Christa Bauer
La ceremonia en la Iglesia de Santa Rosa en el poblado de Montenegro fue sencilla, pero muy emotiva, fue lo que Marcelo se pudo permitir con su sueldo de capataz del rancho, puesto que mi padre fue quien se ofreció para hacerse cargo de los gastos de la fiesta. Marcelo se veía nervioso, llevaba puesto un traje azul marino y por primera vez se había peinado el cabello negro que siempre llevaba alborotado. Nunca había visto a mi hermana tan feliz y eso me alegraba, el saber que había encontrado a ese hombre especial con el que compartiría su vida para siempre, tal y como alguna vez le escuche decir a mamá. Me pregunté si algún día yo tendría una boda tan bonita como esta, si algún día conocería a mi hombre especial, pero no imaginaba quién podría ser, mi madre me tenía sentenciado hablarle a alguno de los peones, Fred siempre me acosaba en el bachillerato por lo que no tenía amigos con los cuales pudiera salir, pero bueno eso no importaba ahora, era aún muy joven para eso como lo decía papá.
Fui la dama de honor de mi hermana, me senté a un lado del altar cerca de los novios, al otro lado estaba Bruno Pérez el padrino de honor de mi cuñado, hace un par de meses había contraído matrimonio con Margarita López, una jovencita de apenas dieciséis años, cabello castaño y largo, piel bronceada con algunas pecas en las mejillas y unos ojos marrones muy lindos, siempre me pareció que era una joven muy agradable a pesar de que no éramos amigas. Sus padres eran trabajadores del rancho, su padre era vaquero y su madre ayudaba en las labores domésticas de la casa, al igual que ella. Al parecer había conocido a Bruno en una de las veces que vino al rancho a traer un pedido de combustible de la gasolinera en la que trabajaba. Ahora vivían en un pequeño cuartito que les habían dejado los padres de Bruno quienes vivían a las afueras del pueblo. Si bien su pequeña familia era muy humilde, ellos se veían mucho más felices y enamorados que mi hermana y Marcelo. Él parecía tener rostro de que lo estuvieran matrimoniando a la fuerza.
Al finalizar la ceremonia, Marcelo tomó por la cintura a mi hermana y la atrajo hasta él dándole un beso breve en los labios. Mi hermana se estaba convirtiendo en mujer, a pesar de los malos ratos y sus malos tratos, la quería, deseaba lo mejor para ella y de alguna manera extrañaría verla todos los días en casa. Respiré profundo al ver como mi madre limpiaba sus ojos con un pañuelo, una lagrimita de emoción asomó también por mis ojos, la limpié rápidamente. Mi hermano Fred y algunos amigos no paraban de soltar arroz al aire, mientras los demás presentes caminamos afuera de la iglesia.
Los invitados se acercaron a felicitar al joven matrimonio, mi hermano y yo abrazamos a Greta deseándole lo mejor en esta nueva etapa de su vida. Se sentiría raro no tenerla todos los días en casa, sin embargo, la veríamos muy seguido, pues mi padre le había enviado construir una pequeña casita cerca de la de donde nuestra familia vivía en las mismas tierras que pertenecían a papá.
Regresamos felices de nuevo al rancho, durante el camino todas las camionetas se alinearon en una caravana detrás de la de nosotros, esta vez de regreso mi abuela viajó con papá y conmigo, ya que en la otra camioneta ahora los acompañaba Marcelo.
Al bajar de las camionetas tuve que hacer un esfuerzo por no abrir la boca de golpe, la decoración en la parte del jardín había quedado hermosa, cuando salimos no estaba así. Seguí a mi madre hasta la cocina pensando que tal vez necesitaría alguna ayuda para servir la comida, pero mi rostro se llenó de vergüenza al escucharla hablar de ese modo a los empleados.
—¡Necesito que sirvan rápido la comida, muévanse, que para eso se les paga! No quiero a ningún invitado quede sin bebida o comida, quiero que este día hablen de la maravillosa boda de mi hija, Greta Bauer! —La mirada fulminante de las seis cocineras fue a parar a mi madre quien las ignoró por completo, para su mala suerte Margarita venía entrando con su madre a la cocina —y tú, ve y ponte un delantal que también trabajas en esta casa, no quiero verte sentada por ahí.
—¡Pero mamá! Margarita es la esposa del padrino de honor de Marcelo —le explique.
—Me importa un bledo que sea esposa de ese gasolinero, aquí es mi empleada y tiene que desquitar su sueldo o se me va del rancho, a ver si alguien es tan tonto como para contratar a una menor de edad como ella.
Vi con lastima como Margarita no dijo nada, sólo bajó la vista, no entendía porque mamá era así de cruel con los empleados, en cambio papá era mucho más comprensivo, frente a él ella no les hablaba de esa manera.
—Sí, señora, enseguida me pongo un delantal.
La mirada de mi madre fue a parar hasta donde yo estaba, toda mi espalda se tensó.
—¡Tú, ayúdales! Que tu padre dijo que era innecesario contratar más ayudantes.
—Si mamá, como digas…
Apenas salió echa una furia de la cocina, tomé un par de bandejas donde comencé a poner los panes para acompañar la carne que habían cocinado.
—Señorita, déjeme ayudarle —escuché la voz de Margarita a mi lado.
—No te preocupes, serviremos la comida lo más pronto para que puedas volver con Bruno —Margarita sonrió amablemente.
Mientras los niños corrían jugando por el jardín, las madres charlaban cosas de mujeres adultas alrededor de la novia y los hombres se reunían al fondo de la fiesta a beber cerveza, Margarita, algunas empleadas y yo servimos el resto de la comida.
—¿Puedo pedirle un favor, señorita? —me preguntó Margarita cuando coincidimos nuevamente en la cocina.
—Si claro, dime, y por favor, dime Christa.
—Si su madre me escucha decirle así, me corre.
—Está bien, dime.
Podía ver la pena en el rostro de la joven castaña.
—¿Puede servir usted en la mesa donde se encuentra mi esposo y su familia? Si me ve se enfadará, le había dicho que hoy no trabajaría.
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Editado: 02.01.2025