin embargo, como Franco estaba en casa, en cuanto Casiel pasó el mensaje, Luciano se comunicó enseguida. Si bien le extrañó aquella petición, sobre todo por lo que le dijo Franco con relación a que Don Guido había dicho que solo podía hablar con él, Luciano se apresuró a hacer un hueco en su por el momento apretada agenda y fue a verlo, aunque no sería justo ese día, sino al siguiente.
Aquello sorprendió a Luciano, porque ya los Rossi llevaban varios años en Punta Dorada, y estaba seguro que antes de trasladarse, habían dejado todos sus asuntos en El Valle en orden. No obstante, no tendría ocasión para platearse ninguna hipótesis, pues Don Guido le explicó exactamente por qué necesitaba hacer aquel viaje, y aunque Luciano pensaba que lo sabía todo de todo el mundo, se sorprendería al escucharlo, algo que debió ser muy obvio, pues el anciano sonrió.
Luciano sonrió y no discutió más, y lo que sí le pidió fue un par de días para arreglar aquel viaje.
Sin embargo, ciertamente Luciano no lo iba a poner en manos de nadie más, y no porque no confiase en sus hombres, sino porque simplemente no le parecía. De manera que en cuanto le fue posible, lo llevó a El Valle, pero no se limitó a eso, sino que lo acompañó a donde tenía que ir y de vuelta a casa.