Habían transcurrido tres meses del regreso a casa. Los mayores se habían ocupado de poner en marcha sus negocios desde la nueva sede y se dedicaban con ahínco al trabajo, y los más jóvenes se adaptaban con rapidez a su nuevo entorno.
Aunque Kelly no salía mucho, había tenido que aceptar ir a Palermo para la inauguración de la nueva sede el Consorcio. Si el edifico de Punta Dorada había sido enorme, aquel era una monstruosidad y más parecía un centro comercial que uno de oficinas y, de hecho, llevaba por nombre Centro Empresarial Del Piero.
A pesar de que Ángelo seguía siendo la cabeza de la familia, había querido que fuese Giulio quien diese el discurso de apertura, pero él se negó y no hubo forma de convencer al terco muchachito, así que no lo quedó más remedio que hacerlo él, y aunque todos los asistentes se emocionaron mucho al verlo y escucharlo, en el futuro no lo verían mucho por allí, porque en verdad, Ángelo había decidido comenzar a transferir sus responsabilidades a Giulio. No era que él fuese a desentenderse, pues eso no estaba en su sistema y como decía Kelly, aquel individuo moriría trabajando, pero él quería disfrutar de su mujer y de su tierra. Una vez finalizado el discurso inaugural, vino el emotivo momento de develar el busto de Nicola Del Piero, algo que estuvo a cargo de Ángelo, Albano y Don Guido.
Como después venía la recepción, una vez finalizada ésta, Kelly se llevaría una sorpresa, pues no regresaban a Mesina, sino que se quedarían allí y fue cuando conoció la mansión Del Piero de Palermo.
Tanto lo dicho por Ítalo y Kelly, como las expresiones de varios de los presentes, obedecían a que aquello no era una casa de ninguna manera, sino un castillo en toda la regla.
Resultó que no se quedarían solo esa noche, sino toda una semana, y al menos Sara y María Fernanda sentían que estaban en un museo y no en una vivienda. Cada espacio era uno más hermoso que otro, y habían sido decorados con cualquier cantidad de obras de arte.
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Una vez que las cosas se habían estabilizado, Ángelo le dijo a Luciano lo que éste ya se esperaba, así que reunió al GA al completo como le había indicado. Como Ángelo seguía siendo muy arbitrario, citó a todos sus parientes, aunque no les dijo el motivo, algo que posiblemente tendría ocasión de lamentar.
La observación obedecía a que, como todos vestían sus uniformes, y estaban formados en grupos que parecían cuadrados perfectos, en verdad lucían como un pequeño ejército. Aunque alcanzó a ver algunos rostros conocidos, como los de Piero, Dante, Bianco o Gianpaolo que estaban en las primeras líneas, había muchos otros a los que no había visto nunca.
Aunque Ángelo les había dicho a los hombres que ya no serían tan estrictas las medidas de seguridad, no sucedía lo mismo con las mujeres o los niños, de modo que Damila y Kelly miraron a Bianco y a Gianpaolo que se encontraban en primera fila. Ellas, y aunque Damila no lo reconocería ni bajo tortura, los consideraban más sus amigos que sus protectores, ellos las conocían, sabían cuando estaban tristes o furiosas, como reaccionaban ante determinadas situaciones; habían compartido amenas charlas, o muchos pleitos en el caso de Damila y Gianpaolo, pero también y muy específicamente ella, le debía la vida a Fabiani, así que no podían estar más sorprendidas.
Varios de los presentes como Mauro, Favio, Alberto o Fabrizzio, le habrían aconsejado a Ángelo no hacerlo, mientras que Luciano esbozó una leve sonrisa al verlo llevarse la mano a la frente.