Había llegado el verano y con él la alegría de ver que todos los chicos habían culminado su año escolar con éxito, a pesar de que muchos de ellos pasaban más tiempo haciendo fechorías que estudiando.
Al día siguiente de la llegada de los chicos que estaban en Palermo, Gianni y Renzo se presentaron en el despacho de Ángelo.
Ángelo tenía una muy larga y si se quiere, impropia experiencia con chicos, si se tiene en cuenta que en realidad no tenía hijos, de manera que pasó un conmutador imaginario para asumir el modo padre y se preparó a escuchar.
La pregunta salió de forma automática, pero un segundo después se estaba riñendo él mismo, porque no había motivos para la alarma, pero la fuerza de la costumbre y el enorme peligro al que se habían enfrentado en los últimos años antes del regreso, fueron los que hablaron por él. De modo que se apresuró a modificar tanto el tono como la pregunta.
A partir de ahí, Ángelo tuvo que escuchar un detallado, extenso y entusiasta relato del viaje que habían planeado hacer a los Alpes. Ángelo sintió algo de nostalgia, pues el entusiasmo de Gianni le hizo recordar a Don Carlo; su padre siempre había mostrado la misma exaltación cuando hablaba de algún nuevo proyecto, o simplemente de un conche nuevo. Escuchó con paciencia todo lo dicho por Gianni, pues Renzo y como sabemos, era poco dado a hablar mucho, y, de hecho, opinaba que ya Gianni hablaba por ambos.
A Ángelo no le parecía mal en líneas generales, lo que no le gustaba era la forma en la que habían planeado aquella aventura y lo era, pues a diferencia de como lo habían hecho en el pasado los gemelos Del Piero o Genovesse, ellos dos no estaban planeando alojarse en ningún hotel, sino que querían acampar en aquellos solitarios parajes. Finalmente, Ángelo dio su consentimiento, pero iba a llamar a Piero para que lo comunicase con Luciano, cuando quienes entraron fueron Giovanna, Amelia y Aniella. Sin embargo, al verlas, Ángelo pensó que tendría que resolver algún conflicto, pues Aniella y Amelia no traían buena expresión. Él se había puesto de pie al verlas entrar, porque, a pesar de que le había costado un poco aceptarlo, y muchas burlas de Kelly, ya todas eran unas señoritas. Después de pedirles tomar asiento, se dispuso a escuchar.
Ángelo elevó las cejas hasta casi el nacimiento de sus cabellos, porque, a pesar de que acababa de escuchar una petición similar, los anteriores eran chicos. De algún modo logró controlarse para no enviarlas a sus habitaciones, posiblemente, y entre otras cosas, porque a fuerzas había tenido que ir acostumbrándose a que los integrantes de las últimas generaciones, fuesen chicos o chicas, ya no se conducían del mismo modo que los de antes, y los largos discursos de Giulio, el desaparecido Don Guido, y los decididamente malignos de su mujer, lo habían hecho aceptar aquella nueva realidad. Sin embargo, para todo él tenía límites, y por empezar, no se imagina por qué razón ellas querrían ir a Milán y era lo primero que quería saber.
Aquello era algo que, por cierto, debió imaginar como le diría Kelly después, porque Giovanna parecía haber heredado de su tía Bárbara, aquella obsesión por la ropa de diseñador, y Piera iba por el mismo camino, pero estaba bastante seguro que no era el caso de Aniella ni de Amelia, sobre todo de la última que había constituido la desesperación de su madre con respecto a su grosera forma de vestir, así que entendió de forma inmediata, que a eso obedecía la expresión de fastidio de ambas chicas, pero, aun así, decidió asegurarse.
Ángelo estaba dividido entre el deseo de reír por la arbitrariedad de aquellas dos, y el malestar que le producían las lágrimas que habían comenzado a caer por las mejillas de Giovanna, mismas que no eran de dolor, sino de ira y frustración.
Ángelo se preguntó, muy neciamente, por qué Amelia pensaba que Gianni querría quitarles la cabeza, olvidando que aquel individuo parecía haber hecho de su cruzada personal, el cuidar de Giovanna desde que la había conocido. Y, por otra parte, que, si bien Gianni había conseguido que Amelia mejorase su vocabulario, la muchachita seguía siendo muy arbitraria.
Como Ángelo tenía bien aprendido que su primer deber era cuidar de sus chicos, pero, por otra parte, le resultaba casi imposible negarles nada que no atentase contra su salud o seguridad personal, terminaría aceptando, pero con algunas condiciones.