Rau, mi mejor amigo, no fue a clases el viernes ni tampoco contestó ninguno de mis mensajes. Durante toda la mañana fui pasando del enojo a la preocupación según las hipótesis que mi cabeza se encargaba de formular.
Sin absolutamente nada para hacer ni nadie con quien compartir me quedé dormida con
el uniforme puesto.
Me desperté tiempo después porque golpeaban mi puerta, me puse de pie tan rápido que
me mareé.
—Señorita, Ana —insistió Alfredo, el mayordomo, con urgencia.
Me acomodé la ropa y abrí la puerta. No alcancé a preguntar qué sucedía porque de
inmediato Rau se tiró a mis brazos.
—Fredi, decile a Cristi que necesitamos el kit completo de curaciones —le pedí.
—En un segundo, señorita Ana.
No necesité preguntarle nada porque mi amigo, fiel a su personalidad, largó todo sin
ahorrarse detalles.
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Editado: 04.11.2024