Santiago Sandoval
Mientras Christa cabalgaba adentrándose en un camino que no reconocía, no sabía a dónde nos llevaba, pero supuse que estábamos cerca del rancho de su padre por los sembradíos de nogales que se divisaban a la distancia.
Sentí como el aire que respiraba se electrificó a mi alrededor, mi respiración se entrecortaba, el sentirla tan cerca, pero a la vez estaba tan lejos de mi alcance, “es una niña” ni siquiera era mayor de edad y yo fantaseaba con ella. No podía negar que había algo en ella que despertaba emociones inesperadas, una conexión que me era difícil de explicar
Después de cabalgar por espacio de unos diez minutos que se me fueron volando, comencé a escuchar un caudal de agua en movimiento, fruncí el ceño, fue cuando recordé que la primera vez que conocí a Christa ella me habló sobre la laguna a la que solía venir a nadar. Sonreí al darme cuenta de que este era su lugar especial.
Detuvo al caballo a unos metros del río que desembocaba en la laguna, bajé de un salto y la bajé tomándola por la cintura como todo un caballero. Deseaba que supiera que no era un hombre que necesitara que lo cuidaran, pero, en cambio, sentía fuertes deseos de cuidar de ella.
—Gracias —esbozó con una sonrisa al mismo tiempo que sus mejillas se sonrojaron.
Ambos nos miramos fijamente.
—Este lugar es muy bello —dije mirando a mi alrededor, metiendo mis temblorosas manos a los bolsillos de mi pantalón para tratar de disimular mis sentimientos. ¿Christa podría pensar que soy un depravado si le digo que me gusta como mujer? Además, para ella casi soy un desconocido, no quiero que se decepcione de mí de esa manera.
Miré embelesado esos ojos azules hermosos, mientras ella esbozaba una sonrisa ligera.
—Sí, es muy hermoso.
La tarde era muy calurosa, de pronto se estaba volviendo sofocante. Me recordé a mí mismo que veníamos de mundos distintos. Su juventud y energía contrastaba con el camino recorrido que yo llevaba. Pero no podía. Me daba cuenta de que apenas la conocía, no sabía mucho sobre ella y, sin embargo, durante este año que había pasado ella se adueñó de la mayoría de mis pensamientos.
—¿Cómo va el bachillerato? —pregunté de pronto, me sentí como un tonto preguntando algo así en un lugar tan hermoso a lado de alguien tan especial.
—Va bien, voy en mi último año… —ella cerró la boca de pronto como si se contuviera para contarme algo, pero no me atreví a preguntar —porque no caminamos Santiago, me da gusto verte, pensé que no volverías.
Mi corazón se estrujó al escuchar sus palabras, en realidad me moría de ganas de regresar, pero el miedo a que ella tuviera una percepción diferente sobre mí a la que yo tenía, sobre ella me controlaba.
—Te lo prometí.
—Y yo te prometí traerte aquí —sonrió divertida, le sonreí casi al mismo tiempo asintiendo.
Christa se quitó el sombrero de paja, dejándome ver su cabello rubio, lo llevaba suelto, con los rayos del sol parecía que de sus cabellos se desprendiera una especie de brillo natural, como si fuera un hada del bosque.
De un salto, repentinamente cayó de pie sobre un enorme árbol caído que atravesaba la laguna. Sentí una especie de temor de que fuera a caer, pero este era su lugar especial, seguro sabía bien lo que estaba haciendo.
—¿Qué me cuentas Christa? —decidí hacerle una plática para contener esas ganas de tocarla.
—En unas semanas será mi cumpleaños dieciocho, papá dice que tiene un viaje que hacer a la Capital, comprará un tractor nuevo.
—Te gustará, es una ciudad enorme, pero hay muchas cosas que hacer allá.
Asintió.
Caminó sobre el árbol, bajando de nuevo.
—¿A ti te gusta vivir en la Capital? —preguntó de pronto.
—Sí, ahí he vivido toda mi vida.
Asintió levemente bajando la vista, no comprendí esa reacción.
—¿Cuándo regresas?
—Mañana—respondí, un nudo en mi garganta se había formado.
Asintió de nuevo.
—Me ha dado gusto, verte Santiago —su voz se quebró al pronunciar mi nombre, mi rostro se descolocó al ver como camino rápidamente en dirección hasta el caballo. Caminé detrás de ella girándola del brazo.
—¿Qué pasa? —pregunté asustado al ver que sus ojos se habían humedecido, ¿Había dicho algo malo? Negó —dímelo, Christa, por favor se sincera conmigo —le supliqué.
—Santiago… yo te extrañé demasiado —soltó de pronto.
Christa Bauer
Sentía mucha vergüenza confesarle que lo había extrañado, pero no sé por qué cuando al principio lo vi, sentí una felicidad inexplicable, había pensado en él durante todo este tiempo que había pasado, ahora que me decía que mañana regresaba a la Capital mi corazón estaba triste, era una felicidad efímera, de un solo momento y me dolía. Miré por última vez su vestimenta elegante, estaba mucho más guapo que el año anterior, con su cabello perfectamente peinado, su piel aperlada y esos ojos oscuros que hacían que mi piel se estremeciera con tan solo verme.
—Lo siento, no debí decir eso —me disculpé. Quién era yo para decirle ese tipo de cosas, en la Capital había muchas chicas mucho más hermosas e inteligentes que yo, como mamá lo había dicho una vez, era una simple muchachita de campo.
No era refinada. Suspire.
Pero mi corazón dio un vuelco cuando de pronto dijo —también te he pensado —ambos nos miramos —hubiera querido venir antes, pero la universidad me absorbió por completo, ¿aún planeas ir a la Capital a estudiar cuando el bachillerato termine?
—Sí, ya falta menos, unos meses.
—Entonces, te daré mi dirección, si un día necesitas algo, no dudes en llamar o si simplemente deseas que nos veamos.
Él sacó una tarjeta y me la entregó. La releí un par de veces.
—Gracias.
No sé por qué, pero aún sentía esta melancolía. Santiago significaba para mí un sueño, como el de los actores de las novelas que veía en la sala de estar con mi abuela. Era tan irreal e inaccesible a la vez, pero a diferencia de ellos, a él lo había conocido en carne y hueso. Pero a él le amaba.
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Editado: 06.01.2025