Rau se quedó en mi casa, sus papás al igual que el mío, no notarían su ausencia. El sábado compramos golosinas y regalos para el bisnieto de Cristi y el domingo bien temprano partimos hacia su casa en un taxi.
Berni nos esperaba ansiosa, lista para que entre los tres intercambiáramos chismes. Almorzamos ravioles de calabaza con salsa de champiñones que Cristi había preparado en casa.
Disponían todo para el mate cuando descorriendo la cortina vi llegar a Elena, la nieta de Cristi que llegaba con su familia.
Salimos a recibirlos.
Rau clavó su codo entre mis costillas para que le prestara atención. “Amiga son ellos”, sé que repitió varias veces, su voz me llegaba lejana, porque estaba demasiado concentrada en intentar comprender lo que sucedía.
Un grupo de hombres corría hacia nosotros, los estruendos lograron descolocame.
—¡Entren ahora! —gritó Elena.
A punto de hacer caso, en mi campo visual apareció una criatura. El grupo de hombres armados corría en su dirección. Lo vi protegerse, acomodándose en posición fetal mientras tiritaba de miedo aguardando su destino.
No pude quedarme de brazos cruzados.
—¡Ana, no! —distinguí la voz de Rau pero ya era tarde.
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Editado: 04.11.2024