Destinos entrelazados

2. No entendía por qué su madre y su hermana la trataban de esa manera

Christa Bauer

Me contemplé en el espejo, indecisa si hacerme una coleta o dejar mi cabello suelto, busqué entre las cosas que papá solía traerme de Montenegro, papá era tan bueno conmigo, siempre me traía lo que le pedía, puesto que mamá nunca me dejaba que lo acompañará al pueblo.

Encontré entre mis cosas del cajón de mi mesita de noche, una diadema brillante con pedrería cristalina, le quedaba a juego con mi vestido celeste y mis zapatos plateados. Sonreí al mirarme, no todos los días me vestía de esta manera, se sentía raro y a la vez me gustaba, me veía bonita. Crucé el pasillo para ir a la habitación de mi hermana Greta, no había dejado que nadie mirara su vestido de novia, puesto que decía que era tan hermoso que nos sorprendería, lo que sí sabía es que a papá le había costado casi una fortuna el comprárselo.

Me detuve en el marco de la puerta, en verdad ese vestido era muy bello, con encaje y velo, bordados y una larga cola, pero de nada ayudaba su hermosura, ya que mi hermana lloriqueaba como niña pequeña.

—¡Mamá, es que no me entra! —sollozaba.

—¡Te dije que te pusieras a dieta! ¡Greta, desde un principio este vestido me pareció muy pequeño! —La voz de mi madre se escuchaba desesperada mientras intentaba subir el cierre del vestido blanco junto a otra de sus amigas vecina del campo.

Quise dar un paso hacia atrás para no interrumpir el fatídico momento, pero fallé, los ojos de mi madre se posaron en mí, podía ver el enfado en su mirada.

—¡Y tú, qué haces ahí parada! Te estuve buscando toda la mañana, tenías que ordenar el cuarto de tu hermana.

—Lo siento mamá —respondí, a veces pensaba que mi madre me consideraba una trabajadora más, puesto que además de ayudar a pastar al ganado mi madre siempre me ponía a limpiar el desorden de las habitaciones de mis hermanos, lavar los baños, fregar los pisos y hasta cocinar junto a las domésticas de la casa —lo haré ahora mismo.

Entré rápidamente acomodando la ropa que estaba sobre la cama y levantando varios pares de zapatos.

—¡Espera! ¿Qué es eso que tienes en las piernas? —preguntó mirando con curiosidad, mis piernas temblaron, Greta me miraba con el ceño fruncido al igual que la amiga de mamá.

—Son las medias que papá me ha traído de Montenegro… —dije con timidez.

—¡Te las quitas ahora! —ordenó furiosa.

—Pe… pero… mamá…

—¡Mamá nada, quítatelas! Eres una chiquilla para traer esas cosas, ¿me oíste? Y cuidado que andes por ahí de coqueta con los hombres, niña chiflada.

No entendía por qué esas medias la ponían tan de mal humor, tal vez solo se estaba desquitando conmigo por qué a mi hermana no le entraba su vestido. Dejé las cosas sobre la cama y me senté, mientras me quitaba las medias escuchaba a mi madre, y a su amiga platicar por lo bajo mientras intentaban subir el cierre del vestido de Greta, “es muy hermosa Imelda, cuando menos te des cuenta alguno de los hombres de por aquí pondrá sus ojos en ella”, “Como me hubiera gustado que Greta heredará los ojos azules de Abraham” al decir eso último sentí como mi espalda se tensó “¿Por qué Christa tiene el cabello rubio y ojos azules mamá? Yo tengo el cabello castaño y ojos marrones, eso no es justo” “Es que yo no soy alemana hija, soy mexicana”

Me puse de pie de nuevo, mi hermana me fulminaba con la mirada. La familia de mi padre había venido hace poco más de cincuenta años desde Alemania durante inicios de la Segunda Guerra Mundial a refugiarse a México, encontraron aquí tierras algo desérticas, pero con riachuelos pasando por los alrededores, mi bisabuelo quedó enamorado al instante de estos paisajes decidiendo quedarse. Junto a ellos venían otras cuatro familias, pero con el pasar de los años se fueron a otros estados más cerca de las ciudades grandes, quedándose aquí solo el abuelo Bauer, al crecer mi padre fue quien heredo estas tierras conoció a mi madre de muy joven cuando ella apenas tenía veinte años, ella era mexicana, piel trigueña, cabello negro como la noche y ojos oscuros, mi hermana tenía la piel blanca, pero sus ojos eran marrones, mi hermano también al igual que yo había heredado el cabello rubio, pero era la única de los hijos con los ojos azules.

—¡Christa tráeme un vaso con agua! —gritó mi hermana.

—¡Ya cerró! —escuché que exclamó mamá con alegría antes de salir de la habitación, las tres mujeres comenzaron a reír victoriosas.

Bajé a la cocina tan rápido como pude, cuando regresé a la habitación sentía como mi corazón latía fuertemente, no estaba acostumbrada a correr con zapatos altos y casi me caigo —aquí está el agua —dije a mi hermana.

Greta me miró con desdén —ya no la quiero —la sonrisa maliciosa que esbozó me hizo hervir la sangre, por qué le gustaba molestarme tanto.

Las mujeres salieron de la habitación sin siquiera reparar en que me habían dejado sola entre esas cuatro paredes, es como si fuera alguien invisible o alguien sin importancia para ellas, dejé el vaso sobre la mesita del tocador y bajé las escaleras. Me detuve al pie de estas al ver la escena frente a mis ojos.

—Te ves hermosa hija, este es el día más feliz de mi vida —soltó mi madre con tanta emoción que sus ojos en un momento se humedecieron.

—Gracias mamá.

Para cualquier persona ajena a la familia esa escena hubiera sido de lo más tierna, pero, en cambio, para mí, eran una palabra que tal vez nunca recibiría de mamá, me pregunté alguna vez si era porque Greta era mayor que yo el hecho de que ellas dos siempre se contarán cosas como si fueran amigas, nunca me incluían en sus conversaciones. Tal vez ahora qué mi hermana se casará con Marcelo y se vayan a vivir a la casa que papá había mandado construir para ellos, mamá recordaría que tenía otra hija y volvería a mirarme de nuevo.

En ese momento papá entró, todos mis pensamientos se esfumaron al ver la sonrisa que me dirigió. Pero antes de acercarme, él se unió a ellas —Greta, te ves hermosa.




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