Josué Hernández tenía 16 años y una sonrisa que parecía imbatible. En el colegio todos lo conocían como “el pana alegre”, ese que siempre tenía un chiste en la punta de la lengua y que parecía nunca enojarse. Los profesores lo felicitaban por su actitud positiva, y sus amigos decían que era “el que levantaba el ánimo del grupo”.
Pero lo que nadie sabía era que esa sonrisa era su disfraz. Una máscara tan bien puesta que ya casi nadie sospechaba lo que había detrás.
Cada vez que cerraba la puerta de su cuarto, el silencio lo envolvía y la sonrisa se borraba como si nunca hubiera existido.
Josué no lloraba frente a nadie. Había aprendido que, cuando lo intentaba, siempre escuchaba lo mismo:
—Tú no tienes razones para estar mal, deberías estar agradecido.
O peor:
—Mira a tus hermanos, ellos sí hacen algo importante.
Así que optó por callar. Por guardar. Por fingir.
La vida le enseñó el arte de sonreír mientras por dentro se sentía invisible. A veces se preguntaba si alguien realmente lo veía, o si simplemente era “el relleno” en la historia de su familia.
Lo más difícil no era el dolor en sí. Lo más difícil era la indiferencia. Ese momento en el que hablas y parece que nadie escucha, en el que existes pero nadie nota tu presencia.
Josué se miraba al espejo y se preguntaba:
“¿Hasta cuándo tengo que fingir? ¿Cuándo llegará alguien que de verdad pregunte cómo estoy, y quiera escuchar la respuesta real?”.
✨ Reflexión
Muchos jóvenes, como Josué, viven ese arte de fingir. Se convierten en expertos en aparentar que todo está bien porque creen que nadie aguantaría ver su verdadero dolor.
Pero aquí está la verdad: no naciste para fingir. No naciste para esconder tu corazón.
Tu sonrisa es hermosa, pero tu tristeza también merece ser escuchada. No eres débil por sentir, ni eres menos por necesitar apoyo.
La fortaleza no está en callar; la fortaleza real está en atreverse a decir: “no estoy bien”.
Y aunque muchas veces el mundo parezca ciego, hay un momento en el que la vida te pondrá frente a personas que sí van a escuchar. Hasta entonces, nunca olvides: tu valor no depende de cuántos te ven, sino de quién eres cuando nadie mira.
Editado: 15.09.2025