Destinos entrelazados

10. Volveré

Christa Bauer

Santiago acarició mi mejilla, sus manos se sentían cálidas y yo no podía más, sentía que la felicidad de saber que él sentía lo mismo por mí, no me cabía en el pecho. Su mirada era tierna, estaba experimentando cosas que nunca había vivido, todo esto era nuevo para mí.

—Santiago, te quiero —me atreví a decir.

Quería que lo supiera, aunque sabía que él tenía que regresar a la Capital, pasarían de nuevo muchos meses para volverlo a ver. Suspire con melancolía. Como si él pudiera adivinar mis pensamientos, alzó mi barbilla con sus dedos para que lo mirara directo a los ojos.

—También te quiero, es algo que no puedo explicar, pero… si me esperas un año más prometo que regresaré a buscarte, me presentaré frente a tu padre y le pediré permiso para cortejarte como debe ser, quiero que algún día seas mi novia formal Christa, pero ahora no puedo ofrecerte más, debo regresar a terminar mis estudios para poder ofrecerte una buena vida, después de eso seré libre.

Asentí. Entendía que para él sus estudios eran importantes, ese era su mundo, uno mucho más sofisticado que el mío.

—Te esperaré, el tiempo que sea necesario —y era verdad porque sabía que nunca más podría amar a otro hombre con la misma intensidad de la que ya lo amaba. Jamás lo haría. Esperaría lo que tuviera que esperar por qué Santiago era mi hombre perfecto.

—Prometo que volveré.

Me dio un último beso antes de que regresáramos cabalgando hasta la carretera. Bajamos de rayo, mis labios temblaban y el enorme nudo en mi garganta no me ayudaba, quería ser fuerte, pero las ganas de llorar estaban acrecentando con cada segundo que pasaba. Santiago me estrechó en sus brazos, así estuvimos durante varios minutos, en silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos, era yo quien pensaba que estos meses se me haría tremendamente eternos hasta su regreso, dentro de mí, sentía mucho miedo de no volver a verlo, pero él lo había prometido, regresaría.

—¡Hey!, no quiero verte triste Christa —levantó de nuevo mi barbilla para que lo viera —no quiero que la luz de tus ojos se apague por mi culpa, prométeme que seguirás siendo la misma jovencita que he conocido, alegre, enérgica, de espíritu libre.

—¿Cómo un potro salvaje? —pregunté completando su frase, Santiago sonrió, lo que dije le había hecho gracia.

—Si como un potro salvaje, me gusta esa comparación.

—Papá dice que mi espíritu es igual al de un potro salvaje, porque me gusta la libertad.

—Y quiero que siga igual, ¿lo prometes?

Asentí con una sonrisa en el rostro. Nos besamos una última vez y Santiago subió al auto mientras yo caminaba hacia rayo montándolo de nuevo. Vi como aquel auto se alejó a la distancia por la carretera, mi corazón estaba triste, una lagrimita se asomó a uno de mis ojos, él ya no estaba para verme llorar, dejé que las lágrimas salieran mientras cabalgaba a toda velocidad hasta mi casa.

“Adiós, Santiago, espero verte pronto” pensé.

Cuando llegué a casa tuve que limpiar el resto de humedad en mi cara, no quería que mi madre se diera cuenta de que había estado llorando, después, me haría una sarta de preguntas que no podría explicarle.

—¿Dónde te has metido Christa? —vociferó apenas pise el primer escalón del barandal de forja negro que daba la bienvenida a la casona de mis padres.

—Emm… fui a pasear a rayo por los matorrales, quería que corriera un poco.

—Rayo… rayo… rayo… las jovencitas no cabalgan, porque no eres como tu hermana, por cierto, ella te está esperando porque quiere que le ayudes con el bebé, está enferma y se siente mal.

—Ahora voy mamá.

Salí de nuevo montando mi caballo, cabalgué hasta la casa de mi hermana, fruncí el ceño al ver a Marcelo sentado en una mecedora en el portal, estaba bebiendo. Bajé y amarré las riendas a uno de los barrotes del portal.

—Greta te está esperando desde hace rato, está muy fastidiosa, ¿Dónde estabas Christa?

Lo aniquilé con la mirada, no me gustaba la manera en la que me hablaba. Subí las escaleras del pórtico sin decir nada. Después de lo que había sucedido en la boda de Greta traté de no dirigirle la palabra. Pero en un movimiento, Marcelo me jaló del brazo haciéndome girar por la fuerza.

—¿Ya tienes novio? —preguntó dándole un sorbo a una botella de cerveza —¿ya lo sabe tu madre?

Mi rostro se descompuso.

—¿Qué? ¡No!

Esbozó una sonrisa malévola, no sin antes mirarme de la misma manera lasciva en la que me había visto el día de la boda con mi hermana.

—Tu madre no quiere que andes de caliente con los peones del rancho.

—Mi madre apenas me deja salir, además no es tu problema.

Entre hecha una furia en la casa, no debí haber venido, odiaba a Marcelo, era una persona en verdad molesta. Pero al entrar a la casa, me topé con un escenario mucho peor, la casa estaba hecha un desastre, parecía que Greta no hubiera limpiado en meses. Mi sobrino andaba solo en pañal y olía a que ya tenía rato que se había hecho popó.

—Limpia la casa y cuida a tu sobrino, estaré en mi cuarto, el doctor dijo que necesitaba reposo para aliviarme de esta gripe.

Alcé una ceja.

—Puedo cuidar a Genaro, limpiarle el pañal y bañarlo, ¿pero limpiar la casa? Eso puedes hacerlo tú cuando te sientas mejor —la reté con la mirada, ya suficiente era tener que soportar los comentarios del bueno para nada de Marcelo, como para ser su criada también.

—Tienes que hacerlo, o quieres que le diga a mamá que miras a Marcelo con ojos tiernos.

Mi rostro se descompuso al instante.

—¿Qué? ¡Jamás he hecho eso Greta! —quise defenderme, ni siquiera imaginaba de dónde había sacado esa absurda idea.

—He visto como te mira, maldita zorra, como te odio —casi escupió.

Mis labios temblaron de la impotencia.

—Somos hermanas, yo nunca te odiaría.

—Pero yo sí, siempre la favorita de papá, de Fred y ahora te quieres meter entre las sábanas de mi esposo.




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