Destino de Sangre (libro 15. Sicilia)

Cap. 71 Preocupaciones

 

Como a Luigi le daba lo mismo si se efectuaba la ceremonia al día siguiente o el año entrante, pues en su opinión ya estaba casado, no puso ninguna objeción cuando los hermanos Molinaro decidieron que se casarían el mismo día. Angélica no estuvo muy de acuerdo, pero al final tuvo que ceder, pues, aunque ella fungía como la matrona de los Rossi, en realidad los padres de Lía eran Pietro Alfredo y la silenciosa Flavia, que lo era aún más que Pina, y como ellos estuvieron de acuerdo, Angélica tuvo que aceptar.

Ángelo comenzó a preocuparse por su mujer cuando se fijaron las fechas de las bodas, pero justo es decir, que Luigi se había mostrado incluso más recalcitrante que él en el sentido de que Kelly no tenía por qué agitarse tanto, y se peló a gritos con una asustada Angélica amenazándola con suspender la condenada boda si solo sospechaba que Kelly estaba siendo molestada para cualquier cosa, de modo que la misma Kelly decidió que para evitar males mayores, no se inmiscuiría en el asunto y su única obligación, y en eso Luigi se mostró igualmente intransigente, era la de acompañarlo al altar.

Como Emilio estaba en la misma situación de Luigi, es decir, no tenía una madre y su hermana se casaba el mismo día, sería Damila quien lo acompañaría a él.

Ángelo tuvo la peregrina idea de que, siendo que Kelly no andaba por ahí dando carreras por las dichosas bodas, tendría algo más de tranquilidad, pero en verdad aquella palabra no había sido hecha para nada que se asociase con su persona, y el primer inconveniente se presentó con Pierangeli y Giuliano. Siendo que ya los niños estaban más grandes y sabían lo que era una boda, se mostraron muy indignados cuando se enteraron que su tío Gigi se casaba con Emilia, pero mientras Damila se lo tomó con filosofía, pues estaba demasiado acostumbrada a los ataques de malcriadez tan Giulio de su hija, Fredo era otro asunto, pues nunca había entendido aquel apego de su hijo a Luigi, y como aquel individuo era muchas cosas, pero maduro no era una de ellas, casi apalea a Giuliano y Giulio a él, pero aun así, seguiría pelándose a diario con Giuliano intentando hacerle entender que no era su problema lo que Luigi hiciese.

Inicialmente, ni Luigi ni Emilia se habían enterado de nada, porque ambos habían continuado con su vida y los dos estaban siempre muy ocupados, así que llegaban a casa para la hora de la cena y compartían más bien poco con la familia, y en el caso de Emilia era menos el tiempo que pasaba en casa, pues ella cubría guardias en la clínica. No obstante, un sábado en el que ambos estaban en casa, Luigi escuchó a Pierangeli.

  • Eres odiosa, y no me vas a quitar a tío Gigi
  • Piera…
  • Mi nombre es Pierangeli Silvana – dijo en un tono que al menos Luigi, conocía bien
  • De acuerdo Pierangeli, pero quiero que me escuches un momento, y tú también Giuliano – con lo que Luigi se dio por enterado que el niño también estaba allí – Entiendo si no les caigo bien, pero créanme, yo amo a Luigi y…
  • Mentirosa – escuchó él a Giuliano

Emilia se desesperó, pues ella quería a los niños, y hasta la presente fecha, si bien le hacían muchas fechorías, nunca le habían hablado de aquella manera, pero no pudo agregar nada más, pues ambos le dieron la espalda y se marcharon. Luigi no anunció de ninguna manera su presencia, pero una vez que todos habían abandonado el pasillo, se fue derecho a buscar a los chicos. Apenas los niños lo vieron, corrieron hacia él.

  • ¡Tío Gigi!

Como de costumbre, a Fredo se le revolvieron los apellidos, y el asunto no mejoró cuando escuchó al individuo.

  • Vengan conmigo

Aunque él se había dirigido específicamente a Pierangeli y a Giuliano, Piero dejó lo que hacía y se acercó. Giulio, que tenía una muy larga experiencia en no meterse en ciertas relaciones, detuvo a Fredo antes de que hiciera o dijera alguna barbaridad, aunque la verdad, ya estaba cansándose de evitar que Damila le quitase la cabeza por causa de la opinión que el majadero aquel seguía sosteniendo de Luigi.

Como se dijo, ya los niños no estaban tan pequeños y estaban cercanos a cumplir nueve años, y Piero que seguía siendo una especie de consciencia para sus hermanos, se preguntó qué habrían hecho aquellos dos para que su tío estuviese molesto. Los dos angelitos, y aunque eran muy hábiles para salir de los líos en los que se metían y no se preocupaban por ello, tal vez por una cuestión de instinto, en esta ocasión lo hicieron, pues Luigi les había ordenado sentarse, pero no dijo nada, sino que encendió un cigarrillo, a pesar de que sabía que, a Piero, por ejemplo, le disgustaba el humo del mismo.

  • Ustedes saben que yo los quiero muchísimo ¿no es así? – y al menos Piero vio que los dos sospechosos se apresuraban a asentir – Bien, porque cuando queremos a las personas, lo que no queremos es lastimarlas, razón por la cual, yo nunca querría lastimarlos a ustedes
  • Y nosotros tampoco queremos lastimarte a ti, tío – dijo Giuliano
  • ¿Están seguros de eso?
  • ¡Claro! – dijeron ambos
  • Pues yo no estoy tan seguro, y o bien son ustedes los que no me quieren, o no les importa lastimarme
  • No quiero lastimarte, tío Gigi – dijo Pierangeli, y aunque a Luigi se le encogió el corazón al ver las lágrimas en los ojos de la niña, se mantuvo firme
  • Dime algo. Si alguien lastimase a Piero, por ejemplo, ¿cómo te sentirías?
  • Le sacaría los ojos – contestó con inmediatez
  • Te dolería ¿no es cierto?
  • Lo odiaría – contestó ella
  • Pero sucede que yo no puedo odiarlos, aunque ustedes están lastimando a alguien que yo amo




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