Destinos entrelazados

8. Verla de nuevo

A la mañana siguiente mi madre nos pidió a papá y a mí que tomáramos el desayuno en algún restaurante del pueblo, no había tantos, pero sí uno que en la actualidad sonaba mucho, se llamaba “El Jacal” se había convertido en un símbolo para el pueblo. Fue una mañana en familia, aunque mi madre no dejó de hablar de mala manera de tío Ignacio, a ella le molestaba que a las mujeres se les tratará como un objeto, por eso decía que nunca le agradó la vida aquí, pensaba que todos los hombres eran iguales.

—Yo soy de este pueblo y nunca he hablado de esa manera querida… —comentó de pronto papá casi al mismo tiempo que el mesero venía a servirnos los platos de comida con un café de olla que olía delicioso a canela con piloncillo. Si viviera aquí para nada me aburriría de la comida, todo se veía delicioso.

Mi madre sonrió con malicia.

—Siempre tuviste alma de citadino mi amor, por eso es que preferiste ir a la Capital para estudiar medicina, no eres como Ignacio, aborrezco los hombres que creen que pueden denigrar a las mujeres —dirigió su vista hacia mí —solo espero que tú, hijo, puedas arrepentirte de venir a vivir aquí, aun siendo ingeniero civil puedes trabajar en la Capital, allá hay mucho trabajo, no quisiera que alguna chiquilla de aquí se aprovechara de ti solo por tu estatus.

Entorné los ojos con fastidio, ¿y era mi madre quien criticaba a mi tío por ser machista?

—Ya soy lo suficientemente grandecito como para elegir a la mujer con la cual quisiera una relación mamá, además por ahora no pienso en eso, estoy enfocado cien por ciento en mis estudios.

—Eso nos enorgullece, hijo —añadió papá.

El resto del desayuno pasamos platicando sobre la infancia de mi padre.

—Yo los dejo, pasaré a ver a Bruno —dije despidiéndome de mi madre con un beso en la mejilla, sonreí divertido al notar como entorno los ojos, Bruno nunca le agrado, en el fondo sabía que mi madre era algo clasista, no le agradaba porque era nieto de la nana de mi padre, pero a mí para nada me importaban esas cosas.

—Anda ve, nos vemos por la tarde, tu madre y yo estaremos en las minas —dijo papá despidiéndose al darme una suave palmada en la espalda.

Asentí y caminé hasta llegar a mi auto, que estaba a unos cuantos lugares de la camioneta de papá. Me llevé una sorpresa y una sensación de alegría cuando la madre de Bruno me dijo que ahora vivían en una pequeña casita que se divisaba a lo lejos, a unos cien metros de ahí. Mi amigo había construido un hogar para su esposa, me enorgullece de él, pues sabía perfectamente que era capaz de eso y más.

Caminé hasta allá, no tardé más de veinte minutos en llegar. El cielo estaba despejado y el sol comenzaba, apenas comenzaba a picar, este clima era agradable para un paseo matutino. Toqué la puerta de madera frente a mí, Margarita la esposa de Bruno me recibió con los ojos bien abiertos.

—¡Señor Sandoval! —soltó con sorpresa.

—Hola Margarita, buenos días, ¿de casualidad se encuentra Bruno? —la saludé con la mejor de mis sonrisas.

—Sí, sí —titubeó sorprendida de verme de nuevo —pase, estamos desayunando.

La muchacha parecía apenada por algo, pero no presté atención. Luego me di cuenta de que estaba haciendo tortillas en un pequeño comal de leña. La casita por dentro era pequeña, era una sola habitación donde en una esquina estaba una cama junto a un pequeño ropero, del lado opuesto la cocinita y en medio la mesa donde mi amigo estaba sentado ya vestido con el uniforme de la gasolinera para irse a trabajar.

—¡Hermano! —soltó con una sonrisa de oreja a oreja, apenas me vio —¡regresaste Santiago!

Lo abracé con firmeza.

—Sí, aunque mañana regreso a la Capital, quería ver si aún sigue en pie lo de ser el padrino de tus hijos —bromeé con esto último. Luego me arrepentí al ver como Margarita dejó lo que estaba haciendo, ella era una joven muy tímida.

—Aún no hemos tenido la bendición de que Maggie se embarace, pero pronto, yo te mandaré avisar hasta la Capital, de eso no te apures —dijo sonriendo —pero siéntate, ¿quieres café? ¿Un taco?

Negué moviendo la cabeza.

—Me encantaría, todo huele delicioso, pero acabo de comer con mis padres —me disculpé, Bruno abrió los ojos de sorpresa —vine con ellos —afirmé.

—¿Y eso? Es raro que tus papás vengan al pueblo.

Asentí.

—Le hablé a mi padre sobre lo que me contaste la última vez que estuve en Montenegro, quiere asegurarse que todo esté bien con las minas, ¿Sabes algo nuevo?

Negó.

—Lo de siempre, hay trabajadores que dicen que tu tío es un dictador, pero no me consta porque yo no trabajo directamente para él, aunque sea el dueño de la gasolinera, pero hay mucha gente que rumora sobre eso.

Asentí.

—Ya falta menos para qué me titulé, apenas lo haga y me verás por aquí seguido, voy a trabajar la parte de la mina que a mi padre le corresponde por la herencia que dejó mi abuelo.

—Los mineros estarán felices de saber que hay alguien más que también puede manejar las minas, yo creo que tú serás mucho mejor patrón que tu tío.

Reí.

—Lo dices solo por qué somos amigos.

Suelta una carcajada.

—Le digo por qué es la verdad Santiago, eres honesto y buen hombre, cuando regreses, las minas podrán volver a ser lo que eran cuando tus abuelos vivían.

—Gracias Hermano, espero que así sea.

Platicamos solo un poco, puesto que Bruno tenía que ir a trabajar, me ofrecí a llevarlo a la gasolinera, pero me dijo que con algo de trabajo había comprado una camionetita vieja, pero bien que le ayudaba a moverse, también me platicaron del negocio de dulces que Margarita tiene con Christa, escuché atento las anécdotas, nunca imaginé que a alguien tan joven le atrajeran los negocios, al parecer ya tenían muchos clientes por todo Montenegro y ya comenzaban a recibir buenas ganancias de los dulces. Cada vez Christa me sorprendía más, y cada vez me convencía más de que ella era la mujer que yo deseaba tener a mi lado.




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