Destinos entrelazados

6. Ella tenía intuición para los negocios

Christa Bauer

Mientras ayudaba a retirar las bandejas vacías que hace unas horas estaban llenas de comida, pensé en el forastero que había conocido “Santiago Sandoval” era un nombre de protagonista de telenovela. Suspiré. Tal vez algún día lo volvería a ver, no lo sabía o quizá cuando me fuera a estudiar a la Capital lo vería.

Marcelo y Greta se marcharon casi al anochecer, en una de las camionetas que mi padre les había prestado. Irían de luna de miel a Cuatro ciénegas, un pueblo a unas horas de Montenegro pero con paisajes muy bellos. Pasarían una semana ahí, después regresarían a su casita del rancho, trabajarían y tendrían hijos. Al pensar en ello, me quedé inmóvil pensando, todo parecía de pronto tan aburrido, sus vidas no serían emocionantes, la mayor ilusión y meta de Greta siempre había sido ser madre, pero, en cambio, a veces cuando nadaba en las aguas de la laguna me preguntaba ¿y después qué? ¿Ahí se acababa la vida? Que había de divertido después del matrimonio.

Siempre había soñado despierta viendo las telenovelas en la pequeña televisión en blanco y negro que tenía mi abuela en la sala de estar. Me sentaba junto a ella por las tardes, los protagonistas de esas historias se veían como gente importante, de ciudad, de negocios, trajeados y vestidos con ropa lujosa, tal como recordaba a Santiago con su pantalón blanco, camisa celeste y saco azul marino. Era curioso que me sintiera atraída hacia ese mundo, siendo que al mismo tiempo me encantaba vivir aquí en el rancho. ¿Se podría tener las dos cosas al mismo tiempo? Mi mayor temor era terminar casada con algún chico de la zona, amigo de Fred, de solo pensarlo todo mi cuerpo se estremeció.

Cuando terminamos de ordenarlo todo, era ya pasada la medianoche, mi abuela y Fred se habían ido a dormir, caminé hasta el dormitorio de mis padres para darles las buenas noches, sonreí cuando mi madre me dio un beso en la mejilla. Tal vez ahora que Greta no estaba comenzaríamos a ser más cercanas. Mi padre me acompañó hasta la puerta de mi dormitorio, recibí su beso tierno en mi mejilla. Lo abracé.

—Te quiero mucho papá.

—También te quiero mi cielo —me respondió estrechándome en sus brazos —¿te gustaría dar un paseo a caballo mañana?

—¡Me encantaría! —solté con emoción.

—Bien, te despertaré a las cinco.

Asentí.

Rápidamente, me puse el pijama y me metí entre las sábanas. Pensé en Santiago, no podía despegar su recuerdo de mi cabeza, pensé en él, en sus lindos ojos y sus labios carnosos hasta que me quedé dormida.

El primer hijo de mi hermana llegó al mundo nueve meses después de la boda, mamá había llamado a un doctor que vino desde Montenegro, la asistieron en casa. Todo salió bien, el bebé tenía la piel blanca, herencia de la familia y el cabello negro como Marcelo, era tremendamente tierno, los cachetes rechonchos y una son risita que te derretía con tan sólo verlo. Mis padres eran los más felices de la vida.

Ese mismo mes, Fred terminó el bachillerato, papá estuvo insistiendo para qué se matriculará en la universidad, pero él desistió, dijo que se quedaría a trabajar en el rancho, que no veía la razón de por qué perder tiempo en una escuela para riquillos si aquí el rancho nos daba todo lo que deseábamos. Luego escuché a mi madre en una conversación con una de sus amigas que Fred no había querido dejar el rancho porque estaba saliendo con una chica de Montenegro, hija de una familia acomodada de ejidatarios, como a mamá le agradaba la idea ella decidió apoyarlo. A mí me pareció un error que Fred no aprovechara la oportunidad de salir al mundo, de conocer otras cosas fuera del pueblo, de ir a la ciudad a estudiar, esperaba con ansias también terminar el bachillerato. Suspiré, antes solía pasar muchas tardes pensando en Santiago, pero ahora que estaba a punto de culminar mis estudios, con el nacimiento de mi pequeño sobrino y la amistad que había hecho con Margarita, ya no tenía casi tiempo para pensar en él, ahora era solo un vago recuerdo que tenía. Él jamás regresó, de vez en cuando le preguntaba a Bruno si sabía algo sobre él, pero me decía que era el señor Ignacio quien los visitaba en la Capital, pues los padres de Santiago eran médicos muy importantes que no tenían tiempo para venir a Montenegro.

Por mi parte ese verano me lo pase por las tardes en la pequeña casa de Margarita, ya habían hecho en un pedazo de tierra que su padre les había dado un pequeño cuartito con un baño, su casa era pequeña y humilde, pero vivían felices porque era suya y la habían hecho con su esfuerzo. Bruno no permitió que Margarita siguiera trabajando en mi casa, pero una tarde se nos ocurrió una grandiosa idea. Recordé que la madre de Margarita una vez hizo unos dulces muy sabrosos para una de las reuniones de mamá con sus amigas, eran de leche de vaca hervida hasta espesar y les ponía higos, frutos secos y nueces, eran deliciosos. Le pregunté a Margarita si ella sabía hacerlos, me dijo que sí. Le pregunté a mi papá si me podría regalar medio costal de nueces, después de que me dijo que sí, monté a caballo hasta la casa de mi amiga.

—¡Maggie! —grité desde afuera de su casa.

Estaba emocionada.

Ella salió asustada.

—¿Pasa algo Christa? ¿Estás bien?

Yo llevaba una sonrisa de oreja a oreja en mi rostro.

—¡Sí! Traje muchas nueces que mi papá me regaló, se me ha ocurrido una idea increíble para ti.

—¿Qué? —ella no podía con tanta curiosidad.

—¡Haremos dulces para vender!

El rostro de mi amiga se iluminó.

—¿Pero qué dices? ¿Dónde los venderemos? Tu mamá te matará si sabe que me estás ayudando.

Negué con la cabeza.

—Nosotros no los venderemos, solo los haremos, quien los venderá será Bruno, en la gasolinera, además él va a muchos ranchos y locales a dejar pedidos, todos tienen dinero y son buenos clientes.

—Sí, el podría venderlos —dijo con timidez.

—Pues hagamos la prueba, si me enseñas como hacer los dulces puedo venir después del bachillerato a ayudarte.




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